En torno a un symposium
Al pie de un mal retrato de Vallejo
dirimirán mañana
cuáles secretas sogas del ahorcado
conforman nuestra red. A nosotros
que no investigamos ni el color de las aguas
antes de arrojarnos con una piedra al cuello,
esas dragas inútiles
seguirán importándonos, realmente, un carajo.
Ellos descubrirán
que nuestros versos más inofensivos
producen, además de ceguera,
una enfermedad verdosa
cuyos síntomas se advierten después de la muerte,
achacándolo
a nuestro desconocimiento de los resortes filoso-
ciales de la poesía.
“Fornicaban entre párrafo y párrafo, dirán,
y leían manuales terroristas
en lugar de aplicarse al estudio de Heiddegger”.
Nosotros, entretanto,
aconsejaremos a nuestro bisnietos
el modo de seguir poniendo cuernos
a toda esa partida de cojudos.
De Pedestal para nadie (1970)
César Calvo (Iquitos, 1940-Lima, 2000)
Poeta al británico modo. Amigo de todos (Alan García, Chabuca Granda, Rodolfo Hinostroza, Perú Negro, etc.). Dedicó un poema al Gral. Juan Velazco Alvarado. Viajó mucho y las ciudades que más le gustaron fueron Praga, Rio de Janeiro y Cuzco; Lima, en absoluto. Muy eficaz con las latinas. Cultivó la poesía para hacerse querer. También con similar intención su prosa; pero aquí, en sus novelas e incluso conferencias, gana en sobriedad –sin perder eficacia comunicativa– su notable intuición para la retórica y su extraordinario oído para lo coloquial. Hijo de las bondades y derroches de su tiempo (la idea de la revolución a la vuelta de la esquina, los largos brindis celebrando la amistad, un concepto civil de la poesía) y de las miserias y prejuicios también de su tiempo (ingenuidad incommensurable de lo que es uno, de lo que es la sociedad, de lo que es la poesía). De pura empatía con los habitantes de su barrio del cercado de Lima, acaso jamás dejó de sentirse un canillita o un roba-autos; en esto se toca con José Watanabe que en sus mejores poemas asoma siempre la sabiduría y la sal de su Laredo. En fin, hay más que decir, pero no lo decimos; algo más probablemente sobre Las tres mitades de Ino Moxo (1981). Hasta otra ocasión.