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POESÍA ECUATORIANA: “YA EN EL SIGLO XXI”

POESÍA ECUATORIANA (ANTOLOGÍA ESENCIAL) / Sara Venégas Coveña (Prólogo y selección)

La buena poeta que hace aquí esta selección, Sara Vanégas, garantiza la potabilidad del conjunto; es más, resulta difícil encontrar otro autor/a de su categoría y nivel entre los nacidos en Ecuador durante la década de los cincuenta.  Su meticulosidad en el decir y el realismo feérico de Vanégas, herencia de Rubén Darío y Carlos Gangotena, descollan sobre otros formatos y voces de aquel período.  Luego de esta ola  habría que esperar, propiamente, hasta la década de los setenta con la poesía de Cristóbal Zapata (1968) y algunos otros, no muchos más, gestos de estilo.  Zapata junta los distintos panes –textura, motivos, aliento, circunstancias– de crochet que hereda de su tradición local (y overseas), los libera del “poema” y, a cambio, los instala en un bar, acaso en el perímetro del Iberia Square (1999), y en medio de una conversación casual y sin fronteras.  Ciertamente, en ninguna latitud, inteligencia, erotismo o humor son inmunes al paso del tiempo ni, tampoco, tienen asegurada la atención permanente del lector; sino que lo diga Aleyda Quevedo Rojas, presente en esta antología o, por ejemplo, cualquiera de sus colegas y contemporáneas poetas peruanas.  A modo de un saludable balance, por arruga o mancha o estropicio sobre el pulcro traje de Zapata –tal como “aquello” aguafiestas, ubicuo, en cualquiera de los cuadros de suculentas polinésicas de Paul Gauguin– aparecen los poemas de Raúl Vallejo o Luis Carlos Mussó, textos ecuatorianos y siempre tan latinoamericanos, a buena hora. P.G.

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LO PENúLTIMO: “24 en punto parados”

Pedro Granados, Lo penúltimo (Cambridge, Mass. : ASALTOALCIELO, 1998) ISBN: 1-892620-09-X

Dos poemas españoles
I
Gaviotas y garzas
alrededor de las colinas.
Adelante, Córdoba.
El mismo desabotonado cielo
nos ausculta.
Vamos derecho (como una flecha)
a ninguna parte.
Vamos curvos (como un recuerdo)
a nosotros mismos:
A nuestro corazón.
Córdoba es una garra de gallo
sobre la pluma de la gallina:
Un aire amordazado.
Córdoba es su fuente de agua:
Unas rayas de tigre
debajo de esta fuente.

II
Amanecer en Madrid.
Amanecer en invierno.
Hay sopas:
De ajos.
Castellana.
Consomé de la casa.
Origen de las nuestras.
Los ojos de la señora
que atiende en la barra.
Origen de los ojos de todas
nuestras madres y de todas
nuestras mujeres.
Necesitar esos ojos.
Necesitar acariciarlos,
besarlos, copularlos.
Todo a un tiempo.
Queremos decir que estamos
en un amanecer en Madrid.
Pero la banalidad
no es lo nuestro. Sí,
las canciones.
Las canciones y esta luz
que se arroja lenta
desde el trampolín del cielo.
Ya me duele el alma
de tanto quererte.
Pero lo nuestro no es la banalidad.

