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Ensayo

NO PERDER DE VISTA A PEDRO GRANADOS/ Juan Javier Rivera Andía*

Foto por Rosario Bartolini Martínez

La clave de Vallejo son precisamente sus heterodoxias.

Pedro Granados (2008)[1]

En Bearn o La sala de las muñecas, Lorenzo Villalonga hace decir a su joven protagonista, el capellán y quizá hijo natural del señor de Bearn, que la comunidad de criterio es una de las gracias más preciadas que Dios puede darles a sus hijos. Podríamos agregar, si nos atreviéramos, que esa gracia suele ser concedida —si lo es—sobre todo (o quizá únicamente) en la juventud; ese “riesgo bendito” de otro cura rural, aquel de R. Bresson.

Fue entonces que tuve yo la fortuna de conocer a Pedro Granados, en ese momento de la vida que otro personaje ficticio —una estudiante algo intrascendente de una película de Éric Rohmer—[2] considera sabiamente como “quizá el más importante: aquel en el que uno se desprende de sus influencias del pasado y en el que su personalidad finalmente se define”.

Venido de la sierra, de las barriadas, de la guerra, de la precariedad y del abandono —pero siempre cobijado por el amor de las madres del Perú—, encontré, pues, a Granados; muy probablemente el más memorable profesor que tuviera la suerte de encontrar en mis primeros años de estudiante universitario de primera generación. Pocas manos más sinceras y honestas, aquel joven maltrecho habría podido encontrar en ese refugio semiabierto, en ese oasis efímero del Perú de los noventa: “el lugar más triste del mundo era la playa de estacionamiento de la Facultad de Letras de la Pontificia Universidad Católica del Perú”. Fue, además, a la vista de esa palabra y esa mano tendida que aquel capellán en resentido peregrinaje —de las avenidas polvorientas con dementes abandonados hurgando en la basura de Carabayllo a los jardines con venados paseándose lánguidamente entre los rosales de Pando— concibiera y osara, por primera vez, publicar lo que escribía.

Pero aquella gracia inesperada provenía no solo de su pluma —sus poemarios y novelas como inversiones de su a veces intrincada ensayística—; sino también de su lúcida palabra y su vital enjundia. Fueron estas sobre todo las que encandilaron y deslumbraron, hace ya más de un cuarto de siglo, a aquel Nadja limeño y oscuro que, desde entonces, decidió no perder de vista nunca a Pedro Granados.

Ahora bien, el libro que el lector tiene en sus manos mantiene aquella gracia y aquella promesa. Las mantiene intactas, pues, como la del Arguedas que evoca en sus páginas, la de Granados es también una —nunca más necesaria que en los tiempos actuales— “mirada vagabunda”.[3] Su siempre difícil y suicida ejercicio de la libertad frente a un mundo —el de sus colegas coetáneos y connacionales— escandalosamente fosilizado (si no, como reza alguno de sus poemas, de meros ganapanes) bien lo demuestra. El espíritu autónomo de estas reflexiones de Pedro Granados, de sus referencias explícitas y de la sensibilidad que las anima, así lo prueban.

Tal fue y es, en el fondo, su ejemplo y herencia: casi una arenga para aquellos que no pueden sino aparecer desenfocados en los lentes de las cámaras autorizadas, un oasis para aquellos a quienes su naufragio en las borrascas de las miserias sureñas no terminaron de convencerlos de asir cualquier cuerda que prometiera, a cualquier precio, sacarlos a flote; en suma, un refugio improbable en medio de las ruinas que la violencia no ha cesado de acrecentar. Un violencia, de hecho, que estos versos retratan íntimamente:

La violencia existió siempre,

pero también existimos nosotros.

La violencia sin todas las variables en la palma de la mano,

justo así como nosotros y como cada uno de ustedes.

La violencia que no controla todo, que felizmente no sabe

lo que sus hijos piensan. La violencia temerosa del futuro

y de las calles tan violentas. La pudorosa violencia que no llama

a las cosas por su nombre, que no se atreve a amar.

La violencia con sus males de ojo. Con su tarde o temprano.

Porque largo la hemos mirado y le hemos sobrevivido.

