Profundo conocedor de las letras hispanas y universales, y del pensamiento crítico moderno y antiguo, aeronauta ávido e intrépido de la blogoesfera, Pedro Granados nos extiende no solo una invitación epistemológica irresistible al descubrimiento de un mundo para muchos desconocido (“el secreto mejor guardado del Caribe”), sino que también nos brinda un continuo placer lectivo ante su certero tino poético, caracterizado por su expresión de feliz soltura y exigente justeza, y la valiente exposición de su juicio crítico.
Granados, poeta y crítico, desenreda la madeja que siempre es un momento histórico poético con una convincente organización a la vez cronológica y tipificadora de la poesía dominicana a partir de los años 80: “poesía del pensamiento” (80s), el grupo que denomina “muchachos del barrio de Gazcue para el mundo” (90s) y “Erranticistas” poesía del siglo XXI. Dejando para el autor la caracterización estética e ideológica de estos grupos, tan sólo adelantaremos que Granados relaciona estos vaivenes generacionales con el ámbito hispánico internacional, en el que la articulación de una intimidad y la crítica social parecen sucederse a lo largo de las décadas (aduce, por ejemplo, la transición de la “poesía de la experiencia” a la “poesía de la conciencia” en la evolución reciente española).
Sin embargo, este libro no es una mera taxonomía, por muy útil que fuera para la intelección de este arlequinado período. Granados se las juega con entereza al sopesar y valorar los movimientos estudiados, y sus miembros individuales. De los poetas de los 80, nos informa que “so pretexto de un mayor compromiso con el lenguaje […] se pasaron decididos a la otra banda. Grosso modo, a militar tras un concepto desencarnado de la realidad y a enarbolar una tesis más bien esencialista de la literatura; para no ahondar en su perfil ideológico francamente conservador […].En términos generales, el discurso teórico de la generación del 80, plagado de referencias a autores cosmopolitas (sobre todo franceses), no va más allá de ser un superficial afeite cultista; peor aún, una máscara hecha con recortes de llamativas tapas de libros que lleva, usualmente, un añejo hispanista dentro.” En cuanto a poetas específicos, por ejemplo, si bien señala en un autor “un lirismo de perogrullo y versos de auto-ayuda que nos deja atónitos”, celebra en la poesía de Nacidit-Perdomo, “su verso encantado”. En otras ocasiones identifica las voces representativas: “[…] la poesía de León Félix Batista, probablemente junto con la Armando Almánzar Botello, debiera ser el auténtico ícono de la generación dominicana de los 80”.
La crítica de Pedro Granados está nutrida por hondas raíces en una cultura a la vez universal pero también de extraordinario detalle local, con conocimientos de causa adquiridos literalmente sobre el terreno en la media isla que obviamente quiere fervorosamente. Acerca de José Mármol, profundiza: “detrás de unos decorativos Lezama Lima o César Vallejo, está Pedro Salinas, aun más que Juan Ramón Jiménez, ejerciendo su magisterio purista y neorromántico. Esta ubicua presencia, además, opaca o diluye el fervor huidobriano que está en la base de la mejor inventiva lingüística de Mármol.” De Néstor E. Rodríguez comenta: “La sotileza renacentista, el ingenio barroco y, paradójicamente, también el minimalismo y objetivismo de un Robert Frost van en auxilio del poeta que exhuma su propia dominicanidad ya ahora trasatlántica.” Pero Granados también encuentra caminando por El Conde un manifiesto poético “del grupo de jóvenes poetas asodopicanos”.
Difícil sería concebir para un lector una mejor manera de viajar a las voces de la República Dominicana, y demorarse allí, que escuchar estos registros y tonos aleccionado por la sensibilidad finísima y el hondo conocimiento de Pedro Granados. A este periplo extraordinario les invito.
Alan E. Smith
Boston University