TRILCE EN CONVERSA

Me propongo un juego, se los propongo, aunque con inevitables consecuencias como todo juego. Consiste en extraer, entre las varias y distintas entrevistas que ya me han hecho sobre el tema Vallejo, aquello relacionado, más específicamente, con el poemario Trilce. Aprendo, me demudo, me sonrojo; pero allí está lo que en algún momento respondí sobre el asunto. Lo bueno es que, como toda entrevista, todo viene en empaque ligero; con el hilo de la hebra fácil de tomar y seguir. Aunque siempre queda la duda de hacia dónde nos conducirá. Vaya, pues, nuestro “Trilce en conversa”; cuyas respuestas, sin modificación alguna, hemos extraído de entrevistas a diferentes medios y, asimismo, de distintas épocas. Aunque, salvo en alguna excepción, no van a figurar las preguntas propiamente dichas, tampoco las fuentes; es decir, constan sólo las respuestas, a aquellos cuestionarios, enhebradas como si fueran una entrevista inédita. Sin embargo, la fuente principal es una colección titulada, Caja de resonancia: entrevistas a pedro granados (http://blog.pucp.edu.pe/blog/wpcontent/uploads/sites/97/2011/01/ENTREVISTAS.pdf;más una muy reciente, “Interviú con el poeta Pedro Granados” (https://eltrueno.com.py/2022/11/07/interviu-con-el-poeta-pedro-granados/). P.G.

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Piedad-Política-Poesía

A veces dedicarse a la poesía, a su cultivo y comentario, tiene asimismo estos retos; en lo básico, toparnos con gente que aduce confirmarla o celebrarla sin tener  la más puta idea de lo que hace; o, peor todavía, si lo hace adrede.  En general, España se ha tornado –bueno, desde hace por lo menos medio siglo– auto complaciente y ridícula con lo que ignora; inmune a la poesía, se atiene a los periódicos, y lo que mande la prensa (rosa o amarilla) eso se hace.  Los tiempos son duros no únicamente para los que nos jugamos la vida con el solo hecho de salir a la calle (Lima, por ejemplo), o para los que con muy poco dinero deben arreglarse —diariamente–  con el alivio básico de comer, sino también para aquellos iniciados en la necesidad cotidiana de la poesía.  No nos ponemos el bonete.  P.G.

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Lagunas, Mocupe, Lambayeque

A mi huaca me voy

Construyo sobre ella una casa

Ladrillos rojos cemento en venas

Y puños cerrados

Y un techo aligerado de cañas del lugar

Mi huaca de arena en la superficie

Aunque compacta y variopinta

Un  tantito más abajo

Como tu piel cuando la abren

Carne huesos tendones

Sangre ya lenta por tan antigua postración

A mi huaca me voy ya me he ido

A mi tumba o a mi cuna

A corta distancia de la mar

De espaldas a cuatro o cinco iglesias

Desde hace poco acaseradas allí

Aunque inevitablemente lejos

De aquella tan distante estrella enana

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Salsa peruana

Fotografía de Marina Herrera

Salvarse por la salsa

Encabúyalo y vuelve y tira.

Como tu paso que al calor

de los muslos de la hembra

va y viene. Sin amordazarla.

Permitiendo que se defienda.

Midiéndola sin medirla.

Un tirabuzón común descorchando

al pasito

las vastas ofrendas de la noche.

Una comunidad donde el error

se supera a punta de ritmo.

Y donde dos son uno:

hollándose y atravesándose

a pesar de las sombras.

©Pedro Granados, 2007

Primero es el ritmo

Primero es el ritmo. Enseguida, como montada sobre él o fundida con él, viene la palabra, el “verbo” (Génesis). Estamos en un momento cultural donde nos hemos extraviado y nos hemos desconectado del ritmo y, por lo tanto, es muy escasa la experiencia de bumerang. El ritmo atraviesa, oscila, envuelve, retorna y crea comunidad. No son las palabras, a las cuales se las lleva el viento. Y no arropan a nadie, empezando por quienes las pronuncian. Ni a cuadrúpedos ni a humanos. Sin embargo, sonámbula, la poesía hoy por hoy empieza por las palabras. Y acaso incluso con la mejor de las intenciones; se trataría de hacer filosofía con ellas. Aunque, con la peor de aquellas mismas, se trataría de establecer con las palabras un decálogo; unas nuevas tablas de auto-ayuda obligatorias para todo el mundo. La auto-ayuda como una nueva ley, sobre todo, post-coronavirus. Algo nada nuevo; sino que ya ha estado ensayándose y gestándose en toda nuestra región como mecanismo de control del imaginario y del deseo: Acción Poética. Poesía sin “patos” (en tanto catarsis y, asimismo, emblemático post-antropocentrismo) y sin “sombra” (Jung). Comer, oler, tocar, deslizarse, sumergirse, ni qué decir hablar, diseñados dentro del más lobotomizado protocolo. El verbo se ha trocado en puro significante o en algo más o menos así. Y la voz nos va resultando extraña en sí misma e incluso indeseable; hoy intentamos, mucho mejor, ser un palimpsesto, la más pulcra imitación de alguien. Toda la distribución de lo sensible (Rancière) contenida en un chip; aquel decálogo en tan acelerada construcción. Lo mismo en los States como en Bolivia. Un grifo que reposa al fondo del patio y que ya, teniendo cada uno agua en casa, ha pasado de cada vez más obscuro a prácticamente invisible.

