Archivo por meses: abril 2010

‘Mi Camino de Damasco’/ Armando Almánzar Botello

centrorey.org

La aspirina que consumo por motivos cardiovasculares, me produjo la fragilidad capilar excesiva generadora o responsable del sangrado interno que ahora parece estar floreciendo en la tensa superficie de mi piel. Semeja en su ritmo un vivo tatuaje. Esto hace que yo luzca, como he dicho, amoratado, parecido en el color a la entrañable fruta del caimito. Tengo en la pierna el color tropical de un mar envinado y borracho. Mi cuerpo recuerda un mixto fotográfico entre Polibio Díaz y Cindy Sherman.

No tengo más remedio que tomarlo con paciencia y humor. Debo anotar todos los detalles de este viaje intensivo hacia los abismos de la carne. Hacia el mundo. ¿Hacia otros mundos?

Sospecho que hallé curiosamente mi Camino de Damasco, la impredecible senda mística y fantástica. El accidente casero de mi desliz en Semana Santa, ocurrió el día previo a la Resurrección de nuestro Señor… Desgarradura del músculo aductor mayor de la pierna izquierda: ¡Puerta del milagro!

Pienso en ocasiones que ahora Dios me habla a través de las mutaciones de mi cuerpo. Ya lo decía el poeta Valéry: no hay nada más profundo que la piel.

Con la caída tremenda y después de la magulladura, mi ser yo entiendo que Dios ha transformado. Inscribe en mi carne con su letra cursiva el más puro dibujo que descubro perfecto. La huella de su mano brilla en mi epidermis una extraña belleza imprevista. Amarillos volátiles, rojos convulsos, verdes y azules aleteando en texturas y calambres, finos ritos de la sangre, intensidades puras, extraños laberintos por los que viaja la mente. Manchas en mi muslo después de la caída: Obras de arte místico para la posteridad.

De modo inusual un Dios pintor escribe. Se ríe conmigo y me cura con arte.

Pero en otros momentos de humor desfalleciente, o de una lucidez quizás menos intensa, pienso que mi caída fue un puro accidente, que ofrece el testimonio de una verdad banal: aquello que nombramos en la casa como “adentro”, es el simple y provisorio repliegue apaciguado del Afuera inconcebible y turbulento…

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Ensayo de síntesis: Poéticas y utopías en la poesía de César Vallejo

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Introducción

Como Luis de Góngora, cuyo monstruo Polifemo –en la Fábula– es también de agua como la ninfa Galatea; como Fedor Dostoievsky, cuyos asesinos en sus novelas –a través de su insondable mirada– podemos ser cada uno de nosotros mismos; como Juan Rulfo, cuyos protagonistas de sus cuentos amplían la Biblia –el cielo y la tierra de ésta– a insospechadas y justas nuevas dimensiones. Del mismo modo, la poesía de César Vallejo luce este ideal paradójico e integrador. Ideal jamás resuelto en alguna síntesis cómoda; los seres –incluido, en primer lugar, el yo poético de sus versos– aparecen en su poesía unos junto a los otros, aclimatados efímeramente, pero jamás resueltos en su inalienable contradicción (ahora se diría naturalizados, domesticados o neutralizados en su íntima diferencia). No, ni mucho menos. Pero la historia de la crítica (1), de los críticos y de sus instrumentos, revela –poniendo a un lado sus escasos hallazgos– no pocas veces también las simplificaciones, acomodos o manipulaciones de esta portentosa obra del peruano.

Vallejo, en sus versos, cultiva una actitud abiertamente antipoética y antiliteraria típica de su época: la vanguardia; “quiero escribir pero me sale espuma”, exclama. Es decir, una vez ante la página en blanco, su gesto no es el de un escritor, sino el del que en última instancia –ateniéndose a la coyuntura de expresarse– instrumentaliza u opta por hacer algo libérrimo con esa misma página que tiene al frente: un pirograbado, una instalación, una calcomanía. Esta actitud vallejiana, profundamente anti-escrituraria y anti-rretórica, se ve agravada –para el anhelante lector– por una postura paralela igualmente tenaz: la del hedonismo del poeta peruano por las palabras, especialmente en lo que toca a su amor por la obra de Góngora. A este escandaloso oxímoron en la poética del autor de Trilce se suma, para agravar los desvelos de nuestras lecturas, lo ya tradicionalmente apuntado por la crítica; por ejemplo: el arte de la “tachadura” (Julio Ortega) y el incluir de modo directo en la escritura lo que usualmente desechamos del inconsciente (Jean Franco). Mas, para hacerle justicia a acercamientos como el de Fernando Alegría, habría que agregar la adicional complejidad de la hibridez cultural que refleja la poesía del autor peruano. Sin embargo, como en toda gran obra de arte, ninguna de estos ingredientes –o yuxtapuestos niveles de dificultad– son sistemáticos en la poesía de César Vallejo; es decir, todo lo anterior (antipoesía, barroquismo, mestizaje, exilio, referencias bíblicas, culto solar, múltiples experiencias sociales y culturales) se halla coludido y se ofrece de modo simultáneo en sus versos.

