Un presidente verboso que ha seducido a su propia ambición a creerse portadora de un “destino”, cuando habla al país, únicamente puede construir un país subjuntivo.
Un país subjuntivo sólo existe en el futuro, se proyecta como posibilidad, casi es antítesis del amargo de retama del presente. El Leonel Fernández que habló este lunes pasado lo sabía, por eso sus palabras les roban el presente a los dominicanos.
Más de ciento treinta años de autoritarismo es flagrantemente una violencia empotrada en la personalidad nacional. La gente dice aquí que de alguna manera todos llevamos un “trujillito” por dentro, y si las palabras deben ser usadas para comprender y explicar, no para controlar y oprimir, ese “trujillito” por dentro es una advertencia respecto de una historia de azarosas complacencias opresivas.
El presidente Fernández ha abusado del recurso de la palabra, la ha usado en demasía para mentir, encubrir y seducir; y revolcándose en los zarzales del poder terrenal, su “trujillito por dentro”, prefigura tan sólo un país subjuntivo.
Mirándolo sentí pena, la comedia que lo hundía en la impostura le hacía cambiar sus actos en gestos; porque para él la verdad y la fábula son lo mismo.
Definitivamente, el Presidente es un ser de ceremonias.
Yo habría aceptado mi destino de vivir en ese país subjuntivo, pero ¿y qué hago con el presente? ¿Quién gastó más de cuarenta mil millones de pesos en la reelección?
¿Cuál es el nivel de despojo de la riqueza social que la corrupción actual nos arranca?
¿Quién decide las prioridades, y privilegia la inversión pública en un Metro, en el pago a tránsfugas, en negociantes de la política, en parásitos sociales?
¿Quién ha nombrado cerca de trescientos subsecretarios de Estado, casi doscientos secretarios, con cartera y sin cartera; miles de “inspectores” de la presidencia, casi cien vicecónsules en EU, y un personal diplomático supernumerario?
¿Quién paga a funcionarios salarios que alcanzan millones, y niega a los médicos una justa retribución?
¿Por qué el PLD financia con dinero del Estado la nómina de sus activistas? ¿A quién le pregunto por el alza indetenible de los precios, la degradación del nivel de vida, la falta de seguridad? ¿Quién responde por el estado de la educación nacional, la más paupérrima del continente; o por el calamitoso sistema de salud, o por los apagones? ¿Con quién discuto sobre la estafa en que se ha convertido el sistema de seguridad social? ¿Debo olvidar la prostitución de las instituciones, la marina, la policía y otras?
¡Oh, Dios! ¿Y ese presente no incluye, acaso, la corrupción moral que se despliega imperturbable como paradigma desde la gestión pública, el desasosiego espiritual y la quiebra de los valores? Definitivamente el Presidente es un ser de ceremonias. Y el presente lo atormenta, como las angustias de una actriz que envejece.
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