Macizos renglones cual ramas llenas de un invierno benevolente. Invierno iluminado de otra latitud: nieve silente, ardillas alertas y hondas huellas del que se anima a aproximársele. Carlos Eduardo Quenaya (veinticuatro años) no escribe de antemano como peruano y ese es su primer y gran acierto, un peruano de utilería –progresista o reaccionaria– nos referimos; y más bien lo hace como un ser de otro planeta que, sólo por principio de analogía, está próximo a nosotros. Hace tiempo que no percibo entre los jóvenes poetas tal independencia de carácter y, por lo tanto, tal promesa de estilo. Y tan hondo e íntimo fervor por la poesía. Y tanto apetito por aprender. Que son quizá las marcas típicas del corredor de fondo en la literatura. Corredores, y no tramitadores ni saltimbanquis, de los que estamos ávidos por aquí. A cada última generación le corresponde, en hora buena, descreer absolutamente de todo; pero sólo a algunos se les concede andar solos hasta el final y encontrar sentido incluso al absurdo, incluso a la muerte. Incluso a la reiterada sensación de que ya se acabó la poesía y nos debemos resignar a lo políticamente correcto o al mercado. Este primer poemario de Quenaya actúa como un inesperado conjuro frente a todo aquello.
La presentación de este primer poemario del autor se realizó el jueves 03 de julio en el Zorba`s (San Francisco 229-Arequipa). El editor es Víctor Ruiz. Y la presentación estuvo acargo de Víctor y Bruno Pólack.