Luego de citar media docena de teóricos postmodernos, Néstor E. Rodríguez se anima a sintetizar lo siguiente sobre la poesía de León Félix Batista: “Evidentemente, en Crónico la persistencia de lo real es una frontera que precisa ser superada de forma constante; a fin de cuentas de ello depende el efecto poético de textos en los que el exceso, lo abyecto y lo escatológico devienen material artístico” (2007); algo similar, aunque mucho más económico en las fuentes, hace Reynaldo Jiménez en el epílogo de la edición argentina de este mismo libro: “Una sacralidad no fija aquí argumentos ni mutila el fuerte impulso celebratorio del sentir. Sacralidad de los flujos. La experiencia que anima esta poesía es de aquellas que, en vez de afirmar el concepto (imperial) de posesión, explayan la sed. De ser en vida” (106).
Persuasivo enfoque el de ambos críticos-poetas; aunque habría que añadir que –ya sea ante la inviolabilidad de la frontera o contra la férrea dictadura del concepto– sólo cabría al poeta urdir tramas y no saberse de antemano la moraleja. Es decir, y el lector atento lo reconoce enseguida, un poeta debe escribir como un poeta y no como un período (Borges hablándonos sobre Los mitos griegos de Robert Graves); en este caso, pareciera ser el del neobarroco/so que, por sus muchos representantes en el ámbito hispano, pareciera haberse constituido como tal (1). Precisamente cuando León Félix Batista escribe como poeta, acierta; y asimismo lo hace en su labor de crítico (2). No así cuando se convierte en seguidor incondicional de aquel estilo. Del primer caso, existen muchos ejemplos concretos en Crónico: “Brotan tintes desde el vértice sujeto a ex-/ ploración. Hender los pergaminos libera/ algo del mar: inútil desbandada sujeta al/ mismo espacio. Qué material es éste (que/ se aproxima inmundo) proyectando mor-/ tandad y derrame al embestir. Por que/ repto hasta el implante si sobrenado en/ nata; qué haré con dilatar irredimibles/ vías muertas. El hábil membranar, del/ que rebosan cerdas, al fin produce un cu-/ mulo, astringencias en la tráquea: sin pre-/ verlo se desgastan mis músculos de man-/ do, llevándome a la boca material incan-/ descente” (“Sissy´s velvety toolbox”).
El segundo caso lo hayamos repartido, fragmentariamente, en algunos de sus poemas de distinta época; aunque, de un modo muy particular, en aquellos reunidos bajo “Torsos tórridos”:
“Ella flota en el sueño: se derrama. Un relámpago cierra el vestido, es cancerbero.
Se disfraza de yo, satura el éter; el zíper (que bifurca) seduce por su envés.
Se sabe la incidencia de alguna subversión en el arco fecundo de los cuerpos.
Aspavientos de pólipo las cuatro extremidades, simétricas respecto de la masa.
La puja del volumen (que quiere derivar) es lo que precipita el torso hacia
el desgaste: su envite es filo frío que expide nitidez, arrancado de lo liso
como un velo. Elaboro vigilia para luego percibir, cuando los pensamientos buceen en alquitrán” (“Torsos Tórridos”).
Pareciera que neobarroco aquí hubiera cedido a un surrealismo muy trasnochado. Existe cierto rigor en el fraseo del neobarroco, cierta forma de hieratismo o vocación por la unidimensionalidad que no anula los efluvios de las palabras, que para nada se condice con el automatismo surrealista (neo-romántico) y, menos, con uno de paradigma tan codificado como el del presente caso.
Sin embargo, quisiéramos puntualizar que la poesía de León Félix Batista, probablemente junto con la de Armando Almánzar Botello (3), debiera ser el auténtico ícono de la generación dominicana de los 80, aunque tampoco deje de ser cierto lo que atinadamente apunta Carlos Ardavín: “no en balde su obra pertenece al ámbito intelectual, literario y filosófico fundado por la poética del pensar” (“León Félix Batista: un poeta curioso”) [http://www.listin.com.do/app/article.aspx?id=461]. En todo caso creemos que, frente al burdo conservadurismo ideológico y estético generalizado en los 80, las obras de Armando Almanzar Botello y León Félix Batista lucen, a contracorriente, una sutil aclimatación de la cultura y sensibilidad popular (incluso marginal o lumpen); lo cual, ya de por sí, no sólo es una propuesta distinta sino también fundadora respecto a la poesía que ahora mismo, entre otros, hacen grupos como el de los poetas “Erranticistas” en la República Dominicana.
NOTAS
(1)En un artículo titulado “Los poetas vivos y más vivos del Perú (y también de otras latitudes)”, decíamos al respecto: “neobarroco (verbigracia, en la antología Medusario de Kozer/ Sefamí/ Echavarren). Ante la sombra de Trilce, para no remontarnos a la poesía de Luis de Góngora, aquél resulta mera tecnología; es más, intento parnasiano, racionalista y policial al inhibir una franca apertura de la sensibilidad hacia el mundo exterior. Sin capacidad metamorfoseante, el neobarroco -salvo quizá alguna rarísima excepción: los textos del propio Roberto Echavarren, también el teórico de aquella antología- es en sus versos sólo una lista invertebrada de inhibiciones” (Granados 2002).
(2)“Manejo, pues, la intencionalidad de alejarme de los grandes temas (privilegiados, precisamente, por mi generación), para mí disipados en la contundente actualidad: universos virtuales, la simultaneidad del hecho histórico y su información, la elisión de la persona en el ámbito de la uniformidad. Descreo, por eso, del poema como objeto prosódico cerrado: existe el texto (y punto) y pretendo conformarlo en un cuerpo de simbiosis: un ánimo mestizo desarrollado como el asalto de la sinuosidad a la corrección gramatical (escudo del Poder), como agresividad de forma frente a los edificios discursivos del Control. […] Y elijo el ojo como elemento primordial de percepción, sin descartar la incidencia de los demás sentidos en el registro de la realidad. Así que describir, narrar y definir acaban arropando las actitudes líricas. Apelando al barroco, al objetivismo, al viejo vitalismo, etc., el decir se afana por el híbrido para escurrir el canon del signo y de la imagen, aplica el mestizaje entre los géneros, las referencias y hasta los idiomas. No se detiene ante los usos considerados no-poéticos, y recurre (si es necesario) a términos gnoseológicos o comunes, del vulgo o la cultura popular, asimismo a las técnicas de la épica o la ensayística y, siguiendo en esa escala, el texto puede ser por momentos satírico, dramático o inclusive pastoril. […] Escribir es, para mí, poner un velo para revelar, desmantelar con una construcción” (“La excritura poética”)[http://poesiadominicana.tripod.com/poetas/id52.html].
(3)Ambas son, a su modo, complementariamente neobarrocas: más culterana la de Almánzar Botello (analógica y llena de referencias eruditas), más conceptista la de Félix Batista (analógica y centrada en la elipsis de la frase y el cultismo del vocabulario). Además, es particularmente relevante en las dos propuestas poéticas su auscultamiento del tema de lo andrógino.
De Poesía dominicana reciente: “El secreto mejor guardado del Caribe”, libro en preparación.