Estoy por algunos días en La Paz y atónito me entero, recién ahora, del fallecimiento de Rubén Vargas, fino poeta y perspicaz hombre de letras. Lo conocí hace unos años en su casa de Miraflores, me lo presentó Andrés Ajens. Pero es ahora nomás que hablamos largo, en una entrevista que me concedió para animar un seminario que, sobre César Vallejo, se daría en el Centro Cultural Patiño de La Paz. Hablo de marzo último e ignoro si por su estado de salud publicó en La Razón alguna otra entrevista. Algo me habló de que tuvo que internarse en la clínica, aunque sin dejar de sonreír. Y quedó aplazada, para lo inescrutable, una reunion la cual de seguro hubiera sido muy amena junto también a su buen amigo Benjamín Chávez. Navego en la Internet y, junto con mi incredulidad, compruebo que por todos lados valoraban su extraordinaria buena disposición como persona y el ser consecuente con su vocación, la de escritor y por estos lares. La de un docente universitario ni improvisado ni arribista, la de un ensayista inspirado y un poeta estudioso. Rubén Vargas honró y honra a Bolivia, y en ella a toda América Latina. Sirva mi recuerdo para intentar jugarnos el resto como él.
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