Siento dolor
tengo tristeza
se fue mi amor!!!
Te veo en el recuerdo
con los ojos del tiempo
en la lejanía te encuentro.
En el jardín de juventudes
soñadores fuimos
juntar nuestros amores.
Fuiste mi arcoíris
en mi llanto, sin lágrimas
en un muro sin lamentos.
Mi juventud dormida,
se agita por ti,
ahora que no estás.
¿Quién cambiará el invierno
en un radiante verano?
Quién frotará mis manos
diciendo ¡adiós frio!!
¿Quién preguntará?
Chiquita, ¿Cómo te fue en las clases?
Ayyy!! no me preguntes decía
buscando apoyo en su pecho
mi rostro escondía.
En la respuesta ausente
cambiaba de tema, una sonrisa amable
mañana hablaremos, un beso generoso
desvanecía mi apremio.
Amor optimista
extraño tu calor.
Sin sol duele el suspiro
festeja el invierno.
Las manos me frotará.
Chiquita , ¿cómo estas?
Chiiquita, ¿cómo te fue en tus clases?
Ayyy… lo extraño tanto…tanto en esto días fríos.
Dolly de Calderón
ABIGEOS
Es de día, el sol se asoma a través de los cerros, y con su calor va secando el rocío de la noche.
Las aves cantan y se escucha el balido de las ovejas.
Olor a café recién pasado, el pan en la mesa. Justo se apura en terminar su desayuno y empezar la jornada. Tiene que caminar horas a través de los cerros, pues le han informado que unos hombres se están llevando su ganado.
A mitad de camino se encuentra con Gregorio, quien es su ayudante, y armados con simples carabinas, van en busca de los abigeos. Son tres los malhechores, pero no se amilanan ante el peligro.
Después de haber surcado cerros y atravesar los campos de gramíneas, se despiden del olor de eucaliptos, cuyo alcanfor impregna la atmósfera, y del rumor del río que corre caudaloso en esta época del año.
Llegó la hora del enfrentamiento.
– Gregorio, ¡métele candela! Y el joven empieza a disparar, hiriendo a uno por las piernas.
-Patrón, ¡cuidado con el que tienes a tu espalda! Justo se percata, y le da un golpe con la escopeta, haciéndole tambalear, y sin más, dispara el tercer ladrón que venía cerca.
Lograron amarrar con cuerdas a los tres, encargándole Justo a Gregorio que vaya en busca de las autoridades. Lamentablemente no las halló, pues éstas estaban tomando en la cantina del pueblo. Entonces buscaron a los ronderos y ya ellos se hicieron cargo de los fascinerosos. Gregorio contó su ganado, y afortunadamente no le faltaba res alguna. Pero pensó: desgracia la nuestra de no contar con la justicia y estar sujetos a tantas arbitrariedades.
María Teresa Uceda de Rodríguez
BRAVO CHICO*, chica brava…
Otra fría noche de guardia, promete ser interesante, porque en el turno soy la nueva del equipo de reten. Me dirijo a la jefatura de Enfermeras, hablando para mí sola: que me toque pediatría, sí pediatría…
_ Señorita Enfermera vaya usted a recuperación post anestésica me indica la jefe, (conocía muy poco ese servicio); en fin, a cumplir se ha dicho.
Tomo mi turno, ya en mi puesto de trabajo observo que sólo tengo cuatro pacientes. ¡Qué suerte solo cuatro! dice la auxiliar de enfermería asignada a mi área. Emilia es una señora robusta, entrada en años y se le ve con mucha experiencia en el cargo.
Camillas van y camillas vienen. Ingresan pacientes recién operados aún semidormidos, otros ya despiertos regresan a sus salas de origen. Entre los cuatro pacientes tengo dos damas cesareadas, un anciano operado de hernia y un adulto herido por arma blanca en el abdomen. Es una herida muy extensa reportaron que afectó gran parte del hígado.
A las 9 pm, es la hora de la cena del personal, la Sra. Emilia me dice:
_ Señorita voy a la cena, le traeré su ración.
_ Está bien, me quedaré controlando a los pacientes.
Verificando las venoclisis, llama mi atención el paciente adulto, está sujeto con esposas a la camilla, y en su rostro tiene varias cicatrices, lo mismo que en sus brazos, hay tantas que simulan escaleras.
_ ¡Apaguen la luz, que quiero dormir! , grita de un extremo el paciente anciano.
Así lo hago, bajo la intensidad del fluorescente. Las otras pacientes duermen plácidamente.
Cuando estoy a punto de sentarme a escribir los registros, escucho otro grito diferente, es la voz del preso…
_ ¡Enfermera, enfermera, quiero orinar, apúrate! ¡Alcánzame el papagayo…!
Comprendo su apremio, de inmediato me calzo los guantes y llevo el urinario metálico, titubeo un poco, el sujeto me mira y grita iracundo:
_ Colócalo, colócalo ¡¿no ves que estoy amarrado?!!!
