Archivo de la categoría: Narrativa

Narrativa

UN CHIN DE AMOR/ Juan Carlos Mústiga

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Texto leído en la presentación de este libro (Lima, 18/ 5/ 2005). Los otros presentadores fueron Oswaldo Reynoso (1931-2016), el notable autor de Los inocentes, y Ricardo Ramón en representación del Centro Cultural de España.  Recuerdo que, a su turno, Reynoso sustentó e insistió en que tanto Prepucio carmesí como Un chin de amor –ambas reunidas en este volumen– a pesar de su empaque fragmentario y género híbrido eran novelas; entre otras cosas, porque se constataba allí una evolución del protagonista, Juvenal Agüero.  En aquella oportunidad no agradecí a Reynoso como se debía, en el sentido que fui algo parco; y hoy de modo inevitable y contra mi voluntad acaso tampoco lo hago.  Ricardo Ramón, exhuberante como siempre, encantó con lo que a su aire quiso hablar –sobre todo citando pasajes de las novelas– e hizo reír y hasta delirar a aquella recordada nutrida audiencia.

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¡Fozi Lady!/ Pedro Granados

Vallejoy-Georgette

Nueva novela breve sobre el poeta César Vallejo, esta vez  en Foz do Iguaçu (Paraná, Brasil); y también, paralelamente, sobre Juvenal Agüero.  ¡Fozi Lady! continúa la saga de Prepucio carmesí y otras novelas cortas (Lima: Tribal, 2013).  Hace un par de años fueron publicados unos muy pocos ejemplares de la misma, de modo artesanal (Guardanapo Editores) y en versión bilingüe, traducidos magníficamente al portunhol selvagem por Bruno Melo Martins.  Aquí va el pdf –por gentileza de “Vallejo Sin Fronteras Instituto” (VASINFIN)– con la versión completa en español.

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Negro absoluto/ Pablo Silva Olazábal

Pablo Olazabal

A la luz vacilante de aquella vela, las tres muchachas, entre risas agudas que disimulaban el nerviosismo que de seguro las invadía, bebían sin parar. No era para menos: afuera había noche sin luna y nos hallábamos en medio de las montañas, a demasiados kilómetros del pueblo más cercano. El refugio era apenas un cuarto vacío, con piso de tierra y una estufa a leña que no habíamos podido encender por falta de troncos.

El plan que nos había llevado hasta allí no era demasiado ingenioso. Lo habíamos ideado con Michel —aunque él en realidad no había hablado demasiado y casi todas las ideas se me habían ocurrido a mí—; se trataba de emborracharlas y aprovecharnos de ellas, pero como suele ocurrir, no todo salía según lo esperado. En vez de caer rendidas, las muchachas se estaban divirtiendo como cosacos en un día de feria, y su voluntad no parecía debilitarse en absoluto.

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POETA SIN ENCHUFE (nueva página de nueva novela corta)