Porque largo le hemos dado a comer directamente de la mano

y conocemos su hendidura, su hedor, aquello que la hace más feliz.

Por eso pendeja (en peruano) nos reconoce y nos teme,

y se está aquí cerrándonos las piernas. Tal como si no

supiéramos,

ya de sobra.

Tal como si hubiéramos olvidado.[4]

No desfallecer, pues, bajo el peso de la miseria. No quedarse agazapado frente a la sombra de su violencia. Todo lo contrario. Es decir, si alguna salida honrosa hubiera para los linajes de esclavos, es la de la osadía y el lujo, la del lujo y la osadía, intelectuales y, ya puestos a ello, poéticos. El presente libro sobre Vallejo —aquel a quien algunos jóvenes de Carabayllo, Canto Grande o Villa el Salvador todavía podíamos darnos el lujo de admirar incluso desde la novísima aventura limeña que nos veíamos obligados a emprender—, su tenacidad reflexiva, su explosión de conexiones y exploraciones —incluyendo recientes propuestas analíticas y dispositivos políticos genialmente lanzados desde Sudamérica tales como el multinaturalismo—, así lo demuestran.

Al leer la poesía de Vallejo nos constituimos o tomamos consciencia de ser “huacas” también nosotros mismos.  Y, a imitación del poeta, encontramos el motivo para educar y educarnos alrededor de esta multinaturalista e intensa invitación del Sol y también de esta poesía. Una suerte de honda alegría y autoestima amerindia, no menos mundial, por la “línea de mira compartida”.

Por momentos, verá el lector, sus osadías pueden tornarse odiseas. En estas páginas se despliega un conocimiento íntimo de la obra de Vallejo; y se la coteja, honestamente, no solo con la de otros emblemas de nuestra América (como Arguedas y sus titubeos) sino también con el todavía insondable mundo amerindio (asediado desde las versiones andinas del perspectivismo o del estructuralismo). Estas páginas muestran bien cómo tales osadías del pensamiento pueden exigir verdaderas odiseas de la escritura en pos de un lenguaje nuevo. Algo de ello está ya en una de las respuestas de Granados a aquel interrogatorio al que generosamente se sometiera mientras, en una de mis involuntarias huidas, merodeaba yo algo apesadumbrado entre los canales de Leiden. Aquí, por ejemplo, recordando a su hermano obrero:

…cada vez que le exponía cosas demasiado articuladas él decía que no me entendía; pero una vez que fragmentaba mi discurso y liberaba mi lenguaje valiéndome de onomatopeyas y de glosolalias, se le iluminaba el rostro y decía que me entendía perfectamente. “Sellones”, era el epíteto con que motejaba literalmente a toda la sociedad; es decir, adocenados, domesticados y predecibles.[5]

Y puede entonces uno preguntarse: ¿A dónde nos conduce, finalmente, la tenacidad de Pedro Granados? Dejemos que cada lector lo decida al enfrentarse a estas páginas. Claro, ojalá, en este terriblemente desigual Perú, osar por la autonomía —sin venir ni beber de sus también terriblemente ignorantes élites— no significara todavía el silenciamiento gratuito, inexorable, apabullante. Pero aun si lo fuera por muchas más décadas (y masacres y mentiras); en todo caso, obras como la de Pedro Granados nos muestran que, al fin y al cabo, bien vale la pena osar así.

Powiśle, verano de 2021

[1] “Peruano brujo: Interrogatorio a Pedro Granados o digresiones entre un poeta (en Lima) y un antropólogo (en Leiden)”, 2008, Pedro Granados & Juan Javier Rivera Andía. URL: https://triplov.com/Agulha-Revista-de-Cultura/2008/Pedro-Granados/index.htm

[2] “Nadja à Paris” (1964).

[3] Alejandro Ortiz Rescaniere (2002): “Una mirada vagabunda. Vigencia de la antropología de Arguedas”. Anthropologica 20: 13-18. URL: http://revistas.pucp.edu.pe/index.php/anthropologica/article/view/394/389

[4] De: “El corazón y la escritura” (Lima: Fondo Editorial Banco Central de Reserva del Perú, 1996).

[5] Ver nota 1.

