Ángela Hernández, Premio Nacional de Literatura 2016

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“No existe nada más puro/ que la sed del paisaje sobre el ojo”

(“Paisaje del Tetero”)

Corría el año 2002 cuando escribimos lo que sería nuestro primer ensayo –luego vendrían algunos otros, hasta nuestro Breve teatro para leer: Poesía dominicana reciente (2014)– dedicado a la poesía de la media isla y, en particular, a la poesía de Ángela Hernández.  De ella nos llamaron poderosamente la atención los siguientes versos

“Lo que tengo es el vivo de los barrios

La culebrilla feliz de los mercados

míseros. Boca del alma rota por el vino. El tempranero

empeño de quien trueca la eternidad por alimentos”

(“Lo que tengo es un pulmón cerrado como piedra”).

Y precisábamos que esto era así porque aquí Hernández se salía de un formato muy extendido entre los escritores, y muy en particular escritoras, de aquella época; de aquel muy mal denominado lenguaje del cuerpo:

“golosina de nuestra pequeña burguesía intelectual latinoamericana. Y ella escapa del formato gracias, sobre todo, a sus lecturas (o al estudio) del Siglo de Oro español, particularmente del Barroco. Ahora, la tentación de Hernández es la elocuencia, el gran formato y el versículo, para la que no está preparada; su mejor factura está en el cuadro de escenas íntimas en formato pequeño; cuando habla bajito, no pretenciosamente, se deja escuchar mucho mejor”

Pues, ahora mismo estamos con un ejemplar del logrado Onirias.  Poesía e imagen (2012) y nos complace –haya o no leído Hernández nuestra crítica– que no andábamos descaminados y la presente propuesta de la autora, nacida en la más bien –para los estándares de calor en la República Dominicana– fría Jarabacoa (1954), está a la altura de cualquier merecido reconocimiento literario a nivel de nuestra región e incluso de la lengua.  Onirias, aparte de perfilarla como una “exquisita artista del lente” (José Alcántara Almánzar), constituye una lograda y muy sugestiva compilación de su poesía hasta la fecha.  O, si no, acaso de toda su poesía escrita porque últimamente no ha vuelto a publicar un poemario nuevo y sí, más bien, varias muy sonadas novelas.

Sin embargo, una vez leídos de modo minucioso y con fervor su presente antología, reparamos y recaemos de nuevo en aquellos densos, contenidos y poderosos versos de “Lo que tengo es un pulmón cerrado como piedra”.  Y en una coda, entre algunos otros versos, de este último cometa: “Uñas parpadean al turista/ … / El mercado envivece/ Corrompe.  Ampara.  Desgasta.  Reproduce/ Una bestia antigua merodea su lumbre incólume” (“Mercado Modelo”); “Es posible escapar a la convención y a la moda/ Más que andar por el mundo/ probar que nos habita” (Alma secreta”); “Yo les escribo a los sepultados por la belleza” (“Flama encerada”).  Poesía clásica, insuflada por la escritura automática y en específico por cierto surrealismo; poesía didáctica ventilada con no menos travesura e incluso oportuno y reparador sentido del humor.  Heterogeneidad, en suma, que cristaliza mejor en los poemas más especulativos y de corte, digamos, “de escarnio y deshora” que en los textos propia o declarativamente eróticos.  El sujeto poético de Hernández es demasiado equilibrado para acometer locuras de este tenor; en esto último luce más verosímil una poeta contemporánea y compatriota suya como es Soledad Álvarez.  Aunque ambas exploren el tema social y político con semejante inspiración y categoría.  Es muy probable que el país que vale la pena soñar, de un Pedro Mir, haya migrado al corazón y a la inteligencia de las poetas dominicanas, no al de  los hombres, y allí haya hecho su nido.  Nido o marmita o volcán más bien –pleno de lucidez y sensibilidad– para hacer de la poesía algo finalmente no solo encantador –aunque la crítica tradicional y, en particular, dominicana se complazca en el hechizo– sino también desnudo y cierto.

http://www.latinartmuseum.com/pedro_granados.htmhttp://www.latinartmuseum.com/pedro_granados.htm

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