Archivo por meses: noviembre 2019

AUTISMO COMPROMETIDO: SOBRE POESÍA PERUANA RECIENTE

A manera de prólogo

Artículos

Los poetas vivos y más vivos del Perú, y también de otras latitudes

José Watanabe y las trampas de la fe

“Spasmo-Dolviran”: ¿el último cuaderno de Luis Hernández?

‘Mirko Lauer y Mario Montalbetti / POST-2000’

Hitos del erotismo en la poesía de Javier Sologuren

Algunos gestos de estilo en la poesía arequipeña: 1950 al presente (1)

De lo neobarroco en el Perú

Apuntes sobre la actualidad “teórica” de la poesía de César Vallejo

¿César Vallejo, por bulerías?

Eielson – Vallejo: El des/ nudo en la más reciente poesía de J. E. Eielson(1)

Reseñas

Cadáveres/ Alejandro Susti

Tratado de arqueología peruana/ Roberto Zariquiey

Poemas de Juan W. Yufra

Poesía ilustrada y Patrimonio Cultural Inmaterial (PCI) en el Perú

Víctor Coral o la nada visible

Octubre/ Manuel Fernández

“FELIZ – ID – ASS”/ Lawrence Carrasco

Nuevos poemas italianos/ Renato Cisneros

Indicios de José Luis Falconí: Poemas 1996-2006

Premio Copé Internacional de Poesía 2007: por una lúcida amnesia

Sobre Elogio de otra vana invención de Carlos Eduardo Quenaya

Poemas de Juan Carlos de la Fuente Umetsu

Extravío personal de Bruno Mendizábal

Hipertiroidismo y diabetes en el último poemario de Antonio Cisneros

Raúl Brozovich, El duro oficio de vivir

Reseña del Congreso Trilce y la Vanguardia Internacional

Sobre “César Vallejo y la música popular peruana” de Juan Carlos Garay

El César Vallejo que no conoció Julio Ortega

Poesía y acción, el caso de Trilce de César Vallejo

“César Vallejo, el acto y la palabra” por William Rowe

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Últimas canciones de Emilio Estrella, de Roberto Zariquiey*

R. Zariquiey junto a un niño y al maestro kakataibo, Emilio Estrella

desde el principio

la selva era selva

Sobre Tratado de arqueología peruana (2005), un poemario anterior del autor,  decíamos ya lo siguiente:

En la tradición de la poesía peruana y latinoamericana se han sucedido buenos ejemplos que han intentado dar cuenta de la arqueología de la región. El modernismo la trabajó como una escenografía lujosa más para devolver a París. Neruda la abrumó de adjetivos que terminaron recubriéndola y alejándonosla. Martín Adán la trató como si fuera su propia alma de piedra aristocrática, aunque no por eso menos húmeda y hospitalaria: “y bañarnos con la india desnuda/ en chorro/ donde sólo alguna agua nos vea”. En los sesenta –de Ernesto Cardenal o Antonio Cisneros– formó parte de una prenda de marca (más o menos verde oliva), y la arqueología también se dividió simplistamente en dos, como todo, como todos. En el Perú, algo después, Javier Sologuren se planteó el ir a ella de nuevo y desenterrarla. Pero el que ha emprendido la tarea con el recogimiento, temblor y gozo propios –de quien se adentra en un auténtico tabú– es el presente libro de Roberto Zariquiey. Y en esto acierta el poeta, no se pueden tratar las cosas realmente significativas sino con el respeto que inspira un auténtico candor.