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OPACIDAD VALLEJIANA

Sumário

APRESENTAÇÃO

Gerson Albuquerque

PRÓLOGO

Capítulo I. Trilce/Teatro: guión, personajes y público

Capítulo II. El “silencio” Vallejo-Cabral de Melo Neto: un Neruda

elocuente

Capítulo III. Lomismo/Islismo: Poéticas gemelas de César Vallejo

Capítulo IV. “A lo mejor, soy otro”: El “zorro” César Vallejo

Capítulo V. Paul Gauguin y César Vallejo: Una curaduría trasatlántica

Capítulo VI. Poesía peruana post-Vallejo: De los indigenismos a

las opacidades

file:///C:/Users/WINDOWS/Downloads/Cesar_Vallejo_tiempo_de_opacidad_Pedro_G%20(1).pdf

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Ritmo y postpandemia: Talleres de poesía

L E C T U R A S D E L A ( P O S T ) P A N D E M I A

Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco

10 NOV JUEVES

14:45-15:00 (+ 1 hora en Perú)

https://m.facebook.com/dcsh.azc.uam.mx/

Resumen:

Primero es el ritmo. Enseguida, como montada sobre él o fundida con él, viene la palabra, el “verbo” (Génesis). Estamos en un momento cultural donde nos hemos extraviado y nos hemos desconectado del ritmo y, por lo tanto, es muy escasa la experiencia de bumerang. El ritmo atraviesa, oscila, envuelve, retorna y crea comunidad. No son las palabras, a las cuales se las lleva el viento. Y no arropan a nadie, empezando por quienes las pronuncian. Ni a cuadrúpedos ni a humanos. Sin embargo, sonámbula, la poesía hoy por hoy empieza por las palabras. Y acaso incluso con la mejor de las intenciones; se trataría de hacer filosofía con ellas. Aunque, con la peor de aquellas mismas, se trataría de establecer con las palabras un decálogo; unas nuevas tablas de auto-ayuda obligatorias para todo el mundo. La auto-ayuda como una nueva ley, sobre todo, post-coronavirus. Algo nada nuevo; sino que ya ha estado ensayándose y gestándose en toda nuestra región como mecanismo de control del imaginario y del deseo: Acción Poética. Poesía sin “patos” (en tanto catarsis y, asimismo, emblemático post-antropocentrismo) y sin “sombra” (Jung). Comer, oler, tocar, deslizarse, sumergirse, ni qué decir hablar, diseñados dentro del más lobotomizado protocolo.

Palabras clave: Poesía y ciudadanía, Poesía y postpandemia, Ritmo y talleres de poesía.

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Música electrónica [y Trilce] en el Perú (II)

López Ramírez Gastón, José Ignacio (2022). Este futuro es otro futuro: El papel del discurso social en el (sub) desarrollo de la música electrónica académica en el Perú.  Lima: UNM.

“Este futuro es otro futuro” y Trilce

Libro de tapas duras y papel satinado, de factura poco común en nuestro medio.  Libro-Power Point, aunque a veces su diseño tan didáctico, sobre todo los resaltados de párrafo, no sé si hacen más amigable su lectura.  Pero el autor logra aquí concretar el cometido de su investigación; es decir, transmitirnos, a guisa de conclusión, lo siguiente:

Un círculo vicioso de desprecio hacia las prácticas musicales electrónicas ha estado presente a lo largo de nuestra historia contemporánea […] Esta posición se vio enardecida, como he revelado, por una variedad de enfoques nacionalistas que enfatizan la necesidad de validar los imaginarios autóctonos, nativistas e indigenistas como modelos exclusivos para la construcción de la nación.  A medida que estos enfoques intentaron definir el país basándose en una dicotomía colonialista/nativista, la “música del futuro” se convirtió en una víctima” (p. 221-222); [Ergo] creo que los problemas a los que se enfrenta la música electrónica no radican en el acceso a la tecnología, sino en la forma en que se percibe la tecnología musical (p. 223).

