Lo que puede fascinar a un peruano de la República Dominicana es el palpar todavía el “descubrimiento” y, en particular, el inicio de la cultura trasatlántica en español que se inició por aquí y subió hasta los Andes, no menos que a ambos océanos y bajó hasta la Amazonía. Cultura híbrida o si se prefiere heterogénea; crisol, como el lema de una buena película peruana reciente, que “seguimos siendo”. Pero lo que a un peruano puede atraer de Haití, es el inicio mismo de todo; es decir, del homo sapiens que –antes que español o francés o boliviano o brasileño– por principio cada uno de nosotros constituiríamos. Haití, nada menos ni nada más que la cabeza de playa del África en América. Por lo tanto, si el respeto guarda al respeto, antigüedad u origen se honran. Tal cual efectivamente sucede con la inagotable creatividad en la música y la belleza de las gentes en ambos países.
Ignoro si en esto pensaba Mario Vargas Llosa cuando –usando un epíteto todavía vivo– motejó de fascista al gobierno dominicano por no reconocer y quitar la nacionalidad a todos los descendientes de haitianos nacidos en su territorio desde 1929. Ignoro si él lo pensara, pero es el caso que sí lo hacemos nosotros. Y una vez que, hace poco, hemos visitado ambos países, nos reafirmamos en estos conceptos. En realidad, que se haga efectivo el “Premio Pedro Henríquez Ureña” al autor de Los cachorros, o que el gobierno dominicano ponga marcha atrás y lo declare improcedente, no es el foco de este breve texto. Lo es, sí, el derecho a percibir y sentirnos más antiguos y en concordia con nuestra propia humanidad; negra o prieta, sin duda, como el carbón. Y que, tal cual, se enciende, se esparce, aglutina y se torna promesa de sobrevivencia en cuanto hemos asistido, incluso tan sólo como espectadores, al reciente “Kanaval” en Puerto Príncipe. El resto es política, ambición o acomodo. Es decir, qué tanto revelamos en nuestros discursos –los de MVLL o los del gobierno dominicano– aquello que no podemos hacer claro y distinto a los demás: nuestros reales intereses –económicos y de poder– actuando, para variar, como auténticos fuelles de Vulcano.
Foto tomada del diario Hoy.