Un chin

Juvenal Agüero trae mucha poesía desde la República Dominicana.  Asistió como convidado a la última FILRD, en Santo Domingo, apenas llegó –y luego de registrarse en el hotel– tomó su colectivo y se fue derecho al parque Independencia, por la entrada de la calle El Conde.  Limbo que se aprende de modo palpable y sencillo –flores en el fango– que no precisa de explicaciones ni mayores alambicamientos teológicos.
-“Baje con cuidado Doña, Madre, tranquila que no hay apuro”, recita el chofer de la guagua. La señora mayor, india y alta, tambaleante inicia su descenso.
-“¡Con cuidado que de esos repuestos ya no vienen!”, sentencia alto e impertérrito el sudoroso cobrador.
Poesía también, con su perdón, en el arte de mamarte el huevo; lentamente, desde el sótano al piso más alto. Y que no se diga nada de sus manos y de aquellos sus finos y tan consertados dedos picando como peces.  Poesía también en los libros, por supuesto, pero hacia el cabo de la lista.  Sin embargo, la poesía culta dominicana, para qué, ha mejorado un chin. Pero un chin enorme y sustancial.  Prueba de ello es que, acaso contra todo pronóstico, y aunque dedicada al Perú, hayan invitado a Juvenal Agüero a la Feria del Libro de este año.  Cuando en su propio país, por aquello de que para Agüero la crítica no es amiguismo ni oportunismo, jamás entraría en la lista de aquel sutano: un muñeco de madera, más bien alto y fofo, a través del cual mueven sus hilos otros muñecotes incluso mucho más despintados que él: de tan manipulables y anacrónicos.
Entre los poetas más jóvenes [Luis Reynaldo Pérez (comp.), Material inflamable.  30 poetas dominicanos del siglo XXI (Santo Domingo, RD: Editora Nacional, 2014)] el verso que más le gustó a Juvenal, en medio de toda aquella antología, fue uno de Natacha Baltle:
“Afuera, una niña lame su paleta balanceando el panorama”
Pero claro, así como una golondrina no hace un verano, el poeta mejor presentado allí por aquel joven compilador no es Batle (1984), sino Ariadna Vásquez Germán (1977). Y le alegró mucho a Juvenal Agüero coincidir en esto con Luis Reynaldo Pérez (dicho sea de paso, ¿de dónde sale aquello de “Poesía Neotestimonial” en su prólogo?). Obviamente, entre los treinta antologados, junto con Natacha y Ariadna, hay por lo menos cuatro más que justifican su inclusión allí.  Uno desconocido para Juvenal como Johan Mijaíl Castillo (1990); y los otros, por cierto, confirmando su buena poesía: Homero Pumarol (1971), Néstor E. Rodríguez (1971) e Isis Aquino (1986). El primero de estos tres últimos sin adaptar todavía del todo su talento al poema de más de diez versos que, en alguna otra oportunidad, Juvenal ya le celebrara.  En general, luce particularmente cansado Pumarol, como si no diera la talla o no llegara al nivel de flotación que convoca Material inflamable.  Sin embargo, “Este poema” lo redime: “De vez en cuando vuelvo a leer este poema./ Me gusta, es corto y fácil de olvidar./ No tiene asunto, anda rápido, no tiene tiempo./ Uno llega al final buscando otra cosa”. Por su parte, Néstor E. Rodríguez e Isis Aquino, militantes en poéticas antípodas una de la otra (como decir Jorge Guillén versus Charles Bukowski), le otorgan una cumplida y necesaria variedad temático-estilística a esta muestra.

Y por el contrario, le extraña o le entristece a Juvenal –tanto como celebra la inclusión y la gravitación de Ariadna Vásquez Germán en la actual poesía de la media isla– no encontrar allí al líder o ex-líder de los “Erranticistas”, Glaem Parls.  Este último, en el perfil de otro poeta dominicano anterior y considerado, prejuiciosamente, “no letrado” –y ahora de modo oportunista enaltecido por doquier–, Carlos Rodríguez.  Juvenal Agüero considera que Glaem Parls es todo un hito en la poesía dominicana reciente; aquél de “Generación de los 80: “¡Una historia para principiantes de vuelo!/ 55555555555/ 555555/ 555/ 5rriente”.  Paren y súbanse de una vez a esta ola que luego será ridículo o, por lo menos, resultará de nuevo extemporáneo.

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POETA SIN ENCHUFE (página de nueva novela corta)

Cielo Municipal

“[Puntualiza Don Emir, amigo fortuito de Ludwing] -¡Záfese de este ambiente!- susurró con dramatismo-. Ahora quien importa es usted. ¡Záfese! -exclamó de pie-. ¡No permita que esta se convierta en la ciudad de sus ruinas!”

Nan Chevalier, El Viaje sin retorno desde un puerto fantasma

De tanto quejarnos del aislamiento de la literatura dominicana en el Universo no se sabe quién envió a Juvenal Agüero, el poeta peruano, a Santo Domingo, por allá por los años 90 del siglo pasado. Agüero se encandiló con la poesía y con la gente dominicana y se jodió para siempre, que está preso por la guardiemón.