El problema (fortuna) es que entre nosotros, hace ya un siglo, aconteció Trilce; acaso la “música del futuro”, por antonomasia, y no sólo para los peruanos.  ¿Es Trilce colonial, es Trilce nativista? Ciertamente, en el Perú, la “música” del poemario de 1922 causó desconcierto entre la institución literaria (o intelectual en general) vigente en aquella época; e incluso hoy por hoy no podríamos aseverar que tenga una recepción masiva o “popular”.  Sin embargo, y acaso como fruto de los varios homenajes por su centenario, va ganado cada vez más un público no limitado a estudiosos o a otros poetas.  Lo que tratamos de sugerir, a costa del análisis tan certero sobre el carácter periclitado y localista de nuestra institución crítica (académico-periodística), es que acaso aquella división entre lo colonial y nativo desde hace tiempo, al menos desde la obra de José María Arguedas, no es relevante.  Es más, dicha dicotomía, constituye un auténtico sofisma ya que, siguiendo con el ejemplo, Arguedas mismo consideró al español (¿lengua colonial?) como un mediador válido de su cultura (¿la quechua?).  Es decir, a través de su lema póstumo: “Vallejo era el principio y el fin” (El zorro de arriba, el zorro de abajo); supo entender, de modo prematuro, y agradecer el carácter aglutinante de la obra del nacido en Santiago de Chuco.  En consecuencia, nuestra propia conclusión (tentativa), luego de leer este estimulante y tan personalmente comprometido trabajo, es que mientras nos planteemos aquella dicotomía cultural no percibimos, más bien, la fusión o sincretismo (Jesús Martín-Barbero lo denominaría “mediaciones”) no sólo en la música culta o popular peruana, sino también, acaso en aquella que vamos considerando electrónica en términos puristas. P.G.

José Ignacio López Ramírez Gastón (Barcelona, 1968) es doctor y magíster en Computer Music por la University of California en San Diego.  Es director de Innovación y Transferencia Tecnológica de la Universidad Nacional de Música – UNM, desde donde coordina el Laboratorio de Música Electroacústica y Arte Sonoro y las actividades del ELUNM (Ensamble de Laptops de la Universidad Nacional de Música). En 2019 publica el libro La Guardia Nueva: visiones sobre la música electrónica en el Perú (PUCP).

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CÉSAR VALLEJO Y EL CARIBE

Pareciera que toda nueva antología sobre poesía puertorriqueña, más o menos reciente, no puede brindarnos mayores opciones que la de presentarnos –por enésima vez y porque a la postre constituye lo más valioso entre lo compilado– la obra de  Mayra Santos Febres o, si retrocedemos tan sólo unos pocos años, la de José Luis Vega.   Obras, estas últimas, ya canónicas en el contexto del Caribe insular hispano; aunque otra cosa es decir palpitantes o vivas o necesarias.  Lo contracultural y el feminismo de agenda (norteamericana, por cierto) se aceptaron, ya desde hace tiempo, sin mayores regañadientes culturales, ni políticos, ni de especificidad histórica.  Se volvieron oficiales y han reproducido incontables epígonas/ epígonos publicados en libro.  Obvio, este proceso –aunque con otros protagonistas y en distintas velocidades– se constata en casi toda América Latina entre los años que van del 80′ para arriba.  Por su parte, la poesía de  José Luis Vega –como también, verbigracia, la de José Mármol en la República Dominicana– sigue constituyendo, en sí misma,  como la otra cara de la moneda de lo que es, todavía, la literatura o poesía en toda nuestra región.  Textos finos, pulidos, capciosos e intertextuales; con un sujeto –socialmente distinguido y sexualmente  más o menos compacto– que ejercita a sus anchas el arte del decoro y del refrenamiento.  Esto en sí no está mal.  Por ejemplo, este tipo de textos consigue incluso hoy mismo los premios que, buscando poesía experimental, convoca regularmente la Casa de América de Madrid.  Es más, el 90% de la producción de lo que se considera poesía en nuestra región va también por ahí.  Y parecería no apetecerse alguna otra cosa.  Porque son las instituciones literarias en su totalidad, en tanto organización política-cultural, las periclitadas.  Donde, dado el caso, en un momento entró  Neruda y no salió más.  Y donde, por lo tanto, valoramos el poema que nos llena la página; que se torna elocuente; que procurando sorprender canjea, impunemente, publicidad por poesía; que disimula un yo soberbio y auto-persuadido hasta el hartazgo, camuflado — de modo oportunista– el alguna pena de éstas, de aquéllas o de las otras.  En fin, aunque hoy por hoy al menos, un Neruda que no se animaría a dárselas de comprometido.  Por otro lado, precoces o decepcionados, que lo erótico, el haiku, la bautade son tan sólo un ingrediente más o un escorzo del poema; que lo contrario –el monopolio de ello en el poema– es cansón o redundante exhibicionismo.  Todo el mundo es  más o menos inteligente y también arrecho.

