CHICAGO/ Frank Báez

A Diógenes Lamarche

te miras en espejos, en vitrinas,
tomas pastillas, te quedas en calzoncillos
escuchando la lluvia que cae en la oscuridad,
te cortas las uñas, te afeitas, le tienes miedo
a los terroristas, a andar borracho, al Sida, al cáncer,
al hígado, al tiempo, al reloj que avanza,
las manos que sostienen este lapicero
cada vez son más viejas, los huesos crujen
y los dientes castañean y este pelo
lo arrastrará el viento al igual que arrastra las hojas
que caen de los árboles, cocinas, espías vecinas,
despiertas en una habitación desconocida
sin nadie a tu lado, cantas solo, se te congelan las manos,
esperas en una parada sentado, de pie en un ascensor, en un cine,
peces se te meten por los oídos y se te salen por las narices,
no tienes dinero para taxis, no tienes teléfono,
eres un madero flotando en el lago, te duermes
en el último vagón del metro, el alba helada te encuentra
en porches fumando o avanzando por barrios polacos,
por 95th Dan Ryan, por Oak Park, por Belmont,
frente a la escultura de Picasso,
por librerías, gasolineras, rascacielos,
debajo de puentes, muelles,
playas, callejones, círculos del infierno,
escaleras eléctricas, miradores,


caminas como la sombra
de un poeta griego olvidado,
miras señales, letreros, descuentos,
personas entrando y saliendo,
la nieve cayendo sobre el lago gris
y petrificado como una postal,
gaviotas arrebatando sombreros,
un melancólico paisaje,
unos ojos,
un mapache,
una taza de café humeante
a las tres de la mañana
y te pones a hablar solo
y le gritas a alguien y no responde
y piensas en el vacío
que dejan las lágrimas,
piensas en lo que no hiciste
y lo que hiciste,
piensas que la vida es esto
y te quedas mirando
la mano preguntándote
esto es una mano o no es una mano,
te pones una caja en la cabeza y fumas un cigarro,
te encoges de hombros,
caminas hasta que te salen callos,
los cuervos se quedan mirándote
cuando te sientas en los parques,
la cajera del supermercado te odia,
los poetas te invitan tragos las veinticuatro horas,
pegas el oído en la pared y te esfuerzas
por escuchar el latido del silencio,
pero no hay silencio de ese lado,
te pones un gorro, una bufanda,
un abrigo y sales,
pasas bares,
cementerios que visitas
sin conocer a los muertos,
pasas hospitales,
la banda municipal con sus obesos músicos
sudando y cargando los instrumentos,
el hormiguero de gente y gente
fluyendo por tiendas y tiendas
con fundas y papeles,
ríes con una rubia que le faltan los dientes,
caminas sobre los rieles con los ojos cerrados,
tocas ascensores, timbres, puertas,
ves la nieve caer frente a la ventana
con un gato en los brazos,
el viento agita las aguas heladas del lago,
el viento de Chicago que algún día arrancará de cuajo
los edificios con sus luces encendidas
y los mandará junto a las casas y los carros
y los trenes y los teatros y a Dorothy
de vuelta a Oz,
caminas bajo la luz de la luna,
la nieve, la niebla,
pisas huellas ajenas,
respiras, criticas, te rascas la barba
y aguardas por el bus de las once
bajo la nieve que cae y cae
hasta cubrir las calles
y los edificios y Chicago y la noche

©Frank Báez

De Postales, Editorial Universidad de Costa Rica – Fundación Casa de Poesía. San José, Costa Rica, C.A. 2008.

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