La autora de Cuando digo Magdalena habla de su nueva novela, La música de Julia (Alfaguara), del humor y las alucinaciones auditivas. Además, reflexiona sobre los límites de la enseñanza en los talleres de escritura
-¿Se puede enseñar a escribir?
-Sólo se pueden decir vaguedades. Ahora, la verdad es que para oír estas vaguedades viene la gente con muchas ganas. Yo puse un coto porque no tengo ganas de pasarme la vida en los talleres literarios. Tengo dos grupitos y basta, no voy a tomar más. Digo esto para que no crean que me estoy haciendo propaganda. De todos modos, es interesante ver lo poco que un escritor puede enseñar cuando ya está en el ocaso de su vida.
-Quien sabe está en mejores condiciones. La cuestión es hasta dónde se puede enseñar.
-No mucho más allá de lo superficial, sólo se puede enseñar el instrumento, como se enseña a tocar la guitarra; eso no garantiza que después vayan a hacerlo bien. Se puede, sí, dar un envión a los que vienen con pasta de escritor. E insistir con la levedad de la que hablaba Italo Calvino. Es bueno que la gente lo sepa: la literatura no es muy profunda, porque si se hace muy profunda ya no es literatura, es filosofía.
-Muchos escritores no dirían lo mismo.
-Porque creen que lo más interesante está en lo profundo, pero lo más interesante puede ser lo que es leve. Como decía Calvino en ese libro póstumo ( Seis propuestas para el próximo milenio ) que reúne las conferencias que debía pronunciar en Harvard: “No hay que confundir ligereza con frivolidad”.
Alicia Steimberg: Siempre tiene que haber placer
La autora de Cuando digo Magdalena habla de su nueva novela, La música de Julia (Alfaguara), del humor y las alucinaciones auditivas. Además, reflexiona sobre los límites de la enseñanza en los talleres de escritura
Por Fernando López | © LA NACION
“Empecemos por el libro, después nos vamos por las ramas.”
A Alicia Steimberg no le desagrada la propuesta:
-Eso es bueno- sonríe ella, que ha hecho maravillas en su obra aplicando ese derecho que asiste al escritor y que lo autoriza -son sus palabras- a “asociar lo que va escribiendo con cualquier cosa que se le ocurra”. El libro es, claro, La música de Julia , su última novela, donde caben el presente, los recuerdos, los puntos de vista y las ocurrencias de un hombre y una mujer de más de setenta años que se conocen desde siempre y se han reencontrado a tiempo para recrear una relación que conserva bastante de la antigua amistad, pero también tiene ahora algo del amor apacible de los años altos y mucho de la confianza y la tierna complicidad que da compartir fastidios, extrañamientos, malestares, nostalgias y sentimientos que se experimentan a esa altura de la vida. La dedicatoria es bien elocuente: “Para los que siempre pierden las llaves y los anteojos, y para los que nunca los pierden y nos acompañan, con dulzura, a buscarlos”. Casi podría decirse que en ella se anticipan el tema y el tono de la novela. Donde no faltan la ironía ni el humor -rasgos infaltables en los libros de Steimberg- y donde se perciben, como siempre, la libertad con que aborda la tarea de escribir y el placer que ésta le produce.
-¿De dónde salió el libro, de dónde vino?
-De alguna manera, aunque tienen distintos temas, en los libros yo me voy siguiendo a mí misma a través del tiempo. La música de Julia está centrado en la edad, en esta época de la vida (“este último tramo del camino”, dice Eduardo, uno de los narradores). En cambio, el otro (se refiere a Músicos y relojeros , aparecido en 1971 y cuya reedición coincide con el lanzamiento de la nueva novela) pasa por distintos momentos, no es tan biográfico (se interrumpe). Pero no, digo tonterías, no es biográfico. Quiero decir que Músicos y relojeros es un recuerdo convertido en otra cosa, en algo distinto pero basado en hechos importantes que uno vivió cuando era chico.
-¿Y La música de Julia?
-Diría que es una serie de escenas, de anécdotas, algo así como esas manchas que se hacen cuando uno pinta un dibujo, sobre unos personajes en cierta época de la vida. Y esto es muy central en el libro. Cada tanto se sabe que los personajes están pensando (o lo dicen) en la edad, en lo que fue antes, en lo que se vive ahora Pero tienen bastante buen humor, no son unos plomos, no hay lamentos. Yo siempre pienso: ¿de qué me voy a quejar ahora porque tengo setenta y pico? ¿Acaso no tuve yo veinte, treinta, cuarenta..? Se fueron, sí, pero
Para completar la frase, habría que recurrir a una línea de la novela: ” la vida todavía no se fue y se la puede aprovechar yendo al cine o a pasear por el Rosedal”. Pero ahora Alicia ha elegido volver a Músicos y relojeros :
-Aquel otro, mi primer libro, fue muy distinto. Estaba hasta acá de ese libro. Lo tenía escrito todo dentro de mí. Si uno lo lee, ve que son estampas guardadas en la memoria, transfiguradas, elaboradas y reunidas en capitulitos. Antes de escribirlo (y de esto han pasado treinta y siete años) había estado veinte escribiendo sin mostrarle nada a nadie. El camino que sigo ahora, como en La música de Julia , es diferente, más espontáneo, va fluyendo. Parecido a lo que sucede con esas ideas que me vienen como las olas del mar por la mañana, cuando ya estoy bien despierta y he tomado café y aprovecho para anotar dos o tres, con las que tendría para mucho tiempo de trabajo si siguiera entusiasmada con ellas, aunque a veces sucede que cuando voy en busca de esas ideas, ya no me parecen tan interesantes Claro que esto del camino más “espontáneo” sucede después de cuarenta años de escribir. Es una cosa bastante gratificante.
