La frase (“estilo tardío”) viene de Theodor W. Adorno y, una vez asumida, figuró en el título del libro póstumo de Edward Said, Sobre el estilo tardío: Música y literatura a contracorriente (2006). Entendámonos, tal como lo expone Blas Matamoro: “No se trata de obras de viejos, a veces repetitivas y seniles. Tampoco de lo que se hace antes de silenciarse en una vejez taciturna. Lo tardío es creador y responde a una visualización de la muerte, cercana y personal. La propia vida aparece como una tierra extraña, lugar de exilio”. Además, y en el caso particular de la poesía de Antonio Cillóniz, también se cumple otras de las condiciones de aquel estilo, acaso paradójica; dice Said: “no puede ser el resultado directo del envejecimiento o la muerte porque el estilo no es una criatura mortal, y las obras de arte no tienen una vida orgánica que perder”. Ergo, y en sustancia, la poesía de Cillóniz siempre cultivó aquel estilo. Lo cual explica, en profundidad, que su obra y su persona –ya sea en el Perú o en España o en cualquier otro lugar– se hayan percibido radicalmente extemporáneas o extra-generacionales. Muy a pesar de que, también es el caso de esta poesía, lo tardío tenga sus “aspectos alegres, así como trágicos” (Michael Wood). Cito, de “Mañanas de primavera”, Tomo I de sus obras completas:
Así
este oficio que me permite estar
vivo entre los muertos,
me obliga a estar
muerto entre los vivos.
“Aspectos alegres, así como trágicos” y –añadiríamos nosotros– no menos eróticos o amatorios; en la senda del petrarquismo o del amor cortés. Aunque discutido todo esto, digamos, celestinamente; en elocuente, actual e inacabable debate oximorónico. El presente histórico –de todos y de cada uno– de nuestro ubicuo e inalienable “ tango en París”:
Cómete mis ojos
porque no quiero tener más visiones.
Cómeme los ojos para no tener sueños.
Y cómeme el vientre para no tener que tragar.
Cómetelo porque no tengo qué comer.
Y cómete también mi pequeño corazón
para no amar ya tantísimos odios.
Y los sesos cómetelos. Para no acabar pensando.
Cómete mis manos que te acariciaron
antes que te maten.
Arrópame en la muerte con el polvo.
Haz que se me detenga el alma
ya cansada.
Pero guarda mi cuerpo
para que repose junto a ti
y te maldiga.
En efecto, desde el primer tomo o desde el inicio mismo de esta consecuente y larga obra poética, aparecen la mayoría de los temas, motivos y tecnologías que vendrán luego. Nos referimos a “Mediodías del verano” (Tomo II), “Tardes de otoño” (Tomo III), “Noches de invierno” (Tomo IV) e incluso, “Victoriosos vencidos”; el cual funciona, en los hechos, como un Tomo V entre todos estos necesarios y consistentes volúmenes. Es decir, desde el principio están ya presentes el sutil arte retórico, la fina ironía, el cáustico humor, la permanente invocación al canto, la perspectiva trasatlántica, la memoria, lo mítico –que de suyo, sobre todo en “Noches de invierno”, será el círculo concéntrico mayor entre aquellos amorosos/ personales/ históricos/ políticos/ contemporáneos–; para no añadir sino uno más, entre incluso otros ingredientes: la enciclopedia o el archivo. Aunados a una constante vocación, en Antonio Cillóniz, por la transparencia y el orden en la factura de sus poemas. Y todo esto impregnado, por cierto, también desde un inicio, por aquel “estilo tardío” que ahora mismo vamos ventilando:
No nos emocionaron los románticos;
los modernistas no nos cautivaron;
tampoco los vanguardistas nos sorprendieron;
ni siquiera los realistas nos llegaron a convencer.
Por eso,
no quiero salir de la casa de mis textos
que es la historia menos creíble
de nuestras existencias:
Un recuerdo inconsciente del futuro
o de un profético pasado
sólo presentimiento.
Dejemos que entre aquí quien quiera,
mientras predicamos el interés a todos los fenicios,
la racionalidad a cada griego,
pero no les pidamos
honestidad a los políticos,
filantropía a los banqueros,
mansedumbre a los militares,
imparcialidad a los jueces
ni bondad a los sacerdotes.
“El estilo tardío es lo que ocurre si el arte no abdica de sus derechos a favor de la realidad”, dice Said. Otra cosa no hace el último poema reproducido. Como otra cosa tampoco ha hecho la tamaña intransigencia de toda una vida –tal como apunta Said sobre Theodor Adorno: “en militancia feroz contra su propia época”–. Junto a lo cual, de modo paralelo y simultáneo, Antonio Cillóniz ha ido y ha sabido forjar el cauterio suave de su espléndida poesía.
Pedro Granados