Qué mal hemos leído a Vallejo en el Caribe; mejor dicho, qué bien hemos aprendido la crítica sobre él  tanto para –memorizando la lección– aprobar nuestros exámenes en el bachillerato, como para luego reproducir por ahí –esta misma ignorancia–  multiplicada y sin ningún empacho.  ¿Qué aportaría la poesía de Vallejo a los jóvenes del Caribe?  A escribir en clandestino, de modo soterrado y simultáneamente gozoso; a conectarnos con nuestro fuero interno para no producir ya más nunca poesía de auto-ayuda; a sentir orgullo de lo que somos; a sacudirnos de nuestro pasotismo; a ser poetas hasta dejar de serlo.  A no leer, sino a  acompañar la poesía.

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HILOS QUE RESISTEN, HILOS QUE SUBVIERTEN/ Israel Tolentino

HILOS QUE RESISTEN, HILOS QUE SUBVIERTEN: IDENTIDADES, MEMORIAS Y CUERPOS EN EL ARTE TEXTIL

Estamos en una temporada, donde desde hace mucho hemos dado un paso mayor en las exposiciones de arte, de muestras con pretensiones que terminaron siendo exclusivamente “esteticistas” a potentes reflexiones, donde el artefacto, como decía César Ramos (1963-2017), subvierte la mirada del espectador. Muchos salen de las salas y se van preguntando. ¿Eso era arte?

Todas las diferencias suman a primera impresión, pero ya, dentro del “asunto” unas aportan desde una teoría y práctica viva. Mientras que otras van quedando en el mero regocijo visual, desvaneciéndose, blanqueándose bajo la panza de burro y la elipse del gallinazo.

YO NO SOLO COSO, estéticas femeninas tradicionales en las prácticas artísticas contemporáneas, fue una muestra potente (febrero 2014) en el mes del amor, curada por Gabriela Germaná (Lima 1975), quien escribió en aquel políptico: La construcción de lo femenino no solo negó en muchos casos derechos y oportunidades, sino que ese rol adquirió, frente a lo masculino, un rango de menor jerarquía. Este 2022, con HILOS QUE RESISTEN, hilos que subvierten: identidades, memorias y cuerpos en el arte textil viene a poner ya no el dedo, sino la mano en la llaga, la puesta ha sido acertada, no para hurgar en la herida, sino curarla, mostrarla como un precioso trofeo de un Perú que debe ser otro, desde sus diferencias, desde esta riqueza oculta.

Los ríos nos unen y el tejido en su urdimbre y trama, hilvanan esta conciencia poética/concreta Latinoamericana. La exposición: Hilos que resisten, hilos que… va mucho más allá de los procedimientos técnicos, de las reflexiones de género e identidad, de colonialidad y pueblos indígenas; muestra oportunidades a partir de problemáticas muy nuestras, pero indica una luz ya no en el túnel, sino en la ventana, cerca, una Illapa que nos descubre en una dimensión inmemorial. Un elenco puesto en escena museográficamente correcto por Vanessa Torres, no es suficiente decir, sino cómo se dice.

31 artistas, 05 centros de tejedores y bordadores del territorio, sobre todo, varias artistas que fueron parte de la exposición del 2014, continúan trastocando desde los hilos que resisten en sus manos, más allá de sus personales elucubraciones, pues el artefacto cultural sobrepasa al creador; eso no impide que las voces que se hilan, integren nación y patria, no para estar todos presentes en la fotografía de prensa, sino para ser una voz ciudadana que se quede, suene, oiga, diga su realidad, reclame, aporte, solucione…

