La institución literaria del gobierno del PLD (2004-2008, 2008-2012), a través de la Secretaría de Cultura/ UASD (Universidad Autónoma de Santo Domingo), ha sabido percibir y entender –desde su primer periodo de gobierno– la necesidad de la promoción social y educativa del país, también, a través de los talleres de creación literaria; sobre todo, aquellos avocados al ejercicio de la poesía. Por lo tanto, a esta hora estos últimos han proliferado, con el auspicio directo o indirecto del gobierno, a lo largo de todo el suelo dominicano. E incluso esta oportuna iniciativa de democratización de la producción cultural, sobre todo en el trabajo con los jóvenes, se ha visto realzada por su pronta publicación a través de –aunque no únicamente– la Editorial Ángeles de Fierro (San Francisco de Macorís). La que ha ido publicando tanto los frutos de los nóveles talleristas como –sino más– los libros de los escritores comprometidos con esta iniciativa; la gran mayoría de estos, miembros a su vez, del Taller Literario César Vallejo (auspiciado por la UASD).
Una iniciativa de inclusión social a través de la cultura que, como sabemos, no es nueva en Latino América (baste recordar, a manera de ejemplo, la labor de Ernesto Cardenal en Nicaragua y el auge de una estética –coloquial-exteriorista– y de una ideología o teología, la de la liberación); es más, que siempre estará en los planes de cualquiera de nuestros gobiernos como un modo de desfogar tensiones sociales o, mejor aún, tener bajo control la cultura (¿México?, ¿el proyecto pendiente de debate por un ministerio análogo en el Perú?). Implementación populista pues, la del PLD, que brinda con una mano lo que, acaso, va quitando ávidamente con la otra. Y decimos esto porque los frutos propiamente artísticos de esta encomiable misión, docente y editorial, exhibe –no sin algunas felices excepciones– cierta, digamos, uniformidad en el estilo. No podría ser para menos cuando los facilitadores o asesores de dichos talleres militan, en su mayoría, en periclitadas prácticas literarias (esencialistas, canónicas, ranciamente vanguardistas); y, sobre todo, porque los mismos no invitan o no pueden o no se atreven a pensar críticamente. Grosso modo, pareciera que este montaje institucional –aparte del gesto político- populista ya señalado– responde a una estrategia para contrarrestar la crítica contra el gobierno que –desde la poesía y la Internet– han sabido articular los que en otro lado hemos denominado “poetas neo-testimoniales” (Juan Dicent, Homero Pumarol, Rita Indiana y Frank Báez, sobre todo); y la que desde el interior mismo de la media isla ha sabido elaborar con valentía y humor –y extraordinario talento– un poeta como Glaem “Pipen” Parls (líder de los “erranticistas”).
Inclusión no significa homogenización; menos, alienación o antídoto contra la crítica (y la belleza). Deseamos lo mejor para la literatura dominicana porque, aunque como híbridos andino-caribeños, también estamos integrados a ella ( basta ir a google). Sería fabuloso para la República Dominicana –su pueblo es de los más listos, receptivos y creativos que jamás hemos conocido– que también los “neo-testimoniales” hagan taller por radio allí, y Junot Díaz en Villa Mella, y Armando Almánzar Botello en las zonas de la ciudad que le sean más entrañables, y Soledad Álvarez expanda su glamour entre las niñas de San Cristóbal, y por qué no Glaem “Pipen” Parls, con allegados, deje escuchar sus ecos al interior mismo del patio presidencial.