En este sentido, y sólo como una manera didáctica de plantear el problema, podríamos decir que la poesía de César Vallejo es una mesa que se apoya sobre cuatro extremidades; estas son: Marx, Darwin, Freud y una amalgama muy particular –no exenta de polémica al interior mismo de su poesía– entre culto bíblico (cristiano) y culto solar (de ascendencia andina). Obviamente, lo que más ha socorrido hasta ahora a la crítica es la coyuntura de la Guerra Civil Española y de los años 60 (Revolución Cubana y demás) para brindarnos un perfil del poeta doloroso y solidario. En este sentido, Marx y algo menos Darwin –aunque, según Antonio Melis, el marxismo de Vallejo es más biológico que propiamente histórico– son las extremidades de la mesa que mejor se han enfocado hasta ahora. Freud o Lacan están presentes en ciertas lecturas de manual de hace poco e inspiran ciertas lecturas feministas o de género de ahora mismo (sobre todo por aquello de Trilce IX: “Y hembra es el alma de la ausente/ y hembra es el alma mía”); mas todo esto sin la suficiente generosidad de miras y sin advertir –tanto marxistólogos, darwinistas o freudianos– el constante gesto inteligente de distanciamiento ante sus propios enunciados por parte del poeta Vallejo; distanciamiento constante e incluso guiño humorístico que felizmente ha sido expuesto –recién en los años noventa– de manera elocuente y oportuna por Saúl Yurkievich. Ahora, respecto a una lectura de orden cultural, y ya que esta poesía efectivamente refleja sensibilidad o perfil simbólico andino, cabe advertir que no está escrita en runa simi y, como tal, requiere un manejo crítico superior a uno simplista o mecánico (2).

Como el título lo sugiere, Poéticas y utopías en la poesía de César Vallejo (Lima: Fondo Editorial PUCP, 2004) y (Puebla: BUAP, 2004), pretende –en primer lugar– advertirnos de la complejidad de esta poesía y de la insuficiencia de la crítica; en segundo lugar, reconducir –en plena época de lecturas postcolonialistas que hacen de la serie literaria mero reflejo de la serie social, muy al gusto de la academia estadounidense– esta poesía a su fuero textual y hermenéutico. De este modo, el primer capítulo de nuestro libro está dedicado a establecer un necesario deslinde al interior de Los heraldos negros (1918); postular las coexistencia de dos poemarios o cadenas nominales significativas paralelas: heraldos negros y heraldos blancos. Se trata de entroncar mejor este poemario, del modo más íntimo posible –no meramente estilístico o temático–, con la posterior producción poética vallejiana y, viceversa, permitirnos observar retrospectivamente Trilce (1922) y los poemas de París (1923-1938) desde los elementos nominales protagonistas ya advertidos en su primer libro. Complementariamente, este tipo de acercamiento a la poesía de César Vallejo podría brindarnos los elementos necesarios de crítica interna para los efectos de ensayar una mejor edición de su obra póstuma.

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Otro poema de Cristóbal ‘Tobi’ Kanashiro

E.Oblitas

¿Nada más pasará?

Mano a mano
Nada menos
Que una piedra pequeña
Y recién partida
Entre mis manos.
El amor la dicha
La vergüenza peluda
De la felicidad.
Que te amo que te adoro.
Y al alcance
Del gatillo seguro
Del tiempo
Seguro.
¿Pero habrá más?
Más amor todavía más dicha
Y no sólo esta forma
De la piedra chica
De sendas piedras pequeñas
Ahora mismo
Como abandonado
Y acurrucadas
Entre mis manos.

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Estado de la crítica vallejiana

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En la crítica de la poesía de César Vallejo existe un amplio espectro de perspectivas de lectura, tantas como las que ha motivado, por ejemplo, el intento de caracterización del vanguardismo americano (1). Obviamente, existen incluso algunos otros que consideran que esta poesía –adoptemos la perspectiva de Anderson Imbert o la de Osorio– es simple y llanamente ininteligible, que todo esfuerzo de lectura es mero intento de «naturalización»: «domesticación del Otro con mayúscula, neutralización deformadora de la huidiza diferencia». Ante la poesía del peruano no queda más remedio que constatar una vez más la «imposibilidad de sociabilizar lo eminentemente individual» (Kaliman 1994: 378, 380)

Por lo que a nosotros respecta, debemos señalar que asumimos ecléctica, mas no acríticamente, todos los enfoques que han ido fijando y modificando el sentido de esta poesía (2). Es decir, somos eclécticos porque deseamos sintonizar con las propuestas del trabajo que nos ocupa: en la poesía de Vallejo no existen opciones únicas, menos aún callejones sin salida.

