En tránsito: Antología de la cuentística dominica actual/ Nan Chevalier

En tránsito: Antología de la cuentística dominica actual (1970-2017) (Amargord Editores, 2017), incluye escritores de tres generaciones, desde la posguerra de 1965 (especialmente los autores que empezaron a publicar en la década de los años setenta, años de represión estatal) hasta el presente año 2017. Tres períodos diferentes: Posguerra y años setenta, primero; Generación de los ochenta y promoción de los años noventa, después; Generación de la Internet y nativos digitales, al final.

Es necesario señalar, como escribiera Luis Harss en Los nuestros, que en cada generación hay corrientes subterráneas que ofrecen otra visión del mundo, aparte de la cara de la realidad que presentan otros miembros de la misma generación. Esta idea cobra valor cuando leemos los textos de escritores que coexisten en una misma época, pero que presentan universos literarios distintos. En ese sentido, podemos distinguir rasgos diferenciadores notables entre, por ejemplo, los primeros escritores de la Generación de los ochenta y la segunda parte de esa generación: la promoción de los años noventa o, para llamarles de otro modo, la promoción Final de Siglo. Lo mismo ocurre con los escritores que empezaron a publicar en la primera década del siglo XX y aquellos que publicaron a partir del 2010. Por supuesto, separar las promociones cada diez años no es una ley universal; es, más bien, una manera de subrayar que ese lapso es suficiente para que la mentalidad de un escritor varíe debido a diversos factores: acontecimientos históricos estremecedores, avances tecnológicos, influencias literarias y artísticas.

Si realizáramos un breve recorrido por la historia del cuento dominicano notaríamos que lo que estoy planteando no es nada nuevo; la única novedad la constituye el ritmo vertiginoso con que los eventos se suceden uno tras otro en la época actual. Los cambios de paradigmas ocurridos, por ejemplo, durante la dictadura trujillista, exigían largos períodos, sobre todo por el aislamiento al que estuvo sometida la República Dominicana.

El origen de la cuentística dominicana es tan remoto como el nacimiento de la República, a mediados del siglo XIX, si bien se trataba de manifestaciones elementales, generalmente fábulas y textos infantiles. Otras manifestaciones, escritas durante las tres primeras décadas del siglo XIX, más elaboradas, corresponden a Virginia Elena Ortea, Fabio Fiallo y José Ramón López, quienes se destacaron por la creación de cuentos folkloristas y modernistas.

Es en los años treinta —la década de El pozo, de Onetti—  cuando surge la figura de Juan Bosch. La presencia de Bosch representa un cambio importante en el curso de la cuentística dominicana. Son notables sus aportes a la narrativa corta, sobre todo si tomamos en cuenta el período histórico en que produce la mayor parte de su obra. Como señala Alejo Carpentier: “La época 1930-1950, se caracteriza, entre nosotros, por un cierto estancamiento de las técnicas narrativas. La narrativa se hace generalmente nativista. Pero en ella aparece el factor nuevo de la denuncia”.

Es Juan Bosch quien encabeza, en los planos creativos y conceptuales, el curso del cuento dominicano previo a la caída de la dictadura trujillista. Durante ese período también sobresalen otros cuentistas, pero no alcanzan la dimensión internacional de Bosch. Ellos son: Ramón Marrero Aristy, José Rijo, Néstor Caro, Hilma Contreras, Tomás Hernández Franco, Ramón Lacay Polanco, José María Sanz Lajara; Ángel Rafael Lamarche.

Aun durante gran parte de la segunda mitad del siglo XX, la novelística hispanoamericana sigue el mismo patrón del siglo anterior: centraba su atención en el ambiente rural y en la lucha del hombre contra los elementos de la naturaleza.    

