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Esta es la casa, Manzana h lote doce de
la urbanización La Atarjea.
Chiquillos corriendo en los terrales
mientras /ronronean las motos
eterno sol sobre los flacos enamorados, una casa.
Ventanas,
la posibilidad de un futuro y pan
con aceituna los lunes y gente
que trabaja y jode y no sabe respetar el canto
y gente que es feliz o es triste y vive en
la envidia, en la ignorancia más grande, aquí
conmigo, en el mundo.
Aquí la fundación de mi lengua. Y arañas tus
cuadernos para seguir dibujando tu
mente, y el arte es una
peligrosa insatisfacción que no cesa.
Ayer tus versos eran una canción tímida
Y hoy chillas tu verdad.
Cubiertos y cucharas,
alguien apaga detrás de su nostalgia
una tonta canción de amor, esta es la casa,
avenida no te olvides de llegar temprano.
También habrá qué decir lo puro para no desentonar
con nada.
No hay una gran verdad en mi Cuadra
Solo pasan asteroides y niñas extintas
Yo canto al curso de las horas estivales
Somos animales profundos perdidos en un escenario
sin guion, en la codicia, en la envidia, en el materialismo
salvaje.
Habrá que agregar que no pretendo nada, que busco
paz,
Y que esta es y para siempre la epístola soñada;
sobre la casa
cae la cera amarilla anaranjada.
Yo miré todo desde aquí
Dije velocidad y velocidad fueron estos años.
Quiero quemar buses amarillos frente al
palacio del presidente y leer mis versos
más intensos mientras todo
lo Real toma el poder perdido.
El sol que busco es el poema todavía no escrito.
O tu faz soñando esta resurrección.
Yo solo tengo un cuarto
Manzana H Lote 12 Urb La Atarjea
Y toda la energía del mundo.
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La Poesía Peruana será
una niña con la cabeza hueca y un agujero negro.
Julio Barco (Lima, 1991), Mosaico (2021). De modo semejante a Los poemas que vi por un telescopio (2009) de Yaxkin Melchy Ramos (México, 1985), al menos hasta que éste no se las creyera y se burocratizara –o lo burocratizaran como a la inmensa mayoría de los poetas mexicanos– los poemas de Barco presentan una urbe de manera realista y, simultáneamente, aunque controlada o inclinada todavía a la “Cultura Quilca” (Kloaka), de manera feérica. Encandilamiento que no niega sino, en los mejores momentos de Mosaico (los cerros super hacinados de Lima y el rol subalterno del poeta en tanto “mozo” de restaurante), inflama su perspectiva crítica literario-social o le añade confidencia o intimidad. Poeta-lector en plena búsqueda de su propia retórica, y acaso esta última estribe en acometer cierta economía para sus versos. No nos referimos sino, al final, a encontrar una manera de sentirse más a gusto en su propio pellejo; es decir, sin necesidad de citar tanto o brindar demasiadas referencias puntuales del entorno (poesía exteriorista tipo Solentiname). El lector es sensible e inteligente también; y lo que más aprecia o a lo que recurre cuando toma un libro de poesía, sobre todo en estos tiempos tan abrumadora y manipuladoramente elocuentes, es procurar encontrar un ritmo o una voz que aunque hable breve y bajito quizá se haga escuchar mucho mejor. P.G.