Después de una acalorada discusión, el convicto y confeso troskista, poniendo en práctica su ideología marxista (conocimiento que le sirvió para salir airoso de incontables polémicas, que derivaban de que el mundo está jodido por los dictados del Tío Sam, que introduce sus pestilentes narices donde nadie se lo solicita, porque este viejo prepotente y manganzón se cree gendarme de la humanidad), intentó disuadir a su cónyuge para que no contratara los servicios de una “empleada doméstica”, porque consideraba que ese trabajo iba en contra de sus principios materialistas, dado que la explotarían como viles e infames capitalistas. La mujer, con la parsimonia de siempre, le contestó: ¿Y quién lavará tu mugrosa ropa?
De Usted, nuestra amante italiana (libro en preparación)