-¿Ha cambiado mucho desde aquel primer libro a éste?
-Eloficio, bastante. Pero algo es igual: no hablar de más y decir lo que pienso (reflexiona un poco). Claro que decir más o menos lo que pienso, porque a veces he asustado a la gente por decir las cosas con tanta franqueza (Y eso, asociación mediante, la lleva a recordar el sueño erótico de Julia que aparece transcripto poco antes del final del libro: “¡Qué ataque tuve! ¿Cómo se me ocurrió? Yo misma lo siento extraño como lectora, pero bueno, ya está: vamos a ver qué dice la gente porque es de un descaro “)
-¿La actitud ante la escritura cambió algo?
-No mucho. Tal vez ahora me interesa más concretamente la escritura. Antes pensaba más en “voy a contar esto, lo otro”, lo que pasó; pensaba en si la gente se daría cuenta de que lo que cuento se refiere a algo que es verdad. Nada de eso me interesa ahora. Lo único que me interesa es la escritura. Y eso me hace perder de todo lo que pasa. No me importa si se mueren o no se mueren los personajes. Antes yo sufría si se morían. Me habían gustado y se morían. No podía salirme de la historia y mirar objetivamente lo que estaba haciendo. Ahora sí, y no puedo hacerlo de otra manera.
-Ahora les deja el problema a los lectores, que se encariñan con los personajes y se quedan con ganas de saber más de ellos, de seguirlos.
-Es gracioso. La gente quiere saber qué pasaba antes y qué pasa después de lo que se narra en el libro y yo no lo sé. Tendría que inventarlo. Hay una creencia muy difundida de que si uno cuenta algo es porque lo sabe todo. O si no, lo contrario: piensan que todo fue inventado.
* * *
Ni una cosa ni la otra. Alicia -lo ha dicho en su encantador Aprender a escribir , donde expone las “fatigas y delicias de una escritora y sus alumnos”- sostiene que aunque lo que se escriba no sea una autobiografía, la densidad y la verosimilitud del texto se apoyan en las propias vivencias: el escritor mezcla cosas de su vida y de las vidas de quienes lo rodean para componer sus ficciones.
-¿Entonces el personaje conocido tiene ventajas sobre el inventado?
-Al escritor le conviene absolutamente que los personajes sean conocidos. Y muy conocidos, porque las personas tienen algo que los personajes inventados no tienen. Rarezas, manías, gustos, preferencias, aversiones, cosas que les gustan y cosas que odian
-Señas particulares.
– inventarle todos esos pequeños rasgos a un personaje es muy difícil: si es pura invención, lo que sale, casi siempre, es un personaje esquemático, poco interesante, demasiado coherente, sin vida
-¿La música de Julia viene de la experiencia personal?
-¿De mi experiencia personal, todo? No. Los personajes están compuestos a veces por la suma de varios, más o menos de la misma edad (amigos, pongamos por caso). Incluso anecdóticamente lo que se cuenta está tomado de distintos casos. El personaje masculino (Eduardo, el narrador en la mayor parte de la novela), por ejemplo. Es muy grato hacer eso porque para crearlo uno elige lo que más le gusta de los seres reales que lo inspiraron. No sé si lo hice en otros casos, pero esta vez sí.
-La asociación libre es una de sus marcas registradas.
-Si, lo enseño como método, o por lo menos trato de que la gente haga su intento porque es algo que puede hacer cualquiera. ¿Acaso no hay asociación libre todo el tiempo? Uno la ve viborear dentro de los textos de cualquier escritor. Los que escriben y ponen el acento sobre el hecho que quieren contar hacen un relato como para la comisaría (“A Equis le rompieron un vidrio, lo lastimaron, le robaron esto y aquello, llegó la policía, etc.”), de la manera más escueta posible. Pero la literatura está en lo otro. Lo otro es la escritura literaria. Claro que no se puede tomar como regla general: hay historias que necesitan de un relato escueto porque cada cosa que pasa es muy interesante en sí. Además, hace falta saber volver de esas distracciones del tema central, tener sentido de la proporción, del ritmo…
* * *
“Diga todo lo que se le pase por la cabeza.” “Hay que escuchar lo que dice la cabeza y no desechar todo lo que no está en el camino recto del cuento.” “La asociación libre ayuda a hacer más variada y entretenida la escritura.” Son algunas de las recomendaciones que Steimberg les da a los aspirantes a escritores. Ese “alegre desorden” -dice en Aprender a escribir y lo repite ahora con otras palabras- es una manera de despojar los textos de una excesiva formalidad. Está claro que para ella escribir es, sobre todo, una diversión.