©Pedro Granados, 2022

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Biografía “intelectual” de César Vallejo

 Carlos Fernández, El joven Vallejo (1905-1919).  Apuntes para una biografía intelectual.  Lima: MYL/Reino de Almagro, 2024.

“[Se trata de profundizar] en los distintos medios intelectuales en que Vallejo produjo su obra poética inicial” (Fernández 11). ¿El mito constituye un medio intelectual? Sostenemos que una biografía de Vallejo que no incorpore este aspecto cultural, simétrico o posantropocéntrico, en su relato, lucirá destrabada e inevitablemente parcelada y fragmentaria.   En la huella de los trabajos de Stephen Hart sobre César Vallejo, y con la salvedad de lo tan importantes que son este tipo de estudios académicos en aras de la fidelidad documental, algo de aquella plataforma neohistoricista británica, adicional a la rigurosa tradición filológica española[1], concurren en El joven Vallejo (1905-1919). Apuntes para una biografía intelectual del, asimismo, joven investigador español, Carlos Fernández.  Citamos:

El objetivo principal de este trabajo es contribuir a repensar, desde marcos de referencia fiables, ciertos hitos claves del desarrollo poético del joven Vallejo, poniendo en evidencia los principales vacíos documentales y los anacronismos en que incurre inadvertidamente incluso la crítica más cualificada [Por ejemplo] Nótese cómo, sin llegar a sostener que Vallejo haya conocido las prácticas dadaístas antes de julio de 1929, Michelle Clayton hace analogías entre las prácticas lingüísticas de Los heraldos negros y las de los poetas dadaístas en su etapa suiza inicial (Fernández 11).

El problema es que Vallejo no hablaba nunca de esto, ni con Georgette ni con nadie.  Su experiencia nada exclusivista o individualista del mito, sino más bien de vocación comunitaria y pedagógica (permanente), se tocaba con su radical experiencia de la poesía y para él, tal como en aquellos versos finales de “Huaco” (“[Yo soy]Un fermento de sol/ levadura de sombra y corazón”) (Los heraldos negros), le eran inherentes –acaso para ser más productivos en su obra poética — el pudor o el secreto.  Positivismo burgués y antropocentrismo cultural occidentales presiden entonces, todavía hoy, la elaboración de estos artefactos biográficos alrededor del poeta nacido en Santiago de Chuco (1892-1938).  Es decir, estos relatos: “no consiguen situarse en un nivel genealógico [no lineal, no unitario, no teleológico], en el cual el origen y la novedad se combinan dialécticamente (Didi-Huberrman).  Esto último, sobre todo, si puntualizamos que con Vallejo nos hallamos ante un poeta –de los márgenes del mundo conocido y acaso, como Pariacaca, nacido al unísono de cinco huevos– consciente de una vocación y voluntad de estilo tan prematuros: “En la actualidad, no tenemos constancia de que César Vallejo publicase poemas antes de los 19 años, aunque seguramente los haya escrito” (Fernández 13).  Sin embargo, esto sí podríamos considerarlo documentado, que hacia su último año escolar en Huamachuco: “Vallejo ya recitaba y tomaba copas” (Fernández 17).

