Cuando la humedad invade las noches asuncenas y un sudario de gotas
casi imperceptibles se apodera de la ciudad dormida, cubre sus calles
y sus plazas, es cuando también me invade la felicidad. Son las
mejores noches para captar radios argentinas desde este suburbio
asunceno, una de sus ciudades dormitorios: Lambaré.
Permanezco acostada y veo con la imaginación las calles por donde
Julio Lagos, de radio 10, camina o va en un coche, tan lentamente, que
puede acceder a los rincones poéticos y escondidos que tiene esa
metrópolis de los 100 barrios porteños.
Fuí criada en Buenso Aires, donde vivimos con mi familia durante 18
años, tengo tres hermanos nacidos en ese país que siempre acogió a los
parguayos, les dió trabajo y educación. Mi familia regresó luego al
Paraguay, cuando Stroessner dio permiso para que los opositores
regresen y allí comenzó el exilio mío y de mis hermanos. Ahora estamos
totalmente integrados a nuestro país, incluso dos de mis hermanos
argentinos se nacionalizaron como paraguayos, pero para mí, Buenos
Aires es como el paraíso perdido.
Por eso, cuando escucho programas de radios rioplatenses, me parece
haber vuelto, me parece oler el aroma de los bizcochitos de grasa de
la panadería que funcionaba en la esquina de nuestra casa, en Pedro
Morán y Artigas. Creo escuchar otra vez el grito del botellero, aunque
supongo que a estas alturas se llamarán de otro modo y, cuando estoy
muy inspirada, me parece ver esos caballos percherones que tiraban los
carros de los soderos.
Luego de este ejercicio de nostalgia pegajosa, me levanto con ánimos y
aprecio mucho más mi realidad actual. Abro las ventanas para mirar el
follaje, el verde intenso de los árboles de mi casa y la tierra roja
que los sustenta. Soy mitad y mitad – descubro con orgullo- mi pasado
es argentino y, mi presente y mi futuro paraguayos.
Inédito, cortesía de la autora.