Como decíamos en “La poesía que vendrá”, la obra de Carlos Rodríguez (Santo Domingo, 1951 – New York, 2001), entroncaba con lo que trataban de hacer los más jóvenes. Del Siglo de Oro español hasta Jaime Gil de Biedma, pasando por Antonio Machado y Luis Cernuda, la poesía del dominicano exhibía con acierto algo de aquel festín de la palabra sumado a una incisiva y, muy contemporánea, ironía:
“Sólo un ronquido escucho además de otro murmullo
que es constante.
Los cuervos hablan hoy en la mañana y mi ventana es un nidal.
El libro de estas cuerdas es una gran fiesta
que acaba a ratos.
Amanece y está el residuo limpio de la noche.
Una muchacha duerme en la otra sala,
un amante en el sofá y mi mujer, que es la del ronquido” (“Amanece”).
Creemos que los más jóvenes, como Néstor E. Rodríguez, optan también por este mismo disfrute distanciador e inteligente – intentando combinar tradición y lenguaje de la calle – que es la ironía. Aunque en Rodríguez prime, más bien, la tradicón; es decir, la reelaboración de ésta en un contexto, aunque inclusivo, preferentemente culto o letrado. Por ejemplo, sobre Animal pedestre –y luego de llamarnos la atención sobre la importancia en nuestro autor del tema del oficio del poeta o del proceso de la escritura– Wanda Cosme pasa oportunamente a ilustrarnos:
“Así queda reflejado en los poemas “Al margen del capítulo IX del oracional de Alonso de Cartagena” y “El poeta Francisco Bautista en la tranquilidad de una mañana estival”. En el primero la voz poética dice: “De todas las cosas que en el mundo son,/ una hay que supera en gracia aquellas/ de mayor estatura en la madeja ascendente de los hechos humanos/ la escritura es aquella que se dice por tal./ Por ella permanece lo dicho/ en el tiempo sucesivo del orbe terreno,/ archivo inmarcesible de las cosas todas que en el mundo son”. En el segundo poema de forma muy breve el poeta expresa: “Palabra, ¿por culpa/ de qué culpa/ me desvela tu tantálica materialidad?” (35)
La conciencia del peso de las palabras, entonces, y de la materialidad de la propia
identidad, agregaríamos nosotros. Materialidad múltiple, reactiva ante contextos diferentes y soluble, para ser más precisos:
Izamal, México
Lengua rota la que amarra
los ejes de esta comarca
y el amarillo encendido
de sus agrimensuras.
Asimilar la eclosión
de esa ruta accidentada
que se interpone al paisaje
como un espejismo,
invita al desasosiego.
Y sin embargo asientes,
regalas de tu fijeza
el don multiplicado.
La sotileza renacentista, el ingenio barroco y, paradójicamente, también el minimalismo y objetivismo de un Robert Frost van en auxilio del poeta que exhuma su propia dominicanidad ya ahora trasatlántica. La constatación de la cabeza bifronte que quizá todos estamos llamados a desarrollar:
Jano
Sobre la sombra única
el debate de dos rostros:
el uno agota los ardides del conocimiento puro,
la precaria soledad, la vela, los pulidos anaqueles.
Las huellas de la mano
le han revelado al otro
el sentido previo a la idea del tiempo.
No son para sus ojos
carne y fuego
verdades distintas,
sino una sola,
la misma de la noche repetida,
los silencios y las voces.
El uno indaga su imagen libresca
de ampulosas redes adjetivas.
Es uno su cuerpo,
como uno el gesto que lo abriga.
[…]
El doble murmullo.
[…]
El instante precisa un motivo irresoluto,
Jano ensaya su contorno.
(De Animal pedestre)