No nos queda sino asentir –con un amén– estas palabras de Clodomiro Moquete, director de la siempre interesante –y hoy por hoy también en formato digital– tan dominicana revista Vetas.  Efectivamente, hacia aquellos años, mediados de los 90, y viniendo desde los Estados Unidos donde era un doctorando en literatura, Juvenal rompió el huevo que –desde la cabina climatizada del avión– significaba zambullirse en la temperatura y la arrechura sin límites del aire de Santo Domingo.  Nadie lo había preparado para aquello; ni siquiera la gente dominicana que había conocido en Providence, Rhode Island, donde andaba becado y se ubicaba su, más bien, muy respingada universidad.  Así como no existen católicos en los Estados Unidos porque todos derivan –sobre todo los más entusiastas– en transformarse en doblemente puritanos o protestantes.  Lo mismo ocurre con los latinos, incluso con los de las Antillas (que es decir bastante).  Por sobrevivencia la mayoría se acomoda al nuevo medio; a su modo se aburguesan o guardan ahora su distancia –celosos de su espacio proprio–; aunque esto último no implique el menoscabo de sus bachatas de los fines de semana ni, mucho menos, de sus opíparas e interminables  comidas de todos los días: carnes de todo tipo, sabrosamente sazonadas, acompañadas por varias libras de arroz.  Pero de lo que los dominicanos sí adolecen un tanto, o ven mermadas sus cuotas en los Estados Unidos, es de sus célebres encamadas  y por un quítame estas pajas.  “El Monstruo Verde”, “Los Cocos”, “La Playita”, figuran entre los –entre antiguos y más recientes– innumerables hotelitos para zingar al paso en el centro de Santo Domingo… para no hablar de la Zona Colonial; lugares, digamos, a la mano, no cabañas o mecas distantes.  Andar hoy mismo por las calles populosas de la capital de la República Dominicana, aunque de un modo un tanto disminuido para el nativo (así me lo comunicaron los amigos la última vez que estuve por allí; cosas de que las nativas prefieren cada vez más al foráneo), es como tener que hacer de pulpo y, honrando esta metamorfosis, consecuentemente al palo.  Máximo sí, añadidas a las propias, en estos últimos años se suman las haitianas –o bellezas dominico-haitianas– ubicuas y como siempre maravillosas.

 

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J(uvenal) y F(oz)

Foz 2015

Querido Juvenal:

Contra lo que señala la crítica canónica;  e incluso interesantes obras de  ficción -tan recientes como las bien documentadas y sugestivas novelas Monsieur Pain (1999) de Roberto Bolaño o Vallejo en los infiernos (2009) de Eduardo González Viaña-, creemos que la clave de Vallejo no es el dolor ni lo más decisivo fue el “infierno” que vivió durante cien días en la cárcel de Trujillo. Acaso sí, más bien, como otra constante, esa suerte de ninguneo y saboteo que sufrió su poesía por obra del poder pequeño primero (Santiago de Chuco, Trujillo, Lima); y luego, aunque a la larga sea el mismo poder, por el inmenso y transnacional del fascismo que en la época se cernía sobre Europa y que, por ejemplo, Bolaño en su novela ubica incluso en la mismísima Clínica Arago -al pie de la cabecera del enfermo y mientras Vallejo padecía, además, de un enigmático hipo-, lugar donde falleciera el poeta.  Temor y persecución a una obra que, en primer lugar, fue elaborada como si no tuviera nada que perder; es decir, no por ingenua o evasiva, sino por carente de cálculo artístico y costo vital.   De este modo la detestó la regalada izquierda (Pablo Neruda) como, obvio, también el fascismo.  Aquella zona obscura -la hiper conciencia del dolor, la traición, el arribismo y la hipocresía- constituye en Trilce sólo una parte, probablemente la mitad.  La otra mitad es el testimonio de una utopía: gozo y esperanza.  Haciendo la salvedad de que cuando aquellas mitades se ponen en plan de performance, como en el caso de este poemario, el sentido del dolor se invierte y, sin éste desaparecer ni soslayarse en absoluto, lo que prima es la celebración y la dicha.  Trilce es el poemario de un ser henchido e ininterrumpidamente inteligente; o más bien de un  “archipiélago” (Trilce XLVII) y, al mismo tiempo, de una colectividad popular -heterogénea y sabia- que a través del baile conjura las penas y se reafirma ella misma hacia el futuro. Tal como observa Freud, al cual Vallejo admiraba:

“También el alma colectiva es capaz de dar vida a creaciones espirituales de un orden genial como lo prueban, en primer lugar el idioma, y después los cantos populares, el folklore, etc.  Habría además de precisarse cuánto deben el pensador y el poeta a los estímulos de la masa, y si son realmente algo más que los perfeccionadores de una labor anímica en la que los demás han colaborado simultáneamente”

Esto último lo supo captar muy bien el autor de Trilce, particularmente en Lima.  Lugar donde se soltó la trenza con la quinceañera Otilia Villanueva Pajares; se modernizó desde el pueblo y la migración interna; se secularizó de todos los provincianismos; y se inmunizó a todo lo que en arte o literatura estuviese meramente de moda.

