Juvenal Agüero trae mucha poesía desde la República Dominicana. Fue como invitado a la última FILRD (2015), en Santo Domingo, y apenas llegó –luego de registrarse en el hotel– se fue derecho al parque Independencia, por la entrada de la calle El Conde, que por la noche es siempre como a cinco días después del terremoto: se camina al paso, pero como luego de una gran tragedia. Limbo que se aprende de modo palpable y sencillo –flores en el fango– que no precisa de explicaciones ni mayores alambicamientos teológicos.
-“Baje con cuidado Doña, Madre, tranquila que no hay apuro”, recita el chofer de la guagua. La señora mayor, india y alta, tambaleante inicia su descenso.
-“¡Con cuidado que de esos repuestos ya no vienen!”, sentencia alto e impertérrito el sudoroso cobrador.
Poesía también, con su perdón, en el arte de mamarte el huevo; lentamente, del sótano al piso más alto. Y que no se diga nada de sus manos y de aquellos sus finos dedos picando como traviesos peces.
También los libros, por supuesto, pero al final. En esto la poesía culta dominicana ha mejorado un chin, para qué. Pero un chin enorme y sustancial. Prueba de ello es que, acaso contra todo pronóstico, y aunque dedicada al Perú, hayan invitado a Juvenal a la FILRD de este año. Cuando en su propio país, por aquello de que para Agüero la crítica no es amiguismo ni oportunismo, jamás estaría en la lista de aquel sutano: un muñeco de madera, más bien alto y fofo, a través del cual mueven sus hilos otros muñecos incluso mucho más despintados que él: por manipulables y anacrónicos.
Entre los poetas más jóvenes [Luis Reynaldo Pérez (comp.), Material inflamable (30 poetas dominicanos del siglo XXI): Santo Domingo, RD: Editora Nacional, 2014] el verso que más le gustó a Juvenal, en medio de todo el conjunto, fue uno de Natacha Baltle:
“Afuera, una niña lame su paleta balanceando el panorama”
Pero claro, así como una golondrina no hace un verano, el poeta mejor presentado aquí por el antologador no es Batle (1984), sino Ariadna Vásquez Germán (1977). Y le alegró mucho a Juvenal Agüero coincidir en esto con Luis Reynaldo Pérez (¿de dónde sale aquello de Poesía Neotestimonial en su prólogo?). Obviamente, entre los treinta antologados, junto con Natacha y Ariadna, hay por lo menos cuatro más que justifican su inclusión aquí –uno desconocido para Juvenal como Johan Mijaíl Castillo (1990)– y otros, por cierto, confirmando también su buena poesía: Homero Pumarol (1971), Néstor E. Rodríguez (1971) e Isis Aquino (1986). El primero de estos tres últimos sin adaptar todavía del todo su talento al poema de más de diez versos que, en otra oportunidad, Juvenal le celebrara. En general, luce particularmente cansado aquí Pumarol, como si no diera la talla o no llegara al nivel de flotación que convoca Material inflamable; sin embargo, “Este poema”, lo redime: “De vez en cuando vuelvo a leer este poema./ Me gusta, es corto y fácil de olvidar./ No tiene asunto, anda rápido, no tiene tiempo./ Uno llega al final buscando otra cosa”. Por su parte, Néstor E. Rodríguez e Isis Aquino, militantes en poéticas antípodas una de la otra (como decir Jorge Guillén frente a Bukowski), le otorgan una cumplida y necesaria variedad temático-estilística a esta muestra. Sin embargo, le extraña mucho a Juvenal –tanto como celebra la inclusión y la gravitación de Ariadna Vásquez Germán en la actual poesía de la media isla– no encontrar aquí al líder o exlíder de los “Erranticistas”, Glaem Parls. En el perfil de otro poeta dominicano anterior y considerado, prejuiciosamente, “no letrado” (Carlos Rodríguez) –ahora de modo oportunista enaltecido por doquier– Agüero considera, otra vez, que Glaem Parls es todo un hito en la poesía dominicana reciente; aquél de “Generación de los 80: “¡Una historia para principiantes de vuelo!/ 55555555555/ 555555/ 555/ 5rriente”. Súbanse pronto a esta ola que luego será ridículo o, por lo menos, otra vez resultará extemporáneo.
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