Persuaden de manera legítima las palabras de Antenor Orrego cuando advierte que, para conocer la grandeza del autor de Trilce, debemos recurrir a sus raíces, es decir, Santiago de Chuco, Trujillo, y sobre todo –enfatiza– en Lima, ciudad “donde forjó y troqueló su voluntad de artista en pugna titánica con el sufrimiento y la incomprensión ambientes” (Orrego, 1989, p. 35). Es éste ángulo que avizora Pedro Granados en su última entrega titulada Vallejo sin fronteras, para demostrarnos –más allá de las múltiples interpretaciones cronológicas de la poética vallejiana–, la feraz contextualización de la vida y obra de aquel hombre y sus circunstancias, en la cosmopolita y excluyente Lima de los años veinte.
Vallejo sin fronteras, es un decágono ensayístico que mueve sus aristas en la compleja dimensionalidad del poeta santiaguino. En ella encontramos diversos estudios que van desde el análisis del rol de la mujer en la poética vallejiana, hasta una pausada y emocionante caminata del autor por los corredores, el patio empedrado y los poyos –retrayendo versos y visualizando huellas ausentes y presentes– en aquella casa que vio nacer a César Vallejo; pasando por una interesantísima propuesta sobre el origen de Trilce como muletilla de canto y adorno del baile de jarana; un inquietante acercamiento que navega entre coincidencias y divergencias entre Borges y Vallejo; y , finalmente, el rol preponderante e indiscutible de la tenaz esposa del poeta: Georgette Vallejo.
Granados brinda especial relevancia en su estudio a los alcances de la tipicidad andrógina en la poética vallejiana. Verbigracia de elocuencia en este rubro, Vallejo escribe:
Amada! Y cantarás;
y ha de vibrar el femenino en mi alma,
como en una enlutada catedral. (Yeso, LHN)
o
Y hembra es el alma del ausente.
Y hembra es el alma mía. (Trilce IX)
El autor de Vallejo sin fronteras, considera que esta “alteridad femenina vallejiana” no solo tiene que ver con la identidad sexual del poeta, sino que, necesariamente se encuentra circunscrito en el rol preponderante del oxímoron, tan característicos en su segunda obra del año 22.
Asimismo, Trilce, es el giro lingüístico que ha despertado una de las más avivadas flamas en la exégesis vallejiana, y por supuesto, el misterio se agiganta para el común de los lectores. Desentrañar las claves de su origen, ha determinado que, muchos de los estudiosos hayan recurrido al análisis semántico para encontrar una posible respuesta. He aquí algunas de las propuestas que me permito anotar: según el precio de la obra –3 libras– que daría lugar de tres, tres, tres…trisss, trisess, trilsss…Trilce. (Coyné, 1968, pp. 126-127); Juan Larrea, por su lado conjetura “Así como de duplo se pasa a Triple, de dúo a trío, de duplicidad a triplicidad, Vallejo sintió oportuno pasar verbalmente de dulce a trilce” (Aula Vallejo 2, p.242); Roland Forgues, a partir del verso del poema XXXII: Tres trillones y trece calorías; asegura que “en la cadena hablada de dicho verso, está contenida la palabra “trilce”. (Caminando con César Vallejo, 1988, p. 139); y, finalmente, hasta el nombre de una flor ya extinta de los valles interandinos (José A. Mazzotti, 2006, p. 98ª. Cf. Marco A. Denegri, 2009, p. 85). Dejando atrás estas perspectivas, Granados postula con alcances innovadores que, la raíz fundamental o germen de este neologismo –complicado para muchos, misterioso para otros y carente de significado para el mismísimo poeta santiaguino–, se encuentran en los entresijos de las muletillas de canto y adorno del baile de jarana limeña.
Ahondando en los argumentos de las fórmulas, Granados considera que de acuerdo a los datos consignados por uno de los biógrafos más importantes del poeta, Juan Espejo Asturrizaga, (yo agregaría, además, a decir de Antenor Orrego), Trilce fue escrito en su mayoría en la capital peruana, mucho antes de los aciagos sucesos ocurridos en los años veinte en su ciudad natal. Habiendo Vallejo vivido en Lima de manera casi consecutiva desde 1918 -23, y a decir de Pablo Guevara, un total de cinco años y medio en una ciudad que, “nunca le asimiló, nunca lo intentó mucho menos lo admitió o puso a prueba o le tuvo mayores consideraciones…”. (Granados, 2010, p.44); ello no impidió que el poeta se enfrascara, necesariamente, en las costumbres cotidianas capitalinas, así lo certifica Espejo Asturrizaga: “César Vallejo bebía con frecuencia, jaraneaba e iba ocasionalmente a fumaderos de opio y a casas de tolerancia; “No pudo, pues, escapar a ese snobismo importado que, en aquellos días, imperó entre escritores y periodistas”.
“La clave de Trilce, es la bohemia. Y encontramos en ella un muy posible y sugestivo antecedente de Trilce como ‛término o muletilla’, a manera de (‛Tri la’)”–afirma Granados. Bohemia vallejiana relacionada con la música criolla (en especial, la marinera limeña y específicamente, la marinera de capricho), en cuyos estribillos –que figuran como complementos inagotables de especial armonía al final de los compases y que brinda a la marinera limeña, según Llórens y Santa Cruz, el característico “remate de resbalosa y fugas”–, anuncian en el “Tri lalala”, la fuente que inspira a Vallejo la estructuración del neologismo. Veamos un ejemplo que ilumina la propuesta granadina.
Mándame quitar la vida
(Marinera)
Mándame quitar la vida, andar andar
Tri lalalalala
Tri lala si es delito
el adorarte (Bis)… (Santa Cruz 53)
Granados, considera que Vallejo no solo ha navegado con su más preclaro sentimiento e interés en el epicentro de su Sierra de mi Perú, sino “en el mestizaje y modernización de la Lima” de entonces. Luego, culmina lanzando al ruedo literario, una moneda cargada de inquietudes: investigar el rol de lo afroperuano “sin el cual no es posible la marinera y tampoco este poemario [Trilce]”
En fin, asistimos, pues, a la apertura de un interesante panorama que nos brinda el poeta y escritor, Pedro Granados. Propuesta que genera, indudablemente, grandes expectativas en la comunidad vallejiana, por conocer más de cerca las influencias que recibió Vallejo en la Lima de entonces, para crear una obra de singular originalidad que rompió los cánones establecidos: Trilce – 1922, cuya estética solo la historia ha sabido valorar en su debida dimensionalidad.