Sobre poesia puertorriqueña reciente

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Por otro lado, pasando quizá al plato fuerte de esta muestra que corresponde a la poesía de Puerto Rico (1), creemos es un acierto lo que apunta Angel Rosa Vélez en su correspondiente nota introductoria (la otra corresponde a Carlos Roberto Gómez Beras, tal como habíamos mencionado un poco más arriba); aquí, en acertada síntesis, aquel crítico nos ilustra: “Escribir en este hoy que inicia el nuevo siglo, cargando todavía la locura del siglo veinte bien cerca de las orejas, sintiendo el peso de su montura bélica, demonizando lo extraño, sacralizando las apariencias, virtualizando frivolidades y escuchando sus voces como rebote suicida, es para estos jóvenes poetas demostrar que la experiencia de la vida supera a todas las demás. Y en esta gesta de documentar su vida no intentan cambiar el mundo que heredaron, el esfuerzo es otro: saberse vivos y sin arrepentimientos revelar su condición humana” (173-4), y añade el mismo crítico puertorriqueño: “Sus hazañas y contradicciones no son las del héroe, pero revelan la condición de lo que son y lo que han sido, nunca de lo que serán. Porque lo más extraño es explicar la vida que no se ha vivido, lo más certero, mirar el pasado y lo más trágico enfrentar el presente de todos. Es la tragedia que nos acerca a Cuba y a República Dominicana en un mismo éxodo, una diáspora antillana que nos hermana en el misterio del decir humano, del decir de lo otro, lo insólito, la otra inspiración” (175). Y, efectivamente, lo que distingue de inmediato a estos poetas puertorriqueños es el diálogo, en sus textos, con la problemática antillana en general y con el éxodo masivo de su vecina, la República Dominicana, en particular. Es decir, por ejemplo a diferencia de sus colegas cubanos, huyen del esencialismo y, por tanto, de toda melancolía; su identidad -lo saben muy bien- está en proceso, no es ningún secreto a desentrañar, como en este extraordinario poema de Rafael Acevedo (1960):

1. Un cangrejo trae un trabalenguas,
seis voces profundas y un círculo anegado
pegado a su palanca.
Nadie dirá que sus ojos tienen sueño
porque mira como un maestro de azúcar,
nadie dirá que tiene hambre, que está amargado
por su posibilidad de convertirse en relleno de fritanga,
nadie dirá que su cara azul de fin de siglo es un enigma”
(“Los animales de la palabra”).

Asimismo en este autor, como en el caso de los destacados poetas Edgardo Nieves Mieles (1957) e Israel Luis Cumba (1961), encontramos cierta afinidad de cosmovisión y estilo, en suma, análoga poética a la de un consagrado a nivel internacional; nos referimos a José Luis Vega (1948) considerado, por ejemplo por Julio Ortega, hoy por hoy el poeta puertorriqueño más importante. Sin embargo, lo que queremos puntualizar es esa común sapiencia y paciencia ante el lenguaje que exhiben aquellos tres poetas; es decir, una misma vocación por mantener -a pesar de todo- transparentes y calmas las aguas del poema. Esto debemos puntualizarlo, porque gesto muy distinto preside el trabajo de otros poetas puertorriqueños, entre estos las mujeres y los más jóvenes. Verbigracia, tenemos el trabajo de la interesante poeta Mayra Santos Febres (1966) que, cuando no insiste machaconamente en su agenda feminista, nos transmite -al unísono- el solaz de su inteligencia, agudo sentido crítico, y el oportuno cauterio de su buen humor:

“aleluya, aleluya, hosanna, esto es lo sagrado, este olvido, este no
sentir, boto, romo, sin esquinas, este aleluya,
la señora que compra batatas en la plaza es sagrada, la calle apestosa
a orín es sagrada, la barra de dominicanos es sagrada, el pote de
crema alisadora es sagrada, el dínamo de la autoridad eléctrica es
sagrado, tu pinga viniéndose en mi boca es sagrada, el charco de
sangre frente al punto es sagrado y sagrada la bala enquistada entre
la vértebra quinta y la tercera y sagrada la parálisis vitalicia y
sagrada la bucha que me mira deseosa y me lo quiere meter y
sagrado su dildo con quien duerme y sagrada la media que esconde
los pelos indecentes de su tormento”
(De: Tercer mundo, 2001).

Este fragmento brinda buena prueba de aquello, como este otro perteneciente esta vez a José Raúl González (1974) y su poema “Brodel sangre”:

“Decir brodel sangre,
es decir que’l brodel está viviendo
enla misma película de acción,
en la misma hisla que tiene como historia
una invasión,
una población aproximada de cuatro millones,
un sector llamado santurce,
en donde vive mi jeva gris.
En donde usté también encontró su nido de amor,
(su cueva, en realidad)
y comenzó a hechar raíces como un desesperado árbol”.

