Juvenal Agüero y el Caribe

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Si bien es cierto, Juvenal Agüero había sobrevolado alguna vez las playas de Cancún y admirado su mar esmeralda, jamás había caminado a sus anchas en alguna de las costas del Caribe. Como andino, y luego de haber vivido un tiempo en Cartagena de Indias, reconoce que lo caribeño es su complemento natural. Claro que entre los mismos caribeños persiste el mito de otros más caribeños todavía, o más naturales, o más libres, o más plenos, o más felices:
-”El que no ha zingado con haitiana, no conoce lo que es zingar”, afirma, por ejemplo, la mayoría de dominicanos que habita en la frontera con la república de Haití. Asimismo, ya sabemos que algo de esto es lo que animó a Don Alejo Carpentier a escribir Los pasos perdidos; mas, al menos Juvenal cree que los mitos son ciertos, que algunas veces se tornan en cabal realidad. El Caribe para un andino no sólo es erotismo, sino también mirada abierta, lucidez, asegura Juvenal, y agrega:
– ¿Te imaginas, peruano, si tienes un mínimo de sensibilidad y –a pesar de las tragedias que te ha tocado vivir– una elemental exigencia a la vida de dicha, de alegría, cachando con alguien donde tú te digas a ti mismo por la puta madre, qué maravilla el ser escuchado, el ser bien recibido como si hubieras estado ausente, por muchísimos años, de tu tan añorado hogar?
Juvenal Agüero se aproxima a la telaraña de estos recuerdos como si, después, necesariamente tuviera que morirse; algunos recuerdos se pagan con la propia vida, piensa. Lo cierto es que la mujer que conoció en Cartagena de Indias lo acompaña para siempre. Más allá de sus sueños, donde Zumurrub aparece de pronto en cualquier esquina; más allá de tener una pinga que bendecir, una rama de olivo con la que dar gracias al creador, porque la regó y supo hacer dar fruto abundante una hija suya. Una pinga, con la cual dar gracias, y un coño y unas tetas y unos ojos maravillosos y, otra vez, una chucha y un culo sonrientes y concertados con una pinga –en contra de todas las tinieblas–, eso fueron ambos amantes frente al mar y alto cielo de Cartagena de Indias.

Prepucio carmesí. Un chin de amor (Lima: San Marcos, 2005) 51-52.

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