Encontrar un video de Antonio Paucar (acción de resistencia); Dora Inuma (Pampanilla, tela bordada); Impresiones de Javi Vargas (Dina-Amaru. De la serie: la falsificación de los tupamaro); Liliana Ávalos (Escudo cerro La Milla. Tejido prehispánico sobre blusa tejida), Ana Teresa Barboza (S/T bordado y costura), Nereida Apaza (Esclavina. Somos las hijas de las campesinas. Bordado en tela), Orlando Sosa (No fue mi culpa. Bordado) Paloma Álvarez (Yayariway/Recuérdame. Bordado de fibra de alpaca sobre tela); Ingrid Pumayalla (Rastreando. Tejido y fotografía); Eliana Otta (Carmen (Hoy se pierde un diente/mañana un ovario/ ¿cómo hay que disimular una cicatriz de cesárea?) acciones de Daniela Zambrano (Memorias del cuerpo de Champamarca. Obra colectiva hecha en Pasco), María Abaddon, Clara Best, Nilda Callañaupa, Lucinda Amasifuén, Angie Cienfuegos, Raquel Esquives, Venuva Evanán, Cristina Flores, Gonzalo Hernández, Robert Orihuela, Nemiye Pérez, Harry Pinedo, Violeta Quispe, Aquilino Ramos, Alionca Respaldiza, Ivet Salazar, Haydn Trucios, Alejandro Castillo, Elena Valera y Gaudencia Yupari.

Son muchos los logros que en el Perú de hoy empiezan a levantar cabeza, a enseñarnos, a descubrir el iceberg que hay. Los muros laberínticos que tajaron sobre el Abya Yala se manifiestan con otras lecturas, con aprendizaje, con resiliencia; los inconvenientes propios de los desiertos, los picos altoandinos y la serpenteante amazonia se han vuelto retos.

Están sucediendo puestas en la escena artística desde los sesos nacionales, sí, ora autoformados, ora estudiados fuera u otras maneras legítimas con que han cubierto y actualizado esta carencia, es en ese punto gigante e importante donde se da un nuevo aliento para la vida del quehacer artístico. Jóvenes art curators acrecentando sus miradas, las miradas.

Tomaykichwa, octubre 202

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“Fermento[s] de sol”: Antología imaginada de poesía en español selvagem y portunhol trasatlántico

Dedicada a Wilson Bueno (Jaguapitã, 1949 – Curitiba 2010)

“Sou, ou penso que sou, um escritor de fronteiras — literal e figurativamente… Estou sempre na fronteira. Sou um escritor de fronteiras e também um ser humano na fronteira entre o pasmo de viver e o sagrado horror à morte, essa pantera” (Wilson Bueno)

Por nuestra parte, vinculamos a Bueno con Vallejo en tanto escritores ciertamente multi fronterizos.  Aunque este último, más bien, no sólo entre geografías o culturas o lenguas; sino, además, entre distintas nociones o paradigmas de las Humanidades. De aquí la complejidad u opacidad de ambas obras.

Se antologan versos, también poemas y, asimismo, breves textos críticos sobre la producción de América Latina entre 2000 y 2020.  Tanto de poetas individuales y reales o, aunque constituyan aquí los menos, colectivos e inventados.  También, incluso, poemas traducidos al español (Ej., Sasha Reiter).  La presente antología  se halla conectada, por un lado, con anteriores compilaciones nuestras sobre poesía peruana; tales como: “Poesía postvallejiana” (2018), “¿Poesía peruana del Bicentenario?” (2016), “Perú” (Revista Arquitrave, 2007)  y “Los poetas vivos y más vivos del Perú” (2002). Por otro lado, con lo que hemos publicado anteriormente sobre poesía brasileña reciente.  En ambos casos, incorporando también los productos de nuestro trabajo de campo (talleres de creación literaria en Lima, Foz do Iguaçu, Cochabamba, Rio Branco, etc.), el cual dio como resultado diseños o prototipos de poetas no individuales, sino colectivos y de existencia no real, sino virtual. Asimismo, a nuestros panoramas sobre poesía reciente panameña, mexicana, dominicana, boliviana, ecuatoriana, etc., también los hemos incluido.  Por último, y en tanto el presente trabajo incorpora además la selección de “breves textos críticos”, figuran aquí algunas de las reseñas o notas o breves ensayos que –paralelos al tiempo que compendia la presente antología– hemos dedicado al tema en libro o en nuestro ya “veterano” blog.

