Salvo los discursos que se pronuncian en su entierro, el retrato que le esculpe José Drecrefft, las pocas fotografías en las que aparece, y los testimonios de quienes fueron sus amigos, no hay memoria de quien es ahora uno de los poetas latinoamericanos más importantes. El dibujo que hace Picasso de Vallejo es un tributo póstumo. Sólo se puede conjeturar sobre la imagen que tienen los demás de él. El poeta del que han leído poco o nada. El cronista que los entrevista o los explica a veces con poco o demasiado aprecio. El peruano que tiene cachuelos por empleo. El que sueña con la revista propia. El becario del gobierno español que no asiste a clases y hace agitados viajes a España. El propagandista del indigenismo o del gobierno peruano. El materialista que aún en 1929 le pide a su hermano que le mande a decir misa al santo de su pueblo porque le ha pedido que le “saque de un asunto”. El periodista que fue a Rusia como free-lance. El activista que deporta el gobierno francés. El escritor ignorado por la Revista de Occidente y La Gaceta Literaria. El dramaturgo que Camila Quiroga y Louis Jouvet rechazan. El marido de la “hija de concierge” como la llama Neruda a Georgette Phillipart. El “criollo” que maquina fraudes con los que engaña a dos gobiernos. El métèque que no paga el alquiler. El “cholo” que vive en París y cuyo regreso al Perú nadie toma en serio. La encarnación del pathos. El “zorrillo” de Montparnasse. ¿Cuál sería la palabra usada por latinoamericanos para referirse a quienes como él tenían como acreedores a sus amigos? ¿Cuál retrato hubieran preferido o preferían quienes lo conocieron: el de la escultura de Joseph Decrefft o el de las caricaturas de Toño Salazar?
Podestá, Guido A.
1994 Desde Lutecia. Anacronismo y modernidad en los escritos teatrales de César Vallejo. Berkeley, CA: Latinoamericana Editores. 20-21