-Siempre tiene que haber placer -remata.
-Y humor. En La música de Julia el tema de la muerte está presente, pero tomado con cierta levedad.
-Eso también es la edad. Cuando tenía 30 años, me aterraba la muerte. Ahora lo que me asusta es cuánto puedo sufrir para morirme o hasta morirme. Lo otro me aterra pero de una manera más filosófica. Prefiero no decir que soy atea sino que soy agnóstica, y sé, desde el punto de vista de una persona viva, que es el único que puedo tener (risas), porque miro alrededor lo que pasa con los cuerpos de las personas y de los animales y de todos los seres vivos, que finalmente no queda nada de eso. Entonces viene otra pregunta: ¿somos dos partes, una física y otra espiritual, o en realidad somos lo que quería mi psicoanalista de muchos años: que no hubiera división mente-cuerpo y que uno sintiera eso todo el tiempo? Mamá hablaba de una inteligencia superior, era moda hablar de eso. Mis padres eran ateos y mis abuelos también. Pero recuerdo a una abuela que empezó muy temprano con una de esas locuras seniles (ni sé cómo las llamarían entonces), no reconocía a nadie, nadie se le acercaba. Estaba ahí, apenas. Cuando murió mi padre (muy temprano en mi vida: yo tenía 8 años), la oí hablar por única vez. “No hay nada después de la muerte -dijo-, pero en algo hay que creer.”
* * *
-¿Se puede enseñar a escribir?
-Sólo se pueden decir vaguedades. Ahora, la verdad es que para oír estas vaguedades viene la gente con muchas ganas. Yo puse un coto porque no tengo ganas de pasarme la vida en los talleres literarios. Tengo dos grupitos y basta, no voy a tomar más. Digo esto para que no crean que me estoy haciendo propaganda. De todos modos, es interesante ver lo poco que un escritor puede enseñar cuando ya está en el ocaso de su vida.
-Quien sabe está en mejores condiciones. La cuestión es hasta dónde se puede enseñar.
-No mucho más allá de lo superficial, sólo se puede enseñar el instrumento, como se enseña a tocar la guitarra; eso no garantiza que después vayan a hacerlo bien. Se puede, sí, dar un envión a los que vienen con pasta de escritor. E insistir con la levedad de la que hablaba Italo Calvino. Es bueno que la gente lo sepa: la literatura no es muy profunda, porque si se hace muy profunda ya no es literatura, es filosofía.
-Muchos escritores no dirían lo mismo.
-Porque creen que lo más interesante está en lo profundo, pero lo más interesante puede ser lo que es leve. Como decía Calvino en ese libro póstumo ( Seis propuestas para el próximo milenio ) que reúne las conferencias que debía pronunciar en Harvard: “No hay que confundir ligereza con frivolidad”.
-Dígame algo sobre la música que oye el personaje.
-Eso viene de mis problemas de oído. Como Julia, tengo una música que sólo yo oigo, pero no dentro de mi cabeza: es como si viniera de afuera. “Es un acúfeno”, dicen los médicos. Sí, un acúfeno como cuando uno oye chistidos o zumbidos que no vienen de ninguna parte. Pero este es un acúfeno en el que yo escucho música conocida. Y además tengo una especie de dial. No muy bueno porque lo que puedo hacer es cambiar una música por otra, pero no puedo apagarla, de ninguna manera. Sólo si estoy atenta a otra cosa, desaparece.
-Usted ha dicho que hay una franja de escritores que uno considera sus pares. ¿De quién se siente par?
-Bueno, me gusta ser par de Ana María Shua en algunos de sus libros. Con Guillermo Martínez me siento hermanada en algunas cosas. Con Isidoro Blaisten también (pausa). Estoy segura de que si me paro delante de la biblioteca voy a encontrar otros Bueno, pertenecían a una generación anterior, pero con Saer me siento totalmente hermanada. Y con Borges y con Bioy Casares (se queda pensando otro poco y sonríe). Siempre digo que me voy a hacer un machete para responder estas preguntas. Para que nadie se enoje. Habrá visto que en esto la gente es cuidadosísima: si van a nombrar, tienen que estar todos muertos.
© LA NACION
Estaba buscando el email de alicia steimberg para realizarle una consulta. No sé si alguien lo tiene. Muchas gracias.
Muy buena la entrevista. Soy paraguaya y escritora, vi a Alicia en un programa de TV y desde entonces busqué su libro Músicos y relojeros, pero no lo encontré en Asunción. Por suerte voy a estar en la feria del Libro y creo que allí podré comprarlo. Admiro a esta escritora así como a Ana María Shúa, utilizan el humor como aderezo y sus libros son como para comerlos.
podrían enviarme el mail de la escritora alicia steimberg , por favor. muchas gracias a quien lea este mensaje y pueda mandarme el correo .