Hoy, con Últimas canciones de Emilio Estrella (2019), luego de casi tres lustros, Zariquiey pareciera haber pasado o estar en proceso de pasar del multiculturalismo –noción de las humanidades en tanto pueblos, minorías o culturas– a un decidido multinaturalismo o sobrio pasmo post-antropocéntrico.  Es decir, en la inercia misma de un “giro ontológico”: comprobar que todos somos seres humanos, pequeños animales de monte y cochas o caños incluidos.  Como es lógico, van quedando algunos resabios de filantropía en el camino; aunque Roberto desde ya esté  llamado a convertirse en una lechuga o, más bien, y tal como una famosa tela de Tilsa Tsuchiya: “en una hermosa col/ con sus hojas frescas y calladas”.  No hay destino más noble que este, dejar de ser alguna lengua o, tal como lo que es, alguna traducción de un mito (“un idioma nuevo pero parecido al de la gente”) para convertirnos directamente en oficiantes eternos de un duelo (“Las lágrimas son un ave”) o, no menos eternas, las nupcias entre un jaguar y los pechitos que ya despuntan en aquella muchachachita de “Ucayali”.  Tránsito donde se hacen simétricas las huellas de una mariposa y las de un distraído tractor.  Contra correlacionalismos ya superados, aquello de que las cosas sólo existen en mí y de que no hay centro ni sentido, tránsito –el de Roberto– donde se comprueba que el ser es acaso contingente hasta la médula; pero es ser,  pero hay ser.  Ni utopía ni distopía, entonces, y sí post-antropocentrismo desplegado y batiente.

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Poesía, dipsomanía y corrupción/ Harold Alvarado Tenorio

Acaba de aparecer en Bogotá, en medio de un extraordinario jubileo y ruido de panderetas, publicado por el Gimnasio Moderno y la Universidad Central, un volumen titulado Una antología de una generación sin nombre, seleccionado y prologado por María Paz Guerrero, una señorita licenciada en una de esas universidades secuela de los motines y revueltas de los años sesenta, cuyas reales protestas y destrozos tuvieron más que ver con las dificultades de vastos sectores de ladinos, que nunca alcanzaban el puntaje forzoso, para atender clases en las rancias academias parisinitas. 

Esta miscelánea incluye, en un descosido desperdicio de 400 páginas que van cayendo a medida que se consumen, sin cosa distinta a un discurso falaz que llaman archipiélago [Conjunto de islas próximas entre sí con un origen geológico común], a Alvaro Miranda, Augusto Pinilla Vargas, Dario Jaramillo Agudelo, David Bonells Rovira, Elkin Restrepo, Giovanni Quessep, Henry Luque Muñoz, Jaime García Mafla, José Luis Diaz Granados, Juan Gustavo Cobo Borda, María Mercedes Carranza, Martha Canfield y Miguel Méndez Camacho. 13 criaturas nacidas entre 1939 y 1949. 

La mayoría de ellos, hijos de la clase media, educados en colegios oficiales o de baja estofa y apenas uno o dos, cachorros de ricos comerciantes o terratenientes. Otros pocos profesores universitarios y la mayoría empleados estatales, carga ladrillos de caciques políticos o escribanos de presidentes. Una cofradía inventada por las ambiciones de gloria de José Luis Díaz-Granados, padre de Federico Díaz-Granados, el gerente cultural del Gimnasio Moderno y la Tertulia de Gloria Luz. Una falacia que nada tiene ver con la historia literaria nacional, ni los eventos que pueden configurarla. Una patraña, un camelo, un tour de force para despistar ingenuos. Un acto más de corrupción, la médula que nutre a Colombia desde la aparición del Frente Nacional y su fruto perverso: el narcotráfico.

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NO ES LO MISMO SER CACHIMBO SIN TI (novela breve y colectiva, in progress)

Era ya de noche cuando, la puerta 1, se estaba desolando.  Los ambulantes se retiraban, pasaban pocos autos y solo quedaban los wachimanes. Un niño llorando con una caja que emitía sonoros chillidos caminaba sin rumbo, se detuvo en la puerta 1. El wachimán, al percatarse del llanto del niño, le preguntó el motivo; éste le respondió:

-Mis padres no quieren que tenga este cachorro. El wachimán abrió la caja, allí estaba el futuro símbolo de San Marcos.

El niño rogó al wachimán para que se lo quedara y lo adoptara, pero éste se negaba rotundamente.  Sin embargo, al verlo con los ojos llorosos, preocupación, desesperación; el wachimán decidió quedárselo.  Aunque con una condición, que al día siguiente el muchacho debía regresar.