Notas al Inca Garcilaso

Soy viejísimo.
Realmente lo soy.
Mi madre hablaba en quechua
con mi tía Raquel
a la hora del lonche.
Me encantaba verlas alegres
en un lenguaje que no entendía,
que jamás entendí.
Con mi tío Epifanio mi madre también hablaba en quechua,
y aunque él andaba lejos
–inmerso en el trajín de su prole numerosa–
cuando ella murió, musitó:
“ahora sí que nos quedamos realmente solos”.
El quechua es un idioma que nunca he entendido.
Pero que consideraba mío por derecho propio,
hablaban y cantaban con él mi madre y mi padre.
Cantaron alguna vez –ya muy mayores–
un hermoso yaraví que quebró de canto a canto
la pequeña vasija que era nuestra casa.
Mi padre y mi madre se amaron, pues, a su manera.
Y compartieron todavía –después de aquel inolvidable yaraví–
como unos veinte años más con nosotros.
Resulta increíble estar escribiendo
sobre estas cosas. Se nota que también
nos vamos a morir.
Y jamás habremos aprendido el quechua.
Aunque es la palabra íntima de nuestra madre,
y los ojos pequeños y desconcertados de nuestro padre,
y el fuelle oculto en el corazón
de nuestros queridísimos hermanos.
Lo único que sabemos es que en quechua
no se puede vivir. En este orden de cosas.
Comunicarte en esta lengua es literalmente suicidarte.
Te aprietan fuertísimo la garganta
y el corazón se te sale de una vez por los ojos.

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Symbol

Symbol: Poder, Matar, Imaginar, Allucinar (sic), constituyen Los heraldos negros de Roy (Roger, Royica) Sant-Iváñez; es decir, habrá que auscultar si cada apartado constituye propiamente un episodio autónomo o si, por el contrario, todos confluyen y se resumen en aquel memorable verso de “Guerra”:

“Porque un hombre solitario es también un hombre”

Lo cual entronca al poeta piurano y exalumno jesuita no tanto con las drogas duras ni los desplantes del tan precoz Rimbaud, sino con el Luis Hernández Camarero de Una impecable soledad (mediados de los 70), este último, poeta de culto en el Perú en los años de Symbol (1991).  Poemario, por lo demás, absolutamente transparente si uno navega entre aquellos motes de más voluntad de aura (de pertenencia o de arraigo) que aura propiamente dicha.  Ergo, una soledad mal disimulada se sincopa también junto con todo ese vocabulario y anecdotario que intenta camuflarla.  Ahora, no se trata de una gran soledad, por ejemplo, un Titanic a punto de naufragar ante siniestros farallones; sino de una de, más bien, feria ambulante –con muy escaso  personal– que vela sobre un féretro improvisado unas llamativas armas de fogueo  De aquí los límites y, asimismo, el encanto de este poemario.  Coincidiríamos en esto con la lectura de Chueca o de Yrigoyen, Symbol es el mejor poemario de Santiváñez.  En su producción posterior, aquella carpa de listones de hule infelizmente se acartona, el sujeto poético se toma demasiado en serio y el lenguaje abandona su fresco o espontáneo artificio.  Tal como decíamos en otro lugar: Roger Santiváñez, acaso se arriesga en el lenguaje, disloca la sintaxis, pero no en el diseño de su yo poético: bien pertrechado, auto-persuadido de sí mismo y docente.  Por el contrario, aquél en Symbol se parece al  zambo Ramón (La casa de Cartón), esta vez,  acaserado en Lima y hechizado con la jerga local.  Hubiera  de venir César Vallejo o el mismo Martín Adán a darle una mayor  dosis de sustancia u hondura a esta novecentera propuesta.  P.G.

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Los textos de algunos contemporáneos peruanos (III)

Foto por Bruno Eleizer Melo Martins

Pedro Granados acaso sea  el mejor poeta entre el lote de sus contemporáneos peruanos porque, en primer lugar, no escribe solamente, sino que encarna.  Tal como apunta, el crítico paulista Amálio Pinheiro, sobre “Dicha precolombina”:

Este es un gran poema de Pedro Granados, hecho de casi-letras: “hechizos” de “Hilos ciegos al sentido”. La Dicha precolombina sólo puede estar en esa imantación de formas significantes que nos buscan todavía ahora en las relaciones entre la garganta y el paisaje. Por ello, en los sueños de Colón, el Augusto Roa Bastos de la “Vigília del Almirante” incluye algunos garabatos de Vallejo, “Agallas para los que no somos del mar” etc. La vida como una respiración rítmica.