Después que cae el régimen de Trujillo, emergen otros narradores, con una visión diferente de la literatura: Virgilio Díaz Grullón, René del Risco Bermúdez, Enriquillo Sánchez, Marcio Veloz Maggiolo, Aída Cartagena Portalatín. Todas, figuras de primer orden. El desencanto existencialista de René del Risco; la prosa nítida de Enriquillo Sánchez, la apertura a todas las posibilidades expresivas de Marcio Veloz Maggiolo; la experimentación con nuevas formas de Aída Cartagena Portalatín; y la inclusión de las corrientes sicológicas y existenciales en Díaz Grullón, ofrecen una idea de la riqueza creativa de la época.

Mención aparte merece Virgilio Díaz Grullón. Desde la publicación, en 1958, de Un día cualquiera (Santo Domingo, Editora Taller) definió un camino, hasta cierto punto inédito en nuestra narrativa, que iría perfeccionando en el transcurso de cuatro décadas: el sendero del cuento y la novela sicológicos, mezclados con elementos existencialistas y fantásticos. Admirador confeso del psicoanálisis freudiano, encaminó sus narraciones hacia la complejidad sicológica de los personajes. Se convirtió en una de las personalidades literarias más influyentes en las siguientes generaciones, especialmente en la de los años ochenta.

La Guerra de Abril de 1965, librada contra la mayor potencia económica y militar del mundo, constituye el acontecimiento histórico de trasfondo para los escritores que empezaron a publicar durante esa etapa. La resistencia contra el ejército invasor —con la palabra y con los fusiles— signó la personalidad de gran parte de los artistas. Si ese evento histórico sumamos el escepticismo y la falta de fe en cualquier proyecto desencadenados a raíz de las propuestas teóricas del Existencialismo, podemos hacernos una idea parcial de la ideología preponderante en la literatura dominicana de más de una década. Sólo resta anotar que era una ficción erigida sobre el influjo de las propuestas del boom literario latinoamericano, de aportes inconfundibles en las técnicas, los temas, y las posiciones políticas.

La frontera entre la generación de posguerra y los escritores que empiezan a publicar en los años setenta del siglo pasado no es muy notable. El régimen instaurado por el Dr. Joaquín Balaguer (los llamados Doce Años) constituye el acontecimiento político más importante que sirvió de trasfondo para los nuevos autores. En ese período se destacan, entre otros, Armando Almánzar, José Alcántara Almánzar, Roberto Marcallé Abreu, Diógenes Valdez y Pedro Peix. Precisamente con esa generación de escritores empieza esta antología.

El primer grupo de autores incluidos en esta antología está conformado por Ligia Minaya (1941), José Alcántara Almánzar (1946), Roberto Marcallé Abréu (1948), José Enrique García (1948), Rafael Peralta Romero (1948), René Rodríguez Soriano (1950), Eduardo Lantigua (1950), José de Rosamantes (1952), Pedro Peix (1952).

Aunque cronológicamente aparecen en un mismo grupo, algunos de ellos (René Rodríguez Soriano, Eduardo Lantigua y José de Rosamantes) practican una estética más cercana a la Generación de los ochenta.

La de los ochenta es una generación que tiene como trasfondo una relativa paz social: el tránsito de un período convulso y violento a un estadio de calma y de esperanza. Después de doce años en el poder, Joaquín Balaguer sale de la presidencia: la República Dominicana elige un gobierno democrático (PRD, 1978).

Como parte de la estética ochentista, la mirada poética, el narrador, los puntos de vista centran la atención en el ser, en las interioridades sicológicas y en las preocupaciones de carácter filosófico. Las lecturas predilectas (Borges, Nietzsche, Paz) destacan esa realidad, reforzada por temas metafísicos y sicoanalíticos.

