Las mejores hembras de la novela pertenecen al género pluscuamperfecto, generalmente de piel cobriza o negra, altas, muy altas, abundantemente teutónicas o sos-pechosas, tetuagenarias, pero además culinarias, culombianas, con un kulovatio enorme, un kulómetro cuadrado por trasero y piernas como columnas de Hércules.
Igual a las que idealiza mi tocayo amigo, el escritor y poeta peruano Pedro Granados.
Sólo la hermana de Óscar, la hermosa Lola, no es teutónica, es sintética, pero con un fondillo notable, un kulofón:
“Era como dos muchachas en una: un torso flaquísimo casado con un par de caderas de Cadillac y el caminao de un burro borracho.”
El exordio literario de Junot Díaz, un libro de relatos titulado en español “Negocios” (1996), anunciaba parcialmente su talento de narrador y nada más. El exagerado éxito de crítica y ventas lo atribuyo simplemente a esos mencionados mecanismos de promoción de los “Persuasores ocultos” de los que habla Vance Packard en su famoso libro. Otros cuentos muy superiores ha escrito Junot Díaz desde entonces, con una técnica que anticipaba el estilo, los personajes y recursos con los que construyó el andamiaje de la novela que lo ha consagrado.
“La breve y maravillosa vida de Óscar Wao” arranca y termina con dos historias paralelas en diferentes planos. Una es la historia que cuenta la novela propiamente dicha, una trágica saga familiar en la que no me parece que Óscar sea el personaje más importante ni el más elaborado. Otra es la historia a pie de páginas, historia patria o mejor contrahistoria, porque el punto de vista de Junot Díaz no se acomoda al enfoque tradicional.
Ambas historias, la tragedia familiar y la tragedia nacional, tienen como telón de fondo una fina red de referencias del “ámbito y penumbra” -como diría Manuel Rueda-, de las tiras cómicas, el cine, la literatura y múltiples referencias culturales y “subculturales” (si acaso existe tal cosa) que aparecen debidamente organizadas en un Glosario en las últimas páginas del libro.
Nada se mueve allí, en la alucinante y no divertida novela de Junot Díaz, al margen de ese inmenso telón de fondo contra el cual o sobre el cual se proyecta toda la narración, al cual todo remite o alude. (Juro que no sé como decirlo). Imágenes, metáforas y otras figuras de dicción son las de un autor que se ha curado de todos los lugares comunes de la lengua tradicional y el buen decir e incurre originalmente en lugares comunes provenientes de fuentes inauditas, inauditamente “extraliterarias” en el sentido clásico de la palabra. Hay que imaginarse a Borges leyendo a Díaz, por ejemplo. ¡Qué desastre!
Su lenguaje provocador, agresivo, ofensivo, que a veces parece enfermizo y no deja de serlo, perturba a “las buenas conciencias”, a la crítica mojigata, santurrona, como una vez lo hacía su admirado Henry Miller con sus famosos “Tropicos” que merecieron la censura, el repudio de la moral del imperio norteamericano que mientras tanto arrojaba millares de toneladas de bombas moralizantes sobre la humanidad.
Su magia está en el léxico, en la arquitectura lexical del spanglish de los dominican York (gramaticalmente “bisexual”, incorrecto, deslenguado), que sin embargo se deja traducir decentemente, por lo menos en la cubanísima versión al dominicano de Achi Obejas, si es un nombre ese y no un relajo, como el del novelista Sealtiel Alatristre.
La historia se articula en tres partes y ocho capítulos, más una introducción y una carta final que conducen del pasado al presente y viceversa, y de New York a Baní y Santo Domingo continuamente, y en sus páginas desfilan, en general, seres fracasados o víctimas de la intolerancia racial y política, perdedores de una densa calidad humana como Óscar, la madre, la hermana, los abuelos. La única excepción es Yunior, un narrador no omnisciente, un papi chulo, un tipo exitoso, al menos en asuntos de faldas.
Aunque Junot Díaz dedicó el título de su novela a Oscar Wao, el personaje más acabado, trágico y complejo es la mamá, Hypatía Belicia Cabral, que está buenísima. De hecho, me parece que el personaje Óscar es poca cosa respecto al personaje de la madre. Evidencia irrefutable de que Junot Díaz sabe más de mujeres que de hombres, cosa que habla a su favor.
Ninguno de los capítulos alcanza la grandeza e intensidad de “Los tres desengaños de Belicia Cabral (1955-1962)”, un personaje femenino fuera de serie, en el que Junot Díaz define su ideal de belleza.
Las mejores hembras de la novela pertenecen al género pluscuamperfecto, generalmente de piel cobriza o negra, altas, muy altas, abundantemente teutónicas o sos-pechosas, tetuagenarias, pero además culinarias, culombianas, con un kulovatio enorme, un kulómetro cuadrado por trasero y piernas como columnas de Hércules. Mujeres iguales a las que idealiza mi tocayo amigo, el escritor y poeta peruano Pedro Granados.
Sólo la hermana de Óscar, la hermosa Lola, no es teutónica, es sintética, pero con un fundillo notable, a manera de kulofón:
“Era como dos muchachas en una: un torso flaquísimo casado con un par de caderas de Cadillac y el caminao de un burro borracho.”
El Caribe, 14/ 12/ 09