Primero el pensamiento, después la razón.
(Antenor Orrego)
Juvenal escribe tres cosas al mismo tiempo. Corrige, previa aprobación por parte de la revista Variaciones Borges para su número de abril, un ensayo titulado “El diálogo Borges-Vallejo: un silencio elocuente”; compone otro ensayo titulado “Trilce y la ‘marinera de capricho’”; y le dedica sus ratos libres a esta novela. Como César Vallejo en sus Escalas melografiadas, donde éste glosa en el epígrafe a su maestro Antenor Orrego, Agüero también considera que el pensamiento es primordial a la razón; es más, en cierto modo le es incluso independiente, o debería serlo. Demasiada razón existe ya en nuestro pobre mundo o, como de modo más plástico lo expresara siempre Germancito, su propio hermano y mentor: demasiados “sellones” habría ya regados por ahí. En realidad, aquello es lo que más le ha interesado toda la vida a Juvenal Agüero; lo que más dichosamente algunas pocas veces se le ha entrecruzado en la existencia y aquello que más ha gozado. Está muy en lo cierto su joven alumno Jesús Paiva cuando mencionó, en conversación privada con el autor, que Prepucio carmesí no trataría de sexo; y esta novela sería más bien, especula por su cuenta Juvenal, una manera de reescribir unos versos de El corazón y la escritura, poemario publicado por el Banco Central de Reserva del Perú hace diez años:
[Estamos pensando]
Estamos pensando. Bola de fuego.
Bolo de fuego.
Red. Honda. Veneno.
Manos abiertas.
Estamos pensando. Aquí
en Santa Cruz de la Sierra.
Vapor. Señales de humo. Raíces.
Sin corazón estamos pensando.
Sin precisamente reflexión.
Sólo con el acorde
de algunos recuerdos. Porque eso somos.
Sólo con esa masa de objetos
sobre la superficie del río. Entreverados.
Separados. Disueltos. ¿Quién sabe?
Sólo con ese rumor y ese olor
que cubren el aire. Que instalan
como volutas sobre el río: Pensamientos.
Estamos pensando con un fino cedazo.
Entre branquia y branquia del pensamiento
una tela muy fina. Holandas
para lo visible y lo invisible. Cariño.
Estamos pensando con amor. Este es el secreto.
Esto es lo ignoto para todos los días.
Pensar con amor.
Y así el peje y la salamandra y el martillo
algo tendrán en común por el solo hecho
de haber sido expresados.
La esperanza también y las hojas de la palmera
algo tendrán en común.
Fuere como fuere, gozar el pensamiento, presentirlo y aceptarlo tal como si fuera un beso –¿de Dios?, ¿de una negra preciosa?, ¿de la mamá de uno?– ha sido la eventual y pasajera dádiva con la que, hasta ahora, Juvenal ha sabido atenuar la dura carga de la vida. Pero que lo compromete e incluso lo ha involucrado, sin querer queriéndolo, a escribir poemas, ensayos e incluso esta misma novela –de dudosa o invariable esquiva recepción– para intentar curarse, resarcirse y ganar una final, del todo imaginaria, contra la estupidez.
Pasaje de En tiempo real (Lima: PYTX, 2007)