NOTAS

(1) Gloria Videla de Rivero nos ofrece una excelente sinopsis de esta polémica. La estudiosa distingue «Entre los que definen al vanguardismo americano en relación de dependencia con respecto al europeo [por ejemplo, Enrique Anderson Imbert] y entre los que buscan subrayar la independencia o la entidad específica del vanguardismo americano [por ejemplo, Nelson Osorio]» (1990: 28). Para el caso del Perú, y tal como lo observa Mirko Lauer: «El vanguardismo poético peruano se produjo dentro de la combinación de cosmopolitismo con nacionalismo que fue el ethos cultural (y en buena medida también político de aquellos años) […]. En general toda la lectura de la poesía vanguardista produce esta sensación de “hibridez” entre los elementos que Mariátegui divide la poesía de entonces [cosmopolitismo y nacionalismo]» (1982: 82).

(2) Los que aparecen sumariamente reseñados, aparte del trabajo de Ricardo J. Kaliman (1994), en David Sobrevilla (1995) y en Américo Ferrari (1989). Para este último, cuya reseña nos parece la más ponderada y matizada entre las otras: «la obra de Vallejo podría caracterizarse con la expresión difundida por un libro de Umberto Eco: es una obra abierta […]. Esta obra abierta ha suscitado más de una lectura igualmente abierta. Recordemos entre otras las de André Coyné, Alberto Escobar, Jean Franco, Rafael Gutiérrez-Girardot, Keith Mc Duffie, Julio Ortega, Eduardo Neale Silva, Roberto Paoli, Guillermo Sucre […]. Lo que caracteriza todas estas lecturas, aparte de no aplicar una metodología preestablecida, es que la investigación se apoya en ciertos contenidos semánticos de los poemas y de ellos parte, estudiando su alcance en la obra en relación con la escritura y sus procedimientos. Otro tipo de enfoque es el que parte de los procedimientos estilísticos para deducir de ellos la visión del mundo del poeta. El autor que más ha avanzado en esta dirección es Giovanni Meo Zilio [Stile e poesia in César Vallejo] […]. Otros críticos como Walter Mignolo, Enrique Ballón o Irene Vega, han querido aplicar métodos preelaborados por lingüistas y doctrinarios de la semiótica y de la poética. Los resultados no son convincentes. En el polo opuesto, trabajos exclusivamente dedicados a la interpretación de las ideas y la temática, pero que soslayan, como lo hace James Higgins, lo que constituye propiamente a Vallejo como poeta, esto es, su singular lenguaje poético. Ello también puede suceder en algunas exégesis que reivindican la poesía de Vallejo como exponente de una ideología, escuela o movimiento filosófico, sociológico o político. Las principales son las existencialistas y las marxistas […]. [La exégesis de Juan Larrea] comete el mismo error que los ideólogos, pero al revés: deja de lado lo que puede haber de social y de político en la obra poética de Vallejo» (Ferrari 1989: 711-714). Y, aunque referido más bien a los tipos humanos de los vallejistas, véase Silva Tuesta 1994a.

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[Imaginarme el mar]

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Imaginarme el mar y un hecho fortuito cualquiera como ahora el aire pesado el sol con su cubeta de luz permanente mis ojos en otro tiempo u otro lugar mis ojos bajo las plantas de mis pies en la playa sobre la arena de mis pies y hasta el agua que también es de arena y prodigioso sol de llanto y de extraña alegría la ciudad quieta como a la espera con boca y ojos cerrados y que como toda la ciudad es un sexo grande y dormido…esto lo saben percibir los poetas auténticos y también los falsos y este es el problema de la poesía… y tanto sol activo en jornadas de inmensurables horas achicharrándome sin remedio hasta los pies mismos de arena mojada de mar de boca de agua de mar de lengua de crustáceo sin pinzas ni desconfianza pura entrega de cangrejo nomás y en correspondencia directa con este sol quieto sobre las paredes de la ciudad que esperan desde el alba al olmo que pueda asegurar que pese a su modorra a lo hacinada de su alma allí vaya un individuo parco por la acera que siempre irá un individuo parco por la acera aunque nos hallemos en nuestra penúltima hora y hasta en la postrera… que no acertaron conmigo que no valió la pena sino tan sólo para mí mismo que todo lo arañé únicamente a las últimas bebí pero a ver si lo sabes si lo has visto si lo guardas ovillado en el bolsillo pequeño de la camisa como un ticket empapado de agua de mar como tus pies sujetos por la pura alegría de la playa por la travesura de la playa por el amor que no tiene extensión ni profundidad mayor que una sonrisa y como este evento absolutamente intrascendente y fortuito… allí está nuestra gloria para cualquiera de nosotros y la justificación a nuestra tontería de esperar mayor iluminación que la que viene a cubos de parte de un sol modesto y no menos familiar y no menos curioso que la ceja del sujeto que camina parco por la venida que atrapamos en un lienzo vivo un boquete abierto entre mi corazón y el tuyo

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