La lluvia en Foz do Iguaçu es tal que, a través de mi ventana, parece ya un bulto, ya una espalda cargada. Juvenal Agüero se ha retirado, durante todo este quemante verano iguacuence, a su aire acondicionado. Y como su apartamento, en la populosa residencial Abaetȇ, queda próximo al Shopping Cataratas; es aquí donde descarga su desconcierto metereológico y su interina soledad mirando hasta la más ínfima de las películas en cartelera; “Lego”, así como suena, fue la más reciente. Pero antes ha visto ya todas las gringadas que cuelgan de jueves a jueves… gringadas de héroe inequívoco y de heroína ineludible también. El equipo de TV y el showbox que compró en Ciudad del Este, e instalado trabajosamente en su sala, no funciona más; y si funcionara sería lo mismo porque la única fuente de aire acondicionado –que le permite sobrevivir los cotidianos 40 grados, a la sombra, y como 50 sobre su piel limeña si se expone directamente a la luz– está en su dormitorio.
Dos veces por semana va a trabajar a la UNILA; mejor dicho, dos mañanas donde inventa algunas actividades, por lo general ceñidas al plan de estudios, para entretener a sus listísimos estudiantes; aunque muy lindos todos, eso sí. Hace poco, en el marco de una de sus aulas, Juvenal junto con sus alumnos inventaron al poeta brasiguayo Alejandro Abdul. Lindo tipo también, medio brasileño, medio paraguayo, medio árabe, medio alfabetizado –en portugués y en español– y medio cabro. Claro, esto último, en el sentido que le encuentra el tan legible Enrique Anderson Imbert a las cosas: “Nos habitan los dos sexos, y en nuestra vida social procuramos disimular el que nos incomoda. Sólo que, al escribir, actúa también el otro sexo, el invisible […] En todo caso, la biografía de un escritor debería ser como la de Tiresias, que vivía años con figura de hombre y años con figura de mujer, y sabía tanto de hombres y mujeres por igual que los mismos dioses lo consultaban”.
Alejandro Abdul que ya tiene libro-cartonera, A garganta do diabo, y videos y dibujos y cuya figura inventada por nosotros, una entre muchas, antecede ahora mismo en Google al verdadero Alejandro Abdul, un jeque árabe que por la pinta y los adornos parecería saudí.