En síntesis, el asunto no consiste –únicamente– en lo que Vallejo pudo haber leído: “La biblioteca familiar no se conserva y ningún investigador se refiere a una biblioteca pública en el pueblo [Santiago de Chuco]” (Fernández 22); sino, igualmente, en lo que no leyó con igual e incluso mayor provecho.  Que el mito en una obra literaria o artística no lo podamos identificar y mensurar, es un prejuicio.  Ahora mismo, por ejemplo, trabajamos en un ensayo titulado “Inkarrí: ¿Trilce o Poemas humanos?” donde analizamos “Terremoto” (6 Oct. 1937), poema póstumo de tan elocuente vocablo, en relación con el mito de Inkarrí (‘cambio radical o pachacuti’).  ¿Por qué aquella disyuntiva entre Trilce o Poemas humanos?  Porque deseamos abundar en el debate, para nada cancelado, de si Trilce es “mejor” que los poemas póstumos, o viceversa; obviamente, “mejor”, en términos de una específica y productiva respuesta a una coordenada local/ global.  Perspectiva de estudio, la nuestra, análoga a la diglosia “Paris/ París” que percibiera Enrique Ballón en la poesía de César Vallejo, una vez que el poeta ya residiera en Europa; y enfoque por el cual nos preguntamos cómo o hasta qué punto podríamos hablar, para el caso de la poesía del autor peruano, de “Desposesión y lenguaje en el exilio” (Niebylski).  Concluimos que, respecto a la más lograda “encarnación” de Inkarrí en su poesía, Vallejo optaría por Trilce y que, asimismo, jamás hubiera reunido el conjunto de su poesía europea, siempre y cuando en vida la hubiera publicado, o la hubiese querido publicar (Julio Ortega), bajo el lema de Poemas humanos; y sí, muy probablemente, bajo el título de Poemas “multinaturalistas” (Viveiros de Castro) o Poemas poshumanos.  En fin, a lo que vamos es que, para una más cabal biografía de nuestro amerindio autor (o de quien se quiera, amerindio o no), de modo paralelo a una rigurosa filología y documentación se debería ensayar una inspirada, de oportunos y sabrosos anacronismos, antropología (para no referirnos a la difusa o sospechosa mitología).  O acaso, también, ensayar un entripado entre ambas disciplinas, con el añadido de una lectura política resueltamente decolonial, muy en particular para honrar a César Vallejo.  El cual nos proporciona, más de una vez, pistas para su propia biografía, entre otras: “¡Indio después del hombre y antes de él! ¡Lo entiendo todo en dos flautas y me doy a entender en una quena!”; “la cólera del pobre/ tiene un fuego central contra dos cráteres”.

Por nuestra parte, creemos que los datos más fidedignos deben conducir, inevitablemente, a interpolaciones y, en consecuencia, a una –resulta deseable– consistente imaginación.  Por ejemplo, respecto a “Navidad”, poema hallado este mismo 2024 por Wilmer Cutipa Luque, publicado en el diario La prensa (25/12/1918), y no incluido en el presente estudio de Carlos Fernández, podríamos plantearnos la siguiente interrogante: ¿Por qué “Navidad” no figura en Los heraldos negros?  Ya que, tal como Alcides Spelucín fuera el primero que lo deslizara, este poemario esperó por casi un año listo en la imprenta (desde “junio o julio” de 1918) hasta su efectiva circulación en 1919, un prólogo de Abraham Valdelomar que no llegó: “En el período de espera, nuevas composiciones fueron enriqueciendo su obra” (Fernández 123).  ¿Es que “Navidad” fue escrito después de julio de 1919? O, más bien, fue excluido deliberadamente por el propio poeta.  ¿Por qué razón? Porque en última instancia se trataría de un villancico no en honor del nacimiento de Jesús; sino, al modo de los elaborados por Sor Juana, de uno teológicamente heterodoxo, y dedicado sobre todo a la excelencia de la Virgen María.

[1] Las muletillas de falsa modestia en su discurso: “ignoro”, “más de lo que yo lo hago aquí”, “no sé”, entre muchas otras, evitan a Fernández precipitarse en el vacío del autoritarismo en este tipo de acercamientos críticos.  Es decir, en cuanto a la tarea de proponer biografías, verbigracia, de César Vallejo; vicio donde se precipitan, estrepitosamente, varios vallejistas más o menos conocidos.

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Poéticas y utopías veinte años después

En las palabras de Alicia Borinsky; “Es un libro que busca precisión sin dogmatismo, claridad sin simplificaciones. Pedro Granados elabora lecturas iluminantes de Vallejo, desde su poesía mas transparente hasta aquella de lenguaje mas enigmático. Con sensibilidad y oficio de poeta, Granados propone una visión y una trayectoria a la vez analítica e intuitiva. El Vallejo de este ensayo es persuasivo sin volverse superficialmente coherente”.

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MGC: Cenizas de la paciencia

Manuel García Cartagena, Los cantos de la ceniza (Santo Domingo, R.D.: Manuel Editor, 2024)

“vida de las islas, donde errar es lo correcto […]

si has nacido allí, no has nacido todavía” ¡Antillas!, M.G.C.

