Emulo el caudal de viento que arrastra salvajemente el caballo iracundo
en su lomo
El estruendo de un río cuya huida imparable pretende el infinito
Soy ese infinito
Habito las palabras del silencio hacia las miradas ajenas
Visto el eco de este pasillo cual una capa que abrigase mi frío
Y la capa se ondea en los giros a los que me aventura el camino
Y el aire la arrastra la agita y deja una estela de magia
Es un velo destinado en su vaivén a descubrir un secreto innombrable
Desacostumbro mis pisadas de los vagos rumores de la palabra
Me aviso a un silencio estático
Llueve.
Es un viernes señero que resume todos los otoños.
Me abro hacia la tarde, sin los antiguos miedos,
Desando las existencias que me poseen para liberar mi ser hacia esta inmensa plenitud.
Me embriago de-bocados-de-agua-de-esta-lluvia que se tiende como alfombra ante mis pasos.
Los goterones ahogan mis ojos.
Compilo las memorias de cada bocado mientras recorre mi cuerpo.
Me embarco en la sonrisa, sobre las frías aguas de la soledad y la distancia, ¿en qué peñascos me
harán anclar cuando, turbias, estas aguas me arrojen indolentes hacia la isla que puebla a las
almas?
Parto, ingrávida,
sin el peso de un pensamiento, de un sentimiento, de esta voz…
sin el peso de un latido.
*Jennifer Marline. Nació en Santo Domingo (R. D.), el 16 de marzo de 1985. Es estudiante de Comunicación Social y Columnista y colaboradora del suplemento cultural Ventana, Listín Diario. Ha sido incluida en la antología de poesía joven Safo, de la editorial Ángeles de Fierro (2004). Y es, de modo paralelo a una joven y aguda crítica, una promisoria excelente poeta. No pertenece al grupo de los erranticistas, aunque está en sus veintes como ellos, y por ahora se perfila más bien con una obra vinculada a lo mejor de las poetas de los 80 (Ej. Martha Rivera) y de años anteriores de su país.