El niño se fue tranquilo, sabiendo que su cachorro estaba ahora en buenas manos y con un techo donde vivir. El wachimán observó aquella caja deteriorada y cuidó al cachorro toda la noche. Pero llegó el día siguiente y el niño no regresaba.  El wachimán se preocupaba más y más; ya le tocaba el cambio de turno.  Llegó su reemplazo  y, como el niño no venía,  decidió dejar la caja, entre unos arbustos, con el animalito dentro.

La noche ya caía y el wachimán, preocupado por el cachorro, fue al lugar donde lo dejó y, para su sorpresa, ya no estaba; no había rastro del cachorro ni de la caja. ¿Qué había sucedido?, se preguntó y no volvió a saber nada del asunto.

Al día siguiente la caja apareció, como por arte de magia, en la parte trasera del comedor universitario de la UNMSM.  Percy,  el cocinero, lo había recogido de entre aquellos arbustos de la puerta 1, cuando ingresaba como todos los días, para preparar al almuerzo para los estudiantes. El le daba de comer las sobras que los “cachimbos” desperdiciaban. ¿Cómo te llamaré?, se preguntó.  Sobre la caja que, como un caparazón protegía al cachorro, estaba impresa la marca de un reconocido aceite, “Olga”. Desde ahora te llamarás Olga, exclamó Percy, abrazando a la perrita.

Percy crió generosamente a Olga hasta  que falleció, esto sucedió apenas unas semanas después.  Pero luego todos la cuidamos o, más bien, ella nos fue cuidando incansablemente a cada uno.

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LIMIARES de Gerson Albuquerque

Sussurros, balbucios e outras artes do diz: La poesia de Gerson Albuquerque

A noite me devora por inteiro

Morri ali

Um corpo da noite

Minha voz ecoa significados vazios.

Lugar de coisas, gestos, silêncios, cores,

sentidos que palavras não dizem.

E como não tenho alma,

digo não com o corpo em riste,

sangue nos olhos e as mãos em chamas.

Um corpo nu desfazendo a ordem,

reinventando o verbo,

distante da origem.

Vidas Secas”, de Graciliano Ramos, más “A Noite Dissolve os Homens”, de Carlos Drummond de Andrade, sumados a la oralidad y los cuidados que brinda a sus buenos habitantes la Amazonía — resistencia vital y cultural, lucidez y consuelo e incluso alegría (“Nestas tardes de caldeira, sopra uma brisa de sabiás em meu rosto”) un tanto al modo de Manoel de Barros– constituyen  los insumos de esta nueva entrega poética de Gerson Albuquerque.  O, esta vez incluso, del  propio “Cuerpo” del poeta.  Poesía multinaturalista por excelencia; pero que no sólo planea sobre los elementos de la naturaleza (incluido el mismo sujeto poético), sino que se fija a uno de ellos, se agarra a él con uñas y dientes, y penetra, bucea o profundiza.  El elemento aquí es la noche, libre de romanticismo;  aunque éste aparezca como uno entre otros topoi.  Como otros tópicos o alimentos suculentos que se va tragando la noche; entre estos Ramos y Drummond y el propio De Barros.  Sin embargo, menos a la amazonía.  Porque es la amazonía misma en la que aparece convertido el propio sujeto poético.  Amazonía que de tan tupida se parece a la noche.  Sonidos y ruidos que de tan apretados simulan el más vasto silencio.  Desgracias e injusticias seculares, aunque, todas ellas juntas, menos potentes que la noche.  Tristeza emotiva que la lucidez trueca en alegría:

PANFLETEIRO

Eu panfleto

Tu panfletas

Eles rasgam os panfletos

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“Tardíos setenta: el caso de la poesía de Pedro Granados”*/ Gaspare Alagna**

* Ponencia leída el sábado 13 de agosto de 2005, durante la última jornada del Seminario: “Poesía Peruana del 70”; el encuentro académico fue organizado por la Facultad de Letras de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima.