Poetas, tanto Santos Febres como González, respectivamente de los años 90 y 2000, que optan -de modo semejante a sus pares latinoamericanos- por una estética de lo efímero en vías de expresar y apresar mejor los vaivenes de la generalizada alienación cultural en que vivimos (ya no del “instante” como, por ejemplo, en la estética romántico-didáctica de aquella institución denominada Octavio Paz).

El resto de la lista de poetas puertorriqueños es, en general, muy interesante y representativa, pero quizá tenga en Guillermo Rebollo Gil (1979) algo así como una síntesis y salto de lince hacia lo aún inédito:

“tos’
somos
isla-
micos
en
este
mico
de
isla”
(“talibán borikua”).

Es decir, lugar donde se conjugan productivamente las contradicciones al interior de la tradición poética boricua; póngase por caso, la poesía de José Luis Vega y la de Mayra Santos Febres; lo que no es sino -desde cierto punto de vista – confluencia, matrimonio, entre lo humanista y lo pragmático o preformativo (1). De esta manera leemos a Rebollo Gil, aunque nos referimos en concreto a su reciente libro, Sonero (San Juan/ Santo Domingo: Isla Negra Editores, 2004), y no a los poemas antologados en Los nuevos caníbales que, en realidad, no nos convencen o no nos gustan del todo.

Hemos llegado, pues, al final de nuestra reseña a Los nuevos caníbales. Sólo cabe insistir en la predominante frescura que transmiten sus textos. Carne fresca que, a su vez, será devorada ahora por nosotros, la variopinta legión de lectores en español, e incluso por aquellos que jamás hayan comido carne. Caribe, región de particular inteligencia y tolerancia entre sus gentes, desde siempre, y a pesar de la secular imposición colonial. De esta manera, y en ese sentido, es que desde hace tiempo ya vive en la postmodernidad: el reto de apertura y diálogo digno -crítico, por cierto- que tienen ahora mismo, por ejemplo, peruanos, mexicanos o chilenos con el resto del globo. Región caribeña, asimismo, de invención en cientos de terrenos que después, los otros latinoamericanos, hemos ido poco a poco heredando; el de la nueva poesía hispana puede no ser la excepción. Probablemente, los almácigos de frutos tan suculentos como Vallejo, Borges, Huidobro, etc. deban retornar, para ser aún mejores, a esta lúcida región de todos los comienzos.

* * *

NOTAS

(1)Alex Pausiles, Pedro Antonio Valdez y Carlos R. Gómez Beras (antólogos). Los nuevos caníbales v.2. Antología de la más reciente poesía del caribe hispano (Santo Domingo: Ediciones Unión/ Editora Búho/ Editorial Isla Negra, 2003).

(2) Al respecto, parte de lo que queremos decir quizá podamos articularlo comentando el libro de Ricardo Piglia, Crítica y ficción (Buenos Aires: Seix Barral, 2000). Piglia es un crítico y novelista argentino que ha logrado fundir dos tradiciones culturales y epistemológicas muy distintas. La anglosajona, pragmática, que entiende que la verdad sólo tiene un valor de uso; es decir, es un producto desechable más. La otra es la humanística, propia de la tradición hispana, que entiende, por ejemplo, que hay una verdad escondida en lo que leemos y con esfuerzo debemos sacar a la luz. Del primer aspecto de su crítica deriva su idea de que la literatura es un combate: ¿la verdad para quién?; y, por ende, el aspecto político y del poder implícitos en aquella lucha. El segundo aspecto epistemológico y cultural se revela en cuanto Piglia postula que el crítico -convirtiéndolo así en un detective o en un aventurero- es el que busca desentrañar un “secreto” ya que “la realidad está tejida de ficciones”. Hemos introducido este comentario porque creemos que lo que ha hecho Piglia es muy pertinente para evaluar en profundidad nuestra actual poesía hispánica. Dados los tiempos que corren, creemos que el futuro de ésta también está en saber congregar -de algún modo, ya que no existe uno solamente- ambas tradiciones culturales; mas no solamente en la epidermis, es decir, en el léxico y las referencias más o menos exóticas o globalizadas. Probablemente los poetas que hacen esto último estén ubicados sólo en una de las dos tradiciones: en la hispana y tratando vanamente de ampliar o “modernizar” sus contextos, o abiertamente en la otra, la anglosajona, con lo que nos hallamos ante curiosas caricaturas del original. No, no se trata de nada de esto en Piglia. Su obra es, más bien, prueba de que es posible fundir ambas maneras de conocer, de situarse en el mundo, sin que esto implique ausencia de conflicto personal ni, tampoco, se trate de un mero eclecticismo cultural (al modo del voceado, pero realmente inexistente o manipulado, multiculturalismo norteamericano). En síntesis, nos hallamos ante una nueva forma, muy contemporánea, de pensamiento crítico (y poético); un modo, cabe esperar, más rico y productivo de estar a la intemperie.

De Los nuevos caníbales: reciente poesía del caribe insular hispano

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