Jorge Aguilar Mora, Martín Adán. El más hermoso crepúsculo del mundo (Antología) (México: FCE, 1992)
El Comercio (Perú), 30/1/95
Este volumen constituye la edición mexicana de la obra de Martín Adán [Rafael de la Fuente Benavides] (Lima, 1908 – 1985), una antología tanto de su poesía como de su prosa (íntegra, La casa de cartón). Publicación de impecable factura con un extenso prólogo –153 páginas– firmado por Jorge Aguilar Mora, peruanista mexicano del que ya conocíamos un artículo de 1990: “Las tertulias de Eguren y Mariátegui” (La Gaceta del FCE, No 239). Es aquella larga introducción motivo de esta reseña.
En general, podemos afirmar que no existe un aporte original en lo que se refiere a la crítica de la obra de nuestro distinguido poeta; es, más bien, un decoroso y ordenado informe del estado de la cuestión de los estudios sobre Martín Adán; aunque, eso sí, hay muy interesantes observaciones dignas de destacarse. Fundamentalmente nos interesa, entre otras, aquello de tipificar la producción del poeta peruano entre lo que Aguilar Mora denomina “el ámbito de la rosa y el ámbito de la piedra”: “El ámbito de la rosa: los áridos y helados páramos del pensamiento y de la abstracción donde los objetos son presencias que hacen sufrir con su lucidez. El ámbito de la piedra: las alturas de Machu Picchu, la tentación del abismo […] ahí donde los objetos no son sino son tangibles, donde la vida se vuelve piedra porque la vida es tacto (68-9); curiosa y sutil dicotomía irresuelta –como algunas otras– en la poesía del autor de La rosa de la espinela y La piedra absoluta.Como dicotómica es –según opinión de Américo Ferrari– la base misma de su ejercicio creador: “El quehacer poético es fuente de gozo, pero también de angustia y de temor”, y cita estos versos del vate: Temo el hacer que impone la lenta poesía! (Los sonidos del silencio, Lima: Mosca Azul, 1990) (433).Asimismo, puede ser una veta rica a explorar, considerar las ideas de Mariano Iberico como gestoras de algunos personajes de los poemas de Martín Adán; por ejemplo, los postulados de El nuevo absoluto como modelo –aparte de Altazor– para la escritura de Aloysius Acker (71). Una tercera idea interesante de Aguilar Mora es el insistir en la necesidad de los estudios comparativos (iniciados de alguna manera por Roberto Paoli y no cristalizados de manera suficiente aún por nadie) de la obra del poeta limeño con las de, por ejemplo, Owen (quizá no tan justificada) o Vallejo.
Sin embargo, de lo que adolece este estudio es que se apoya para muchos de sus conceptos en una pretendida biografía de nuestro autor; aquí sí, creemos, se pasa del terreno de la investigación al de la mera especulación.
Lo que sucede es que de Rafael de la Fuente Benavides no tenemos todavía una biografía realmente autorizada; esto lo señala, por ejemplo, Luis Vargas Durand, joven profesor universitario que –con su libro Martín Adán (Lima: Brasa, 1995)– es uno de los que ha calado más hondo en el asunto: “El primer intento biográfico fidedigno y serio es el de Estuardo Núñez en la revista Letras Peruanas en 1951 (Núñez fue también el informante principal de las noticias biográficas en la tesis de Mirko Lauer). La primera biografía completa de Martín Adán fue compuesta por José Antonio Barvo en 1987. No obstante, aún sabemos muy poco del poeta” (7).
Por lo tanto, como lamentablemente también ocurre con el trabajo de otros estudiosos, la crítica de Aguilar Mora es en este punto –esencial para él– meramente especulativa; en palabras del mismo Vargas Durand refiriéndose a la obra de nuestro poeta: “la leyenda ha servido para ilustrar y explicar sus poemas; y su creación, recíprocamente, ha servido a una biografía conjetural” (7). En todo esto, y a modo de conclusión, se percibe que en el prólogo de Aguilar Mora existe un exceso de romanticismo hacia la figura del poeta que a veces preside, afectándolo, el carácter general de muestrario serio de lo que van siendo los estudios dedicados a este poeta peruano hasta la fecha.