** Gaspare Alagna. Perú. Poeta y traductor. Bach. en Literatura Hispánica por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ha publicado el poemario Memorias de un dios herido, Lima 1986. En la Revista Fórnix, N° 3-4, Lima 2004, dio a conocer su versión del italiano del libro de poemas Cuaderno gótico (1947), del escritor Mario Luzi (1914-2005).

La poesía de Pedro Granados (Lima, 1955) irrumpe en el contexto peruano altamente politizado de los años 70. Aunque su primer libro, Sin motivo aparente (1978)1, no ve la luz en plenos años velasquistas, sí lo hace en medio de un escenario social y político polarizado, precisamente, a partir del triunfo y posterior veloz desmantelamiento de aquella tromba histórica que significó la revolución de Juan Velasco Alvarado en el Perú. Los ánimos, por doquier, estaban caldeados; las ideologías a flor de piel. Obviamente, las instituciones literarias –llámense éstas universidades, talleres, congresos, premios, páginas culturales, etc.– no hacían oídos sordos a todo esto y, más bien, en medio de este ambiente tenso y no menos confuso, se adherían a uno u otro de los bandos simbólicos. La racionalidad política parecía, literalmente, querer dominarlo todo; incluso afectos, diversiones o el inconsciente si era preciso.

Muy pocas aventuras personales –auténticamente fervorosas o creadoramente autistas– hubo en el paso de los poetas del setenta hacia el ochenta. En esta última década se consolidaron o tornaron como oficiales, por un lado, grupos más bien altamente retorizados –verbigracia, Kloaka — influidos aún por el lenguaje marginal-contestatario de Hora Zero; o, por otro lado, individuos que representaron con sus versos canónicos a las instituciones más conservadoras de aquella coyuntura histórico-política-cultural. En todo este contexto, creemos, y por eso la estudiamos, la poesía de Pedro Granados fue y es, incluso hasta ahora mismo, un gesto de estilo incomprendido, pero no por ello quizá menos asimilado en secreto, particularmente por los otros poetas de su generación. La palabra de Granados refulge viva y joven hoy más que nunca; ha sabido no envejecer prematuramente como las de algunos de los poetas del 60, muchas de los del 70 y casi todas entre las de su propia promoción.

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Stephen M. Hart (2019). El Vallejo «verde» de Los heraldos negros. Revista Archivo Vallejo 4(4): 47-71

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Vallejo   deliberada   y   conscientemente   crea   una   dimensión   endogámica en el terreno del lenguaje poético, la cual es análoga al  incesto  genético (Hart 68)

Obvio, desde una perspectiva  positiva y lineal del parentesco, no rizomática; la cual constituye, esta última, el modo específico y cultural donde debemos situar a la “familia” o el archipiélago o el “ciliado arrecife” donde nació el poeta.

¿Cuál  es  el  resultado  de  la  decisión  tomada  por  Vallejo  de  «endogamizar» la lengua? Primero, se nota que las palabras gozan de esta pérdida del control y empiezan a crear un nuevo mundo  basado en nuevas leyes; un adjetivo, por ejemplo, puede adoptar  la  modalidad  de  otro  componente  gramatical,  el  sustantivo  puede comportarse como si fuera un adjetivo, el adverbio puede disfrazarse de sustantivo, y el sujeto puede convertirse en objeto. Esta  aventura  llegaría  a  su  cúspide  en  Trilce, pero  ya  existen  algunos  indicios  de  esta  trayectoria  en  Los  heraldos  negros (Hart 69)

¿Y Quevedo?  ¿Y Góngora?  Aquellas metamorfosis, el tantear y ventilar conceptualmente  diferencias y simetrías, le vienen a César Vallejo de sus atentas lecturas del Barroco; en particular, de la poesía de Luis de Góngora (Ej. Fábula de Polifemo y Galatea) que remite, asimismo, a la Metamorfosis de Ovidio.  En este sentido, no olvidemos que los famosos protagonistas de aquella fábula gongorina –Polifemo, Galatea, Doris y Acis– son todos ellos, tras distinta apariencia y función en el poema, finalmente agua (Granados: Trilce XLVII y el “no nacido”).

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