“o arrojo, a ousadia, os voos da imaginação, são tão necessários na tradução como a fidelidade ao original, ou melhor, a verdadeira fidelidade só se obtén com esta dose de liberdade no trato com os textos” (A tradução como ato desmedido)
Con Boris Schnaiderman nos conocimos hace poco en São Paulo, por intermedio de su esposa Jerusa Pires Ferreira. Desde que lo saludé percibí una persona de la talla intelectual y humana que reflejan, pero acaso no hacen tan palpable –como en el cara a cara–, los varios y necesarios libros que ha publicado. Me transmitió la misma naturaleza de cordialidad que dispensaba mi finado hermano Germán; Javier Sologuren, en Los Ángeles de Chosica; Grazia Sanguinetti de Ferrero, de cuando –hacia mediados de los años 70– era su ayudante de cátedra de literatura en la PUCP; Irene Mochi Sismondi (1910-2004), viuda de Jorge Guillén, a través de Teresa Guillén, a pincipios de milenio en Cambridge (Mass); Martín Adán, a quien tampoco conocí personalmente, alentando los primeros versos de mi primer libro todavía inédito: Sin motivo aparente (1978). . En fin, cordialidad en tanto amalgama de hondo saber, simpatía y aliento por la tarea en la que uno anda avocado. Boris, un joven de 98 años, me repetía que le había gustado mucho Activado (Cusco/ Barcelona: Auqui, 2014); mi más reciente poemario publicado en el sello de mi buen amigo, Vladimir Herrera.
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