Archivo por meses: enero 2019

[Yo soy el que se abraza]

Yo soy el que se abraza

El que se echa a llorar

A tu cuello

Enloquecido por la piedad.

En esta habitación,

Juntos el pasado

Con el presente.

El iluminado exterior

y los negros sentimientos.

Ser un viejo conocido

No me faltaba más

-Salud, señor.

Alud, mejor

El de estos años

Y el de esta conciencia

Escapada terca

Por la ventana

Como alma que lleva

El pensamiento.

Culpable no soy

Inocente, mucho menos.

Ser un pinche simple y práctico

Pensante. No un tontuelo más.

Garra contra aquel maniquí.

Aullido, dinero

Para comprarme mi salvación.

Porque mi salvación anda por ahí

A la venta.

No soy culpable. Tampoco inocente.

Y aquella imagen

La del caballo martirizado sobre la nieve

También soy yo.

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Regreso del marinero/ Luis Martín Valdiviezo Arista

“Regreso del Marinero” obtuvo una mención de honor en el Concurso Nacional de Cuento 2010 organizado por la Feria del Libro – Huancayo.  Lo publicamos con permiso del autor.

Luego de varias travesías alrededor del mundo, Ulises ancló sobre las playas de Massachusetts a finales de un invierno. Rápidamente, la brisa mentolada del Atlántico Norte se le hizo insípida y extrañó en extremo la amistad de las orillas templadas de su mar materno. Se inquietó pensando en sueños que había dejado a la deriva entre delfines y pingüinos de la Mar del Sur, en preguntas que había escondido bajo la arena de una playa desierta, en visitas que había incumplido a caletas de madera y esteras, en decenas de manuscritos inconclusos que Penélope se llevó a Salvador de Bahía y en el calor humilde de su hogar. Ulises sintió la necesidad de encontrar su destino final: “Debo regresar”, se dijo.

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Poesía peruana y mediación conceptual

“Si alzando las manos,

formando una garra,

pudiera desgarrar

mi cielo más próximo…

Quizá esa sea la destreza

del hombre del futuro.

Comerse su propio cielo”       (Granados 1986)

La capacidad mediadora de la poesía peruana –en perspectiva conceptual o multinaturalista[1]— alcanza su plenitud con Trilce.  Logro que tiene sus antecedentes en el mito de Inkarrí, Dioses y hombres de Huarochiri  y la Nueva corónica y buen gobierno de Huamán Poma de Ayala.  Además, en su reacción a la poesía “mundonovista” del Modernismo (José Santos Chocano).  Así como, por otro lado, en cuanto aquel poemario de 1922 constituye una elaboración propia del costumbrismo limeño (Granados 2007) –tipo Ricardo Palma, Clemente Palma o José Diez Canseco–; lo mismo que del criollismo o ruralismo del grupo Colónida y Abraham Valdelomar (Granados 2017a).

Trilce que tiene en los 30′, a través de la poesía de Martín Adán, a su mejor glosador multinaturalista en clave barroco-coloquial.  Y ya en la generación del 50, dado el interés por la cultura precolombina entre la mayoría de sus miembros –sobre todo entre los motejados “puros” (Javier Sologuren, Jorge Eduardo Eielson, Blanca Varela, etc.) y no tanto así entre los “sociales” (Alejandro Romualdo, Washington Delgado, Pablo Guevara, etc.)– al poemario Estancias (1960) de Sologuren como un auténtico heredero de su poderosa mediación conceptual.  Obviamente, una vez catalizada la lectura de este último poemario con la antropología de Claude Lévi-Strauss, el budismo Zen (Daisetsu Teitaro Susuki) y, no menos, con lo que ha elaborado Eduardo Viveiros de Castro sobre el pensamiento amerindio.  Estancias, entonces, cual un concatenado repertorio de ideogramas o discretos diseños con los cuales entablar, desde el Perú, un diálogo intergaláctico.

Seleccionamos a Javier Sologuren, a quien dedicamos nuestra tesis de Bachiller en Humanidades por la PUCP (Granados 1987) y no, por el contrario, a Jorge Eduardo Eielson o a Blanca Varela –habiendo estos últimos incluso rescatado de modo explícito la herencia precolombina en sus poemas– porque en el primero de ellos prima el existencialismo tanto como, en la poesía de Varela, predomina el expresionismo. Ahora, no es que no sea posible, implicando a Lévi-Strauss o a Viveiros de Castro en nuestra tarea, levantar una topografía multinaturalista a partir de la lectura de aquellos poetas peruanos; sino que la fanopea de Javier Sologuren –acaso de modo paradójico en tanto poeta “puro” o en menor grado “ideologizado”–  mapea y sintetiza aquella mediación de manera simple y sorprendentemente elocuente (Rebaza 2000).

Por otro lado, y de manera secuencial, generación poética peruana de los años 60-70 que, a semejanza del subgrupo de los poetas “sociales” del 50′, estuvo intensamente interesada, acaso con la solitaria excepción de Luis Hernández Camarero, en la real politik y no en lo post-humano (otra manera de aludir al multinaturalismo).  Así como los poetas peruanos –del 90 y del 2000– escasamente se concibieron amerindios.  Y, más bien, estos últimos asumieron y ventilaron en sus obras diversos tipos de problemáticas globalizadas y urbanas como la de la identidad (género, etnicidad), ecología e incluso una construcción cultural filantrópica como la del multiculturalismo; además de ensayar un desmontaje semiótico generalizado: “giro lingüístico”, “giro visual”, etc.  Ante este panorama, es recién hasta la poesía de la denominada generación de los años 80 (ejemplos, Magdalena Chocano o este autor) y, también, la de dos poetas contemporáneos y al mismo tiempo marginales  de Hora Zero (años70) como José Watanabe y Vladimir Herrera, cuando la mediación conceptual vía el “giro ontológico”[2] o el multinaturalismo –y, no menos, la extraordinaria irradiación de Trilce— se ha tornado tan marcadamente relevante e influyente en toda nuestra región: “Vallejo en español selvagem y portunhol trasatlántico” (Granados 2017b). »Leer más