Reencuentro de unos viejos poemas a los que “he lavado la cara”, según nuestro autor (República Dominicana, 1950). Escritos desde el diámetro y hondura del volcán de los años. La emoción no gana al fabbro, aunque aquella sobrepuje como una ventolera; ráfaga muy próxima a una esquina o, mejor dicho, al que a la larga ha constituido su ángulo en el ring: Duarte con Paris. Que es como decir el cruce entre las antillas mayores y menores; la raya que divide lo conocido, de lo otro; el punto brillante, aunque desdibujado, porque allí se concentra todo lo vivido.
Duarte con Paris como en mi casa
En el concho, en el carro de concho
como sardinas en lata,
comparto un aire fétido sube de la cloaca
al cielo de la boca.
En línea, frecuencia de WhatsApp
en tiempo real:
intercambiando luces se apagan
de un mensaje a su opuesto,
queda una metáfora
polvorienta; cambio cangrejos por espejitos.
En el otro, los otros,
estoy superponiendo
las imposturas que al desnudarme me anulan,
porque me inculpan.
Al oeste, larga la carretera
crece a cuchillo y es mi corazón la auyama
detestable ya para sancocho.
Así en oriente como en la muerte,
estoy oficiando la misa de tus víctimas,
que se arrastran
como serpientes se arrastraron.
(Una voz recóndita se oye en esta puerta).
A quien nadie esperaba
Abro la puerta
y entra en mí la vida del que pasa,
con su fanfarria y talega de muerte
y su retahíla de resecos dolores
que olvidos almacenan.
Tú me dirías: pues déjala pasar
y todo tranquilo;
pero eso no es tan fácil porque ahora
ese sujeto me invade con su dolor
de muela y su hepatitis,
su mujer que dejó en la esquina
arreando las bestias y los tablones
con los que ha levantar cobijo a su indigencia
y a su problemática prole,
que todo lo persigue y engulle
con excesivo desvelo y entusiasmo.
Entonces qué me queda más allá
de domeñar el diluvio
que aguarda en mi cabeza
almacenando un montón de cicatrices?
Bueno, ahora diría:
ahorrarle a la muerte
su trabajo abriendo otra puerta
por donde pase
la vida enamorada de su creación.
Allí me sentaré en ese agujero
que da al patio de algarrobos,
a mirar el corazón
de los vencidos.