En respuesta a una parte de los temas que plantea Silvia [Camerotto], en verdad solo a los primeros renglones, quiero citar unas palabras del escritor Cesar Aira, con cuyo pensamiento coincido o, por lo menos, coincido con el fragmento que cito a continuación:
«Hubo una época, felizmente no tan lejana como para que no hayamos alcanzado a vivirla, en que los escritores eran figuras románticas, dramáticas, envueltas en el misterio: inexplicables. Después, fue como si empezaran a hablar, y ya no pudieran dejar de hacerlo. Ahí coincidieron, no por azar, el desarrollo de la llamada «industria de la cultura» y una especie de temor de los artistas a alentar esperanzas excesivas en su trabajo, temor que los llevó a adelantarse a declarar que eran seres comunes y corrientes, más vulgares inclusive que el promedio, preventivamente. Sea como sea, es difícil imaginarse cómo pueden despertarse vocaciones literarias en los jóvenes que ven escritores diciendo banalidades en televisión, y comportándose en general como pequeñoburgueses bienpensantes».
Más allá de las ironías de Aira, creo que la «desromantización» de la figura del escritor ha dado lugar a un prolongado equívoco, en un mundo que tiene rigurosamente prohibidas las revelaciones.
Por supuesto, no considero que todos los escritores deban ser «border» (termino del discurso psiquiátrico, y por lo tanto sospechoso).
Pero pienso que el artista es un ser de una sensibilidad particular que, socialmente, absorbe en su cuerpo circunstancias que mucha otra gente no percibe.
Esto provoca que los poetas, eventualmente, den la hora antes de tiempo.
Allí está Rimbaud, dando la tónica del siglo XX.
Allí tenemos, por ejemplo, a Kafka, quien sufre corporalmente un horror que seria el de su escritura, que es el de la época que vaticina. Milena y la hermana del escritor checo, deportadas a los campos de concentración. La denuncia de un poder inmemorial escribiendo sobre el cuerpo de los condenados en la colonia penitenciaria.
Los últimos poemas de Alejandra Pizarnik y toda la obra de Miguel Angel Bustos cobran un nuevo sentido a esta luz.
Algunos versos de Bustos, como «tuve que morir volver a ustedes» tienen un significado especial en retrospectiva.
Lo mismo ocurre con el joven Rimbaud cuando anuncia y describe el final de su vida. «Las mujeres cuidan de los inválidos que vuelven de tierras calientes».
Por otro lado, pienso que existe un perverso mecanismo propio de la sociedad neurótica, donde una mayoría supuestamente «cuerda» se apropia de la riqueza intelectual de seres que en vida excluyó.
Basta decir que Jacobo Fijman tenía prohibida la entrada a la Biblioteca Nacional.
Y la desaparición por parte del proceso militar del gran poeta Miguel Angel Bustos, es seguida por la desaparición de su voz misma, hasta la reciente publicación de sus obras completas.
Cabe preguntar:
¿Dejarían a Van Gogh, entrar al Louvre? ¿Podría Van Gogh comprar un Van Gogh? ¿Podría Nietzsche pagar la cuota de una universidad privada donde se discute su pensamiento?
Ante la mención de Paul Celan en la nota, bien vale citar una frase de este poeta: «La poesía ya no se impone, se expone». Allí estaría tal vez una respuesta posible a la teoría de glamour.
Personalmente le pediría a la poesía gestos más audaces, operaciones de lectura más jugadas, construcciones que no se conforten en ninguna escuela o canon.
Cito estas palabras de Alain Badiou, en el análisis que hace de la Oda Marítima de Fernando Pessoa:
«Para que el individuo se convierta en sujeto es preciso que supere el temor, el «miedo innato a las prisiones», sin duda, pero más aún el miedo a perder toda identidad, a ser desposeído de las rutinas del lugar y el tiempo, de la vida «reglamentada y revisada…».
«…El miedo inmoviliza al individuo, lo transforma en impotente. Y no tanto el miedo a la represión o al dolor, como el miedo a no ser más lo poco que se es, ni tener lo poco que se tiene. El primer gesto que lleva a la incorporación colectiva y a la trascendencia artística es dejar de tener miedo.
Nos gusta que nuestra vida esté reglamentada para escapar a la inseguridad. Y el custodio subjetivo de la regla es el miedo…».
En consonancia con esta idea, no me parece casual que Hölderlin haya usado la palabra «indigencia» para hablar de los tiempos que vendrían o que Juan L. Ortiz defina a la poesía como «la intemperie sin fin».
El temor a lo sensible o a lo trascendente, ha hecho olvidar que la poesía fue el viaje espiritual en San Juan de la Cruz y también, en bodas con la noche, el reencuentro con la amada en Novalis, ascensión y caída en Fijman y en Bustos, por citar algunos ejemplos.