LINCERÍA
“oh lince, mi amor, mi amor lince.”
Pound
Leer este fenómeno ya es molde de la niebla. Aparece
desplazado a una región difícil. Pero pasa que el pensar (que
va como torrente) se involucra para hacer del desfase diferen-
cia. Siempre saca de lo amorfo la antigua percepción, de
modo que el absurdo boceta simetrías. Se conserva tan lúcida
en la curva de la córnea que simula reposar (pero en verdad
se muestra) mediante el argumento que expresa sus
constantes, bajo el tórrido estatuto de la audacia.
Yo pinto su perfil fijándolo a un desvío y (en esta sola
hipótesis) le doy actualidad.
León Félix Batista
El neologismo «lincería», empleado a manera de título del primer poema del citado libro, guarda una relación de evocación directa con el vocablo «lencería»: «ropa interior femenina» y con el bello verso de Ezra Pound (que aparece citado sintomáticamente en español en el epígrafe que precede al texto): «oh lince, mi lince, mi amor lince», con el cual establece un vínculo semiótico que lo sitúa, entre el conjunto de signos que integran el texto, como una forma-sentido de significado (semántico) intencionalmente ambiguo: quizás esa lincería no sea otra cosa que las prendas íntimas que cubren el cuerpo del «amor lince», pero quizás es también otra cosa. Una cierta tensión se deriva, en efecto, de este primer hallazgo verbal de León en este texto, tensión que poco a poco irá deviniendo en inteligencia o lógica textual, a medida que se vayan sumando a esta primera forma-sentido las demás formas que componen el poema.
Descarto de entrada la tentación de considerar la escritura de León en Burdel nirvana como un remedo del automatismo. Más bien, me parece todo lo contrario: la tensión lógica que se establece entre los distintos segmentos de su texto está orientada, no hacia una orgásmica libertad de asociación (automatismo), sino hacia un desdoblamiento de la relación sintagma-paradigma. Y lo que es más: de este desdoblamiento (sistematizado en el proyecto de escritura de la mayoría de los poemas del libro) es de donde surge precisamente el efecto-destrucción-del-sentido que estos provocan en el plano de la lectura.
Sobrevive en este poema la vieja ideología simbolista del mensaje «encriptado», oculto bajo el manto impenetrable de la «Idea». Como ocurre en ese otro poema sorprendente que es Hechizos de la Hybris, de Plinio Chahín, lo escrito en «Lincería» se da a consumir bajo la especie de lo no-dicho, como si ese texto nos hablara de otra cosa radicalmente “distinta” de lo que dice.
De ser cierta esta hipótesis, entonces cabría preguntarse qué es lo que resulta destruido con la lectura-escritura de este poema, puesto que ni la técnica del mot valise, ni la del télescopage, ni el delirio concettista por el juego semántico están ausentes entre las distintas estrategias textuales empleadas por el autor en su escritura. ¿Qué es lo que se destruye, si, incluso, la sintaxis de éste y otros textos de Burdel nirvana merece muy pocas objeciones, quedando más que demostrado el dominio que posee nuestro autor de los signos de puntuación (algo que muchos de nuestros poetas usurpadores ignoran por completo, dicho sea de paso)?