Nadie interpretó la significación alegórica del merengue en la vida nacional, con la gravedad, el aliento y la musicalidad exquisita con que lo hiciera el magno poeta Franklin Mieses Burgos (1907-1976). En su texto “Paisaje con un merengue al fondo”:
Por dentro de tu noche
solitaria de un llanto de cuatrocientos años;
por dentro de tu noche caída entre estas islas
como un cielo terrible sembrado de huracanes;
entre la caña amarga y el negro que no siembra
porque no son tan largos los cabellos del agua;
inmediato a la sombra caoba de tu carne:
tamarindo crecido entre limones agrios;
casi junto a tu risa de corazón de coco;
frente a la vieja herida violeta de tus labios
por donde gota a gota como un oscuro río
desangran tus palabras,
lo mismo que dos tensos bejucos enroscados
bailemos un merengue:
un furioso merengue que nunca más se acabe.
Podríamos pensar en el “Paisaje con un merengue al fondo” como situado a medio camino entre un cantar de gesta y la elegía doliente de la dominicanidad. Toda la materia nacional palpita en esas estrofas: el pasado umbroso, la impía naturaleza circundante, el paciente trayecto por la vida, las hazañas y los sueños, los hábitos moldeados en la adversidad perenne y la fragante lascivia de unas carnes oscuras, la historia borroneada con letras de machete y el merengue bailado “de espaldas a la sombra de tus viejos dolores”. Cabe entera, de verdad, la vida nuestra en ese canto.
País Cultural, SEGUNDA ÉPOCA, AÑO X, No. 1, MARZO 2017. pp. 44-47