La poetisa Gloria Mendoza Borda, nacida en Puno, Perú, en 1948, no se ha propuesto como una tarea estética convertirse en la voz andina de la poesía de su país. Ella es esa voz. Lo es de una manera natural porque respiró ese aire desde que abrió los ojos y aprendió con su madre -una maestra rural- a entender la vida que la rodeaba.
De ahí que mientras otros autores tengan que usar goma de pegar y chirimbolos comprados en quioscos de turistas para demostrar que son autóctonos, a esta mujer le basta con evocar unos pasajes, revisar unas cartas de amor o asomarse a unas fotos para que el poema sea fiel a una cultura que está debajo de los trajes de colores y no necesita tener siempre de fondo la cordillera.
La escritora, de madre quechua y padre aymará, siguió cursos de letras en la Universidad San Antonio Abad del Cusco y luego se graduó en Ciencias de la Educación en la Universidad Nacional de Huamanga.
Mediante la utilización de un estilo directo, sin muchos aderezos, con un español austero y bien administrado, Gloria Mendoza Borda inserta, desliza, deja caer con suavidad y sencillez, elementos de las lenguas de sus antepasados que llegan al texto como si el poema no pudiera continuar sin ellos.
En el verano pasado, en la presentación de una antología de poetas peruanos para la revista colombiana Arquitrave, Pedro Granados escribió sobre ella: «Ha sabido aclimatar como nadie en castellano -salvo Vallejo, Arguedas o su conterráneo Carlos Oquendo de Amat- la sensibilidad de la lengua aborigen».
La poesía de Gloria Mendoza Borda tiene una música especial. Las palabras con las que identifica ciertos sentimientos y otras que le sirven para contar historias de personas importantes de su mundo, no tienen momento fijo para aparecer, no hay cuotas ni obligaciones, entran con llaneza en el texto y le dan la identidad y la fuerza que se puede percibir en toda la estructura de sus libros.
La escritora, que enseña actualmente en Arequipa, ha publicado Wilayar, Los grillos tomaron tu cimbre, Lugares que tus ojos ignoran y Dulce naranja, dulce luna.
La cultura de la que vienen sus padres y su familia parece ser para la señora Mendoza Borda una mina a cielo abierto. Una riqueza enorme y pública que está al alcance de todos, pero ella sabe muy bien qué llaves (palabras) son buenas y qué horario es el preciso para apropiarse de unas cuentas piedras de ley. Y repartirlas.
El Mundo. Sábado, 26 de enero de 2008. Año: XVIII. Numero: 6613.