Trilce, lugar de encuentros más que de exclusiones: mar y lluvia, relato y poesía, marinera y resbalosa, melodrama y vanguardia, kitsch y mito.  Sobre todo si lo seguimos con el oído.   De este modo reivindicamos y apelamos por una nueva generación de críticos con oído; no re-freidores de alguna agenda teórica y metodológica exógena o endógena.  Críticos que, asimismo, sepan bailar.  Que leer Trilce exige despojarnos de nuestras apreciadas disciplinas.  Incluso de nuestro decoro.  Y que es necesario conocer un tanto más el Perú, la amada y odiada Lima de Vallejo, y el léxico local.  Que Trilce no está escrito en francés ni tampoco en runa simi.  Que el más extendido entre aquellos oximorones y también el más íntimo señalan al Sol como comienzo y fin de este  peregrinaje poético.  Que aquel: ‘Canta, lluvia, en la costa aún sin mar!’, refiere también al de confesar o revelar lo secreto.  Y que es este secreto, precisamente, el que mantiene vivo a este poemario.  La carpintería biográfica, política y sentimental que conocemos del poeta sólo en algo nos puede ayudar a vislumbrar aquello.  Es decir, que dicha carpintería no constituye, por sí misma, la cerradura por donde atraviesa y se entretiene manso el sol en cada una de nuestras lecturas.

Con el abrazo de hermano que tú conoces,

¿Firmo Pedro Granados, firmo César Vallejo, firma el mismísimo Juvenal Agüero?  ¿Desde Foz do Iguaçu, desde Lima, desde a praia do Pântano do Sul de Florianópolis?  ¿Con 57 años, con 20 (de la pura arrechura), con amnesia de la edad?  ¿Fozi Lady es Otilia Villanueva Pajares?  ¿Mi andina y dulce es Rita?  ¿Una colega de la Universidad es Georgette?

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Zapato X Zapatilla

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Tengo mi pelo de tonto como tú, Zapato, tienes una peluca (incluso esto postizo) de grosero arribismo y nula inteligencia para la poesía. Por lo tanto, en tu caso específico y para la academia norteamericana, habrás tenido que comer mucho más mierda que la acostumbrada para llegar a ser todo el relleno titular del que te ufanas.  Amparas tu continuidad, no eres el único entre los profesores-poetas de los 80, en una velada aunque no ingenua coacción –se acepta, como tu entrevistador Zapatilla, con los ojos bien abiertos– implícita al tráfico de influencias para captar a otros desubicados, de vocación corruptuelos y tanto o incluso más oportunistas que tú.

Esta es la tesitura y los motivos, me temo, para hablar en general de los grupos de poesía peruana de las últimas décadas: Hora Zero, La Sagrada Familia, Kloaka, ¿Vallejo & Cia?, etc. Luego de los “comprometidos” –casi cincuenta años– de talleres de poesía en la UNMSM y de los cada vez más “autistas” de la PUCP.  Urge un potente antídoto, un bebedizo de buena poesía directamente a la vena.  Zurita, Kozer, García Montero –¿debo seguir enumerando?, ¿debo  incluir también a los publicistas y argolleros del patio local?– saben muy bien lo que hacen en tanto negocio; pero nada de lo que hacen importa un comino de cara a la poesía.