Con esta experiencia-conciencia de su propia labor –desde Sin motivo aparente (1978) hasta el reciente poemario, Inkarrí (2024)–, Granados ha sabido sortear la contracorriente institucional local, por lo regular,  taimadamente ignorante de su poesía.  Sin embargo, de ninguna manera nuestro autor es un poeta póstumo; dichoso se haya de aquellos que han brindado testimonio de lo que hasta hoy lleva publicado;  entre estos, incluidos aquí sus propios contemporáneos  a los cuales, en tanto lector, los pilla abrevando ha hurtadillas de su pozo de agua. 

Ahora, podría alguno preguntarse, por qué Pedro Granados no se pone a tono con el tópico de la falsa modestia.  Respuesta, precisamente porque es “falsa”; es decir, a la larga constituye  un caso de propiedad privada del poder.  Sus satisfechos dueños hayan, por demás natural, sean ellos, y ninguno otro, quienes controlen el “merecido” sello de reconocimiento al boleto hacia la posteridad.  Ergo, frente a toda esta corrupta tramoya, mucho mejor es  ir uno a su aire; aunque, ante la poesía , lo correcto sería precisamente lo contrario: irnos junto con ella hasta cómo, cuánto y dónde ella apetezca. 

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HUMAREDA(S): Víctor y Martín Adán

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Foto: Herman Schwarz

HUMAREDA(S)

Para Luis Jaime Cisneros, i.m.

Como su nombre lo indica

Incienso

No hablo aymara ni quechua

Pero entiendo perfectamente

La mueca del beodo

Del que lleva el íntegro de su mundo interior

A la playa desierta de su  mirada

Lo oculto jamás es mayor que lo evidente

Y el hombre acaso sea una bolsa de mierda

Lo dijo un español, no Goya ni Quevedo

Un muchacho que atendía por ahí

En su bodega de ultramarinos

Aunque Humareda serían las heces del ángel

Como la poesía de Martín Adán

Otro borracho que a veces permitía

Oteáramos su chispa

Humareaba tras el mismísimo “orgasmo de Dios

Hecho para cisma”

En fin, que muy en el fondo Víctor y Martín

Serrano y costeño

Son exactamente lo mismo

Como que ambos se meaban

Dentro de sus pantalones

O que en el fondo

No les interesaba ni hembra ni varón

Imantados a la maniobra

Aprendida y mejorada con la práctica

De encaramarse de un salto

Sobre su alfombra mágica

Y coincidir  ambos sobre el cerro más próximo

De Lima

Para contemplar desde allí

No sin discreto deleite

Lo bien hecho que estaba el mundo (Jorge Guillén dixit)

Dos zorros jugados a cuchichear

Lo que ya de sobra conocían

Y sin perder de vista jamás

El cierre de la chingana más próxima

Ni varón ni varona

Como le acomodó también

Aunque con sus altibajos

A Jorge Eduardo Eielson

“Sucede que me canso de ser hombre/

y también de ser mujer”

Pero sin que hallemos tal romanticismo

En la catadura clásica de Adán o de Humareda

Atentos los dos a su ponche de invierno

Tanto como Góngora, en aquella inolvidable letrilla,

Lo estaba a sus castañas sobre el asador

Que yo no sé quechua, aymara tampoco

Ni entiendo cosas de borrachos

Únicamente en español

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Estaciones de Bethoven Medina

A

y celebro el primer día

hasta caer abrazado a la piedra

que encierra las claves del Saber

B

feliz he muerto y recogí azucenas, pensando en ti, Jesucristo

El poemario Éxodo a las siete estaciones (2016), a modo de diáspora o liberación del dolor ontológico de ser pobres, oprimidos o marginados, de Bethoven Medina (Trujillo, 1960), oscila entre estos dos polos (A/ B), del mito amerindio al mito mediterráneo; y, en el interin, hace eco de la mitología de incluso otras cuencas culturales.  Todo lo cual diseña, finalmente, un Jesucristo de piedra y también un Abraham de piedra; es decir, nos pone cara a cara ente el pan-andino y trasatlántico mito de Inkarrí:

Devoto del sol, me arremolino ante la Vida;

