Poeta Armando Almánzar Botello
Querido Pedro, ya conocía el breve texto poético de Albany Aquino dedicado a Fernando Vargas Jiménez. Conozco de Albany, además, su segundo libro y me parece muy bueno.
Con respecto a los juicios de Eloy Alberto Tejera, a quien por cierto no conozco, debo decirte que la verdadera perversión está en descalificar de ese modo el apoyo moral y psicológico, el respaldo afectivo y material recibido por Fernando de parte de muchos amigos de R.D. que como quien suscribe, supieron levantarse de madrugada -a instancias de la noble madre de Fernando, mi querida Doña Luisa Jiménez, ya fallecida-, a buscarlo por toda la Zona Colonial para suministrarle sus medicamentos. Fernando recibió muestras permanentes de mi amistad desde el año 1977 en que nos comenzamos a tratar asiduamente. Si Fernando no se alojó regularmente en mi modesto hogar fue porque él no quiso. Mi esposa, mi madre y mi familia en general siempre estuvieron en disposición de recibirlo con vivo aprecio . Albany mismo, quien en años más recientes también se hizo amigo de Fernando y lo respaldó de forma incondicional en muchas ocasiones, te puede testimoniar si éste fue totalmente abandonado por sus amigos verdaderos.
Amigos de Fernando que lo socorrieron de forma sostenida son: el pintor Dionisio Blanco, la psicóloga y profesora de la UASD Clara Benedicto, la antropóloga y terapeuta Fátima Portorreal, Iván Henríquez, de la familia Henríquez Ureña, el terapeuta Nino Roca, de Higuey (fallecido), Basilio Belliard (con quien realicé varias gestiones para hospitalizar a Fernando), el Dr. Fernando Sánchez Martínez, psiquiatra y ex-rector de la UASD, mis propios padres y mi familia, que supieron siempre acogerlo con cariño y admiración, el poeta y cuñado de Fernando, Cayo Claudio Espinal, y un extenso etcétera que no puedo ahora especificar.
Parece que ese señor Tejera está disgustado con el Gobierno o con ciertos escritores y artistas dominicanos. Ello no debe impulsarlo a escribir tonterías y falsedades: Fernando no viene al país porque su situación como inmigrante no se lo permite. Sus hijos y su ex-esposa están todos en Estados Unidos, pero él no está dentro de la normativa norteamericana para poder salir y entrar. Si sale no puede volver.
Por lo demás, Fernando vive añorando el país dominicano. Nos reunimos con frecuencia en Nueva York el año pasado para visitar museos, y en particular la exposición-centenario de Francis Bacon. Hablo con Fernando regularmente por vía telefónica. Hace cuatro días se produjo nuestra última conversación telefónica para informarme que había recibido -en parte como efecto de las gestiones que el psicólogo Tony de Moya y yo le ayudamos a realizar- el monto de su pensión como ex-profesor de la USAD. Me habló, además, de la publicación de un libro de poemas de su autoría que desearía editar e imprimir en el país.
Dicho sea de paso, Fernando no es sólo un erudito en letras clásicas y modernas, especializado en literatura inglesa, norteamericana y francesa, sino también un excelente poeta y crítico. El mejor texto sobre la pintura del artista dominicano Dionisio Blanco es un libro de la autoría de Fernando Vargas que yo tuve el privilegio de revisar para su edición.
No niego la realidad de ciertos prejuicios, envidias y resquemores locales en el campo político y cultural, pero eso no invalida la generosidad de los verdaderos amigos de Fernando, ni mucho menos la real generosidad del pueblo dominicano y, en particular, la de muchos de sus intelectuales y artistas, los cuales, en situaciones en las que se requiere de su ayuda y sensibilidad humana saben responder solidariamente .
Y para cerrar con una expresión popular: Una cosa piensa el burro y otra el que lo apareja. Un abrazo afectuoso.
Armandito.
Este texto se conecta con el de ayer; a raíz de un poema, “En la cafetera” de Albany Aquino, dedicado a F. V. J. Aún no me consta que éste sea un gran poeta (envíenme textos), pero honestamente quisiera que lo sea. En general, es una reacción muy dominicana (isleña) y, por qué no, hispana en general, el halago excesivo de lo propio. Y mi trabajo crítico, más bien, corresponde al de un habitante de una tierra de nadie; militante de lo andino-caribeño por pura juvenil (Juvenal) arrechura. Es decir, uno ejercido por placer –no menos riesgozo en medio de nuestras instituciones cada vez más puritanas, incluida la literaria– y de modo gratuito (sin recompensa partidaria ni sueldo alguno). Es bajo este tenor que voy muy avanzado ya en un manuscrito titulado, “Breve teatro para leer: poesía dominicana 1980 – 2010”, que espero terminar muy pronto y publicar este mismo año.