Y me acerqué a la rosa y sus espinas
que dulcemente me cortó los rezos
tristes, casi sin fe, casi sin sueños
con que cubrir los hombros de mis rimas.
Perfume que con pétalo, con muerte,
es decir, con amor, contradictorio,
balbuceó con silencio, simple, solo,
llamó a mi noche con su sangre breve.
Por eso busqué el cardo, en su barro
y lo arranqué con rápida destreza;
Con él di de comer a mis hermanos,
y así encontré un tesoro en la maleza.
Segunda espina, que me dio un regalo,
al delatar el tallo que alimenta.
Finísimo poeta; asimismo, muy destacado galdosista y vallejólogo. A Alan, no lo dudamos, lo acompaña una musa muy antigua y consecuente con nuestra humanidad; por lo tanto, o preciosa o sabia. Mejor dicho, en este extraordinario soneto, a la vez preciosa y sabia.
Lindo poema, querido Alan
Que haya muchos carpe diem