Porque sé que después de diez generaciones nos llegó Abraham

cuando pregunto nombres a las piedras,

tiran de mis nervios como cuerdas

Versos al modo de Los heraldos negros (LHN), en “Huaco”:

“A veces en mis piedras se encabritan

los nervios rotos de un extinto puma” (César Vallejo)

También, y esta vez junto a Julio Garrido Malaver (1909-1997), en función de epígrafe a la sección III del poemario que vamos reseñando (“Siete días de la semana”), autor del cual nuestro poeta publicó un estudio este mismo 2024 (Julio Garrido Malaver: poesía y ejes temáticos), asoman nuevamente LHN; aunque ahora aludiendo a la crispación del “no saber” y la consecuente acción de recogerse o “voltearse”:

Y el hombre… Pobre…pobre! Vuelve los ojos, como

cuando por sobre el hombro nos llama una palmada

vuelve los ojos locos, y todo lo vivido

se empoza, como charco de culpa, en la mirada.  (César Vallejo)

Días hay que no llegan/ Por más que lo esperamos/ Con el alma a modo de pañuelo/ Tendido en el camino/ Nos damos vuelta dentro de nosotros/ Y apenas si entendemos/ Que nos duele una pena que ya no/ entendemos… (Garrido Malaver)

En suma, fascinación por la cultura precolombina local, de modo emblemático centrada en Chan Chan, la cual cautivó al Grupo Norte (José Eulogio Garrido, César Vallejo, Alcides Espelucín, etc.), y que de modo más o menos explícito y bajo diversas plataformas –romántica, modernista, vanguardista– se ha proyectado desde los autores de aquella promoción hasta las obras de las siguientes generaciones de poetas liberteños (tema urgente de investigación).

El reto, tal como lo asume en sus “Estaciones” Bethoven Medina,  consistirá siempre en adentrarse y comunicar este legado amerindio, el mito de Inkarrí, del modo menos chauvinista ni nostálgico posibles; y catalizado, de modo simultáneo, con otros saberes y maneras de pensar y sentir del orbe.  La idea es compartir saberes y prácticas, de igual a igual, con el mundo entero. Como sabemos, la ética post antropocéntrica del cuidado, derivada de los mitos amerindios, señala una democracia perfeccionada y del futuro –nunca arcaica ni deficiente– y sin fronteras; tal y cual como tampoco deberían tenerlas los versos que dediquemos, con mayor o menor opacidad, a aquel nuestro gran héroe civilizador. P.G.

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Mandyju/ Cristino Bogado

 

Al poeta Bogado se le pilla con una trampa de hojas secas de literatura camuflando un hoyo de aquellos aderezados para sachavacas, corpulentos mamíferos hoy por hoy casi extintos.  De otro modo, no es posible ampayarlo; es decir, en sus textos, autores remiten a otros, páginas de un libro a otras análogas o tangencialmente diferentes.  Y así hasta, no el infinito, sino el patio, antes, una ventana que mira hechizada a la yiyi de la infancia, aquélla de los muslos tan prematuros de tanto darle a la bicicleta.  Y porque este sujeto poético, vaya, también que ha sido precoz para el enamoramiento que confundió, que entreveró, que su inaudita timidez prefirió solazar con los libros antes que con aquella yiyi que, hoy por hoy, apenas cabe en la bicicleta y que adora la poesía aunque, de ninguna manera, a aquellos, por tan desubicados, agrimensores de la nada P.G.

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LIBROS DE GRANADOS EN LA VII FLS

TRILCE: HÚMEROS PARA BAILAR       

LA MIRADA

VALLEJO SIN FRONTERAS

UN CHIN DE AMOR            

INKARRÍ     

Los libros se encuentran a la venta en el stand “Cajamarca”, departamento al que se dedica este año la VII FERIA DEL LIBRO DE SAN BORJA.  Este sábado 18 y tambien el 25 (4 – 6pm.) el autor estará firmando los libros. Y el viernes 31 de mayo, en el auditorio de la FLS,  bindará una charla alrededor de Trilce: Húmeros para bailar. Quedan todos invitados.

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