Los autores seleccionados de esa generación son Ángela Hernández (1954), Santiago Campo Gutiérrez (1956), Rafael García Romero (1957), Luis R. Santos (1958), César A. Zapata (1958), Avelino Stanley (1959), Amable Mejía (1959), Manuel García Cartagena (1961), Luis Martín Gómez (1962), Eulogio Javier (1963), Emilia Pereyra (1963), José Martín Paulino (1963), Eugenio Camacho (1963), José Acosta (1964), Omar Messón (1964), Pastor de Moya (1965), Máximo Vega (1966), Manuel Llibre Otero (1966), Pedro Antonio Valdez (1968), Noé Zayas (1969), Valentín Amaro (1969).

Al igual que en las otras generaciones, en esta subyacen corrientes subterráneas que se alejan de las propuestas estéticas iniciales; dentro de ese subgrupo (años 90), podemos señalar a Eulogio Javier, Pedro Antonio Valdez, Pastor de Moya, Noé Zayas y Omar Mesón, entre otros.

Entre los rasgos diferenciadores de la literatura dominicana de los años 90 son palpables el retorno y predominio del mundo exterior, la influencia del arte urbano, el humor negro, la escritura de literatura policíaca y el realismo sucio como estética. La preferencia por el mundo circundante ante las reflexiones de carácter sicológico no es, por supuesto, un calco del arte urbano, con el que tiene ese elemento en común, sino más bien la atmósfera de la época. El arte es cíclico: una vez saturados unos recursos y procedimientos, la reacción natural es buscar nuevos caminos; pero esos senderos habrán de poseer rasgos similares con otros movimientos precedentes.

Como el objetivo central del escritor es el mundo exterior, y en los 90s ese mundo es cada vez más un espectáculo (sombrío, es cierto, pero espectáculo al fin y al cabo), la literatura va paulatinamente deteniéndose en lo grotesco de la realidad, en el cinismo que emerge de las diferentes instancias de la sociedad, en lo que tiene de farsa el amor.  Mundo que tiende al caos, el de los 90s asume ese caos como belleza estética; no es de extrañar, entonces, el apogeo del realismo sucio, con sus efectos colaterales, como la novela negra y, aunque resulte paradójico, el afianzamiento (digamos, mejor, la pérdida de miedo ante lo que se ha considerado tradicionalmente como un subgénero) de la ciencia ficción.

Al arribar al siglo XXI, todo aquello que empezó a gestarse en la década de los noventa, es una realidad. Se masifica el uso de internet, el mundo es una verdadera aldea global, asistimos al espectáculo de las guerras televisadas. Ese trasfondo histórico, social y tecnológico está presente en el tercer y último grupo seleccionado en la presente antología. Son ellos Osiris Vallejo (1971), Rubén Sánchez Féliz (1972), Rey Andújar (1977), Frank Báez (1978), Rosa Silverio (1978), Kianny Antigua (1979), Danilo Rodríguez (1982), Luis Reinaldo Pérez (1980), Fernando Berroa (1983) y Rodolfo Báez (1983).    

Como otras antologías, esta también es imperfecta. Debo reconocer que muchos escritores poseen méritos para estar en ella: Ramón Gil, Oscar Zaso, Moisés Muñiz, Daniela Cruz, Johanna Díaz, Sandra Tavárez, Ubaldo Rosario, Yaniris Espinal, Miguel Aníbal Perdomo, Isidro Jiménez Guillén, Virgilio López Azuán, Aquiles Julián, Pedro Camilo, Rannel Báez…

Finalmente, debo repetir que en esta antología cada texto hablará por sí mismo. Pero eso no significa que ella no reconozca, con humildad, el aporte de los grandes maestros del género cuento que en ella aparecen.

La ponemos en tus manos, con afecto.

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NAN CHEVALIER (Puerto Plata, RD 1965). Ha publicado los libros de poemas Las formas que retornan (1998) y Ave de mal agüero (2003); los de cuentos La segunda señal (2003), El domador de fieras y otros nanorrelatos (2014), y La recámara aislante del tiempo (2014); las novelas Ciudad de mis ruinas (2007) y El hombre que parecía esconderse (2014). Sus textos aparecen en revistas y antologías locales y extranjeras.

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