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Juvenal y la FILRD 2015

Material Inflamable

Juvenal Agüero trae mucha poesía desde la República Dominicana. Fue como invitado a la última FILRD (2015), en Santo Domingo, y apenas llegó –luego de registrarse en el hotel– se fue derecho al parque Independencia, por la entrada de la calle El Conde, que por la noche es siempre como a cinco días después del terremoto: se camina al paso, pero como luego de una gran tragedia. Limbo que se aprende de modo palpable y sencillo –flores en el fango– que no precisa de explicaciones ni mayores alambicamientos teológicos.
-“Baje con cuidado Doña, Madre, tranquila que no hay apuro”, recita el chofer de la guagua. La señora mayor, india y alta, tambaleante inicia su descenso.
-“¡Con cuidado que de esos repuestos ya no vienen!”, sentencia alto e impertérrito el sudoroso cobrador.
Poesía también, con su perdón, en el arte de mamarte el huevo; lentamente, del sótano al piso más alto. Y que no se diga nada de sus manos y de aquellos sus finos dedos picando como traviesos peces.
También los libros, por supuesto, pero al final. En esto la poesía culta dominicana ha mejorado un chin, para qué. Pero un chin enorme y sustancial. Prueba de ello es que, acaso contra todo pronóstico, y aunque dedicada al Perú, hayan invitado a Juvenal a la FILRD de este año. Cuando en su propio país, por aquello de que para Agüero la crítica no es amiguismo ni oportunismo, jamás estaría en la lista de aquel sutano: un muñeco de madera, más bien alto y fofo, a través del cual mueven sus hilos otros muñecos incluso mucho más despintados que él: por manipulables y anacrónicos.
Entre los poetas más jóvenes [Luis Reynaldo Pérez (comp.), Material inflamable (30 poetas dominicanos del siglo XXI): Santo Domingo, RD: Editora Nacional, 2014] el verso que más le gustó a Juvenal, en medio de todo el conjunto, fue uno de Natacha Baltle:
“Afuera, una niña lame su paleta balanceando el panorama”
Pero claro, así como una golondrina no hace un verano, el poeta mejor presentado aquí por el antologador no es Batle (1984), sino Ariadna Vásquez Germán (1977). Y le alegró mucho a Juvenal Agüero coincidir en esto con Luis Reynaldo Pérez (¿de dónde sale aquello de Poesía Neotestimonial en su prólogo?). Obviamente, entre los treinta antologados, junto con Natacha y Ariadna, hay por lo menos cuatro más que justifican su inclusión aquí –uno desconocido para Juvenal como Johan Mijaíl Castillo (1990)– y otros, por cierto, confirmando también su buena poesía: Homero Pumarol (1971), Néstor E. Rodríguez (1971) e Isis Aquino (1986). El primero de estos tres últimos sin adaptar todavía del todo su talento al poema de más de diez versos que, en otra oportunidad, Juvenal le celebrara.  En general, luce particularmente cansado aquí Pumarol, como si no diera la talla o no llegara al nivel de flotación que convoca Material inflamable; sin embargo, “Este poema”, lo redime: “De vez en cuando vuelvo a leer este poema./ Me gusta, es corto y fácil de olvidar./ No tiene asunto, anda rápido, no tiene tiempo./ Uno llega al final buscando otra cosa”. Por su parte, Néstor E. Rodríguez e Isis Aquino, militantes en poéticas antípodas una de la otra (como decir Jorge Guillén frente a Bukowski), le otorgan una cumplida y necesaria variedad temático-estilística a esta muestra. Sin embargo, le extraña mucho a Juvenal –tanto como celebra la inclusión y la gravitación de Ariadna Vásquez Germán en la actual poesía de la media isla– no encontrar aquí al líder o exlíder de los “Erranticistas”, Glaem Parls.  En el perfil de otro poeta dominicano anterior y considerado, prejuiciosamente, “no letrado” (Carlos Rodríguez) –ahora de modo oportunista enaltecido por doquier– Agüero considera, otra vez, que Glaem Parls es todo un hito en la poesía dominicana reciente; aquél de “Generación de los 80: “¡Una historia para principiantes de vuelo!/ 55555555555/ 555555/ 555/ 5rriente”.  Súbanse pronto a esta ola que luego será ridículo o, por lo menos, otra vez resultará extemporáneo.

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Un chin de amor/ Alma de Hacker

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Un chin de amor [Prepucio Carmesí (2000), Un chin de amor (2005), En tiempo real (2007), Una ola rompe (2012) y Boston Angels (2012); reunidas en Prepucio carmesí y otras novelas cortas (Lima: Tribal, 2012)], del escritor peruano Pedro Granados, es una novela-ensayo –texto, a la vez, teórico y práctico — tal como las que se estilaban en el romanticismo del siglo XIX latinoamericano donde el tema de la ciudadanía eran tan álgido; aunque esta vez, paradójicamente, más bien centrada en cómo se construye un post-ciudadano: “Juvenal Agüero”. Efectivamente, si ya Borges en “El Sur” (a través de la biografía de “Juan Dahlman”) debate con “El matadero” de Esteban Echeverría –al reelaborar el asunto del asesinato del inocente héroe “Unitario” a manos de los federales–, ahora “Juvenal Agüero” o Pedro Granados –ya que nos hallamos, aunque apócrifa, ante una sabrosa autobiografía– entra en polémica consigo mismo y pasa de una identidad, digamos, titular a una que va volviéndose interina hasta desembocar en la auto-conciencia de la pura ficción; en otras palabras, de comprobar haberse vuelto un personaje para sí mismo. Su patria, entonces, es ahora la internet, y sus paisanos los otros seres virtuales que, tal como él, efímera o discontinuamente la habitan.

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