Levanto suavemente las sábanas, luego la bata e intento colocarle bien el urinario, el pubis del paciente tiene abundantes vellos negros y la luz tenue no permite ver bien, al coger sus genitales…lo que observo me deja sin aliento y dando un grito dejo caer el objeto metálico sobre el abdomen del paciente, éste se ríe mirándome burlonamente.
En ese preciso momento regresa la señora Emilia y al verme asustada me dice:
-¿Que pasó señorita?
_ Ahí, ahí un insecto, le digo señalando el pubis de nuestro paciente, él quería miccionar…
Ella enciende la luz, retira la sábana y de un golpe le coloca el urinario diciéndole:
_Haber mañoso, atrevido, insolente; ahora te la veras conmigo.
_ Cuidado, cuidado, me duele, replica el preso.
_ Ven, ven, medice, no te asustes es solo un tatuaje, lo que vi era la figura de un alacrán verde platinado perfectamente dibujado entre sus negros vellos y pocos centímetros más abajo una inscripción con pésima ortografía decía: VUEN PROBECHO.
_ Así es aquí me dice doña Emilia, hay cada sorpresa. Por eso en Bravo Chico, tú tienes que ser una chica brava.
Ida Gonzáles Rafael
*Historia de la vida real.
*Bravo Chico, así se le llama también hoy al hospital Hipólito Unanue del Agustino.
Guillermina
El perfil de la postulante no terminaba de encajar. Tenía algunos requisitos pero carecía de estudios universitarios. Sí, tenía experiencia docente, hablaba inglés con fluidez, estaba entre los veinte y treinta años, soltera, sin hijos. Contaba con el dinero que se requería para sus gastos personales mensuales en caso de obtener la invitación y demostraba en una cuenta bancaria, que podía pagar su pasaje de ida y vuelta a Estados Unidos.
Guillermina sabía que el consulado estadounidense en Lima -a criterio del oficial- podría entregarle la visa de estudiante J-1 pero el reporte de la evaluadora ayudaba, sí que ayudaba y mucho. El postulante debía tener vocación para la enseñanza. Guillermina lo sabía. Lo entendía a la perfección. Había estudiado el perfil de la consejera. Sabía que era exigente. Mas Guillermina había urdido un plan. En esta situación específica, en esta Lima despiadada, su físico- al contrario que en otras oportunidades- sí valía. Era baja de estatura, de rasgos indígenas, ojos vivaces, delgada, su vestimenta demostraba su origen humilde. Mas dentro de esa simpleza, sus gestos corporales manifestaban seguridad. Sabía que todo aquello contaba a su favor. Se las iba a jugar.
Asistiría a las sesiones de consejería puntualmente. Le presentaría todos los requisitos a tiempo. Sabía que ese detalle- el venir de lo más profundo de la serranía- había calado en la entrevistadora. Era muy difícil que alguien con su perfil accediera al programa pero comprendía que a veces puede haber excepciones. Y ella era la excepción. Entendía esa fascinación salvadora que tienen algunas personas por las historias de superación. ¡Justo lo que necesitaba! Que le tengan simpatía, hasta quizá un sentimiento de mezcla de compasión con orgullo por ayudar a un inmigrante de la sierra a ‘salir adelante’. Guillermina ya la había tasado. Esa consejera estaba fascinada, ¡la tenía entre sus manos!.
Limeña ridícula, estúpida, con aires de salvadora, qué se creía. Imbécil, vivía en su mundito cuadrado. Se había tragado el cuento que ella iría como voluntaria para enseñar castellano. A cambio recibiría casa, comida, estudios sobre metodología de enseñanza, seguro y un monto pequeño como compensación. ¡Cómo si eso bastase! La típica historia del ‘sueño americano’ ironizó.
Cumplió presentado una clase modelo, ensayos, respuestas a preguntas sobre adaptación y personalidad, materiales que llevaría para enseñar castellano a través de la cultura a los estudiantes del colegio que la invitase. Postulaba para ser una asistente del curso de castellano.
Tres meses después, llegó la tan ansiada invitación de un colegio de Quincy, Massachusetts para enseñar a niños entre 9 y 12 años por dos semestres académicos. Había demostrado al colegio cuáles serían sus contribuciones a la clase. Le dieron la visa. ¡Excelente! Lo logró.
Empezaba el otoño en Quincy, la familia que la acogería, los profesores y algunos estudiantes fueron al aeropuerto Logan a recibir a Guillermina con pancartas de bienvenida. Minutos, horas pasaron. La asistente de castellano no llegaba. Se fueron retirando, uno a uno toda la comitiva, con la ilusión que llegaría en el próximo vuelo. Tenían la certeza que se había embarcado en Lima rumbo a Estados Unidos.
Una semana después, la consejera educacional recibió un e-mail de la institución. En él la copiaban y decía textualmente “Gracias por la oportunidad, pero necesito trabajar para enviar dinero a mi familia. Soy pobre. Guillermina.”
Rosa María Dede Abuhadba