Manuel García Cartagena (Santo Domingo, 1961) es un poeta dominicano que, en estricto, pertenecería a la generación del 80: Mar abierto, 1981; Poemas malos, 1985; Palabra (Premio Siboney de Poesía de 1984); Los habitantes, 1985, etc.  Asimismo, es narrador, traductor y académico (Doctor en Letras Francesas Modernas por la Universidad François Rabelais, Francia), su tesis de doctorado se tituló «Enjeux du “Je” dans les romans des surréalistes» (“Las apuestas del “yo” en las novelas de los surrealistas”).

Lo descubrí solo, acaso ya en mi primer y mítico viaje de Boston (cuando yo mismo cursaba un doctorado) a la Media Isla (1997 o 1998); es decir, los expertos locales no me pusieron sus textos ante las narices.  Desde entonces, su incandescente poema “Antillas” (Azul quirófano, 1988-1996), una variante más reflexiva del surrealismo o de lo real maravilloso, me acompaña cada vez que me toca pulular de nuevo por la Zona Colonial de Santo Domingo, donde usualmente recalo.  Aunque, asimismo, entre las calles de una Lima cada vez más antillana por haberse quedado prendida en sus acordes y, en el fondo, no dar para atrás ni para adelante.  Aquel poema de García Cartagena me advirtió (tarde), luego me consoló y, por último, cauterizó las heridas de mis propios errores de ser un andino capitán Ahab hechizado por una mujer acaso imposible, pero que se parecía mucho a cada pedazo de “farda mardita” por ahí meneándose.  Aunque de la política, local o internacional, no te cauteriza nadie, es más poderosa que el hechizo de cualquier mujer.

Los cantos de la ceniza (2024), siguen la tónica del estoico posmoderno que, en lo fundamental, alimenta la poesía de MGC; poesía del “pensar”.  Aunque no para evadirse o sacar aprovecho –sin remordimientos– de nuestro arribismo o el bien remunerado snobismo de moda, sino del “pensar” conectado de nuevo al disenso y en rescate del sentido común de nuestros sentidos; este último, como perseguido y censurado en su propia casa, la poesía:

“Puertos de donde nadie parte

Y a donde sólo regresa el viento”

“Como alguien que se apresta a ir y venir

De aquel crepúsculo a este cenicero”

“Aquel mar que ya no es:

Agua a la que el agua quema”

“Quienes se quedan conocen las mañas de cada mañana”

“Antes de lanzar al aire las cenizas de la paciencia”

Ahora, esta “ceniza” (aquello que queda después de una íntima combustión) no comulga únicamente aquí con aquella escena tan cara al barroco: sentimiento de humildad delante de Dios; de ningún modo.   Los cantos de la ceniza, este nuevo poemario de Manuel García Cartagena, asimismo aluden a fertilidad y futuridad, no en vano se utiliza aquello  también como nutriente o abono.  Unos poemas, un cuerpo, una inteligencia, hechos una  y levísima materia, de cara al futuro.  P.G.

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¡Rompe Saraguey!

No creo en gelman

No creo en kozer

No creo en zurita

Menos en milán

Tampoco en otro garcía

Aunque sea montero.

El maquillaje

Los traiciona. La mirada

Los delata.

No son poetas. Jamás

Lo han sido. Su obra

Es un desperdicio del tiempo.

No sus mañas.

Políticos, funcionarios,

Árbitros y racioneros

De la imaginación

Por estos feudos.

Te descuidas y te endilgan

Alguno de sus halagos.

Y entonces,

Escapas de la caverna

De la opinión para figurar

En el entremés como telonero.

Voceadores profesionales

Demiurgos al centavo.

Preferible creer en la antipoesía

Pero no de don de Nicanor Parra.

Creo en Rafael Cadenas

Creo en Alejandra Pizarnik

En varios versos de Javier

Sologuren

Que hasta el día de hoy me acompañan.

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¿Marx amazónico?

¿Juntas la lucha de clases y la simetría (no confundir con la mera ecología) podrán traer, asimismo, consecuencias para la poesía de nuestra región?  ¿Será posible demos oídos, por ejemplo, a críticos literarios dueños de El comercio o de las galletas Field?  ¿Tendré  que aprender necesariamente aymara o machiguenga? ¿Será imprescindible emplear en nuestros poemas la terminología marxista?  ¿Quiénes asumirán el liderazgo de este cambio o pachacuti: animales o humanos, vendedores ambulantes o caviares, profesores universitarios o los filósofos de la calle?  ¿Mientras tanto mejor no escribimos, es decir, hasta que digan en la Internet que ya es hora?  P.G.

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