¿Cuál es ese lugar de donde proviene y adonde se dirige la poesía?, ¿qué es aquello ilegible que no puede escribirse ni leerse, pero que sustenta la palabra escrita de la poesía? Agamben lo precisa en otra parte: la oralidad. La oralidad es lo anterior, lo previo a cualquier literatura: el suelo en el que se sustenta y al que ha de regresar la escritura. El poeta es quien asume la tarea de escribir lo que nunca ha sido leído y leer lo que nunca ha sido escrito: la palabra en el aire, la palabra oral. Los cuadernos de Luis Hernández se hallan en medio de la tensión entre lo hablado y lo escrito. Urdidos con la materia de lo transitorio y de lo siempre en marcha, reproducen las huellas de la oralidad de un peruano de Lima. Son palabras sin versión definitiva y, sin ser un borrador de nada, –así como la charla cotidiana tampoco lo es– interpelan a cualquiera que pasa.