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Identidade brasileira/ Eduardo Viveiros de Castro

A identidade brasileira não existe, mas a ideia de uma “identidade brasileira” existe. Dela não só se pode falar, como foi inventada para que se fale dela. Essa ideia é um instrumento político, uma palavra de ordem ideológica que conjura um ente imaginário, e não um conceito antropológico referente a uma condição psicossocial empírica. “Identidade brasileira” não é uma noção descritiva, mas uma noção normativa. Não é um fato, mas um valor; um valor gestado historicamente em certas esferas de poder e imposto com violência, sutil ou brutal, sobre povos, comunidades e pessoas vinculados à própria revelia a um certo sujeito de direito público internacional, o Estado-Nação chamado Brasil.

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Poéticas gemelas de César Vallejo

Islismo (Trilce I)/Lomismo (Trilce II) en tanto poéticas consecutivas y complementarias, no sólo del poemario de 1922, sino también de la poesía póstuma de César Vallejo.  Aunque aquí nos concentraremos en Trilce II o, más bien, este último poema será la puerta de entrada para extendernos a las islas o pensamiento “Archipielar” y, no menos, a la “Poética de la Relación” y al “Derecho de la Opacidad”.  Conceptos, estos últimos, todos de Édouard Glissant; pero que consideramos podrían ser también vallejianos. Es decir, elaboramos aquí un tamiz común de empatía o entrecruzamiento entre el “meta-archipiélago” que levanta el poeta y filósofo martiniqueño, Glissant, y la poesía “meta-andina” que, finalmente, postula el autor de Trilce.  Andes y Caribe van, pues, aquí entrelazados, aunque esto último no constituya culturalmente, en sí mismo, una novedad; basta escuchar la tan difundida “chicha”, mezcla de ritmos andinos y caribeños (Canclini).  Finalmente, y tal como lo ensayó este último autor en Culturas híbridas, nuestro ensayo también va en “busca de un método” (Franco) para lo que podríamos denominar el estudio de las culturas complejas u opacas.

Poéticas gemelas de César Vallejo

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GENEALOGÍA TRILCE – INKARRÍ

Antecedentes del conectar Trilce con Inkarrí, aunque de un modo no meramente referencial o parcialmente alusivo en alguno de sus poemas; sino en cuanto aquel mito constituye el principio constructivo fundamental de todo aquel poemario.

UNO

Luego de encontrado un consistente y persuasivo repertorio solar en este poemario de 1922 –es más, toda una acabada versión de Inkarrí que se adelanta en tres décadas a las primeras recolecciones del mito por Óscar Núñez del Prado y José María Arguedas a mediados de los años 50–,  Trilce sería un espacio mítico de máxima concentración y contracción sintácticas de ese exceso metonímico en que, a modo de un indigenismo minimalista incluyente, no se produce sentido, más sí un territorio de posibilidades que enlaza las alteridades (mapeado por la tendencia de los pueblos amerindios a la incorporación barroquizante de lo exógeno asimétrico).  Las “Nostalgias imperiales” (Los heraldos negros) y su Trilce hasta, por ejemplo, su “Piedra cansada” (drama de 1937) serían un mismo mito expuesto por César Vallejo de modo minimalista, con la opacidad característica de la poesía y con vocación incluyente siempre.  De lo afro-limeño, primero, y después de las etapas iluminista y revolucionaria de su experiencia europea: francesa y soviética, respectivamente.

http://blog.pucp.edu.pe/blog/granadospj/2013/09/27/trilce-e-inkarr/

DOS

Por otro lado, la posibilidad de una lectura indigenista de la obra de Vallejo, y por tanto también de Trilce, queda, en todo caso, dentro de una corriente bastante pujante de estudios vallejianos, inaugurada por un ensayo de Phyllis Rodríguez-Peralta [“Sobre el indigenismo de César Vallejo”, 1984] y que ha encontrado recientemente nueva vida en las investigaciones de Pedro Granados Agüero. No se trata sólo, como ya advertía entre otros Roberto Paoli, de rastrear un “espíritu indio” que para Vallejo constituye “primero su mito y luego su ideal”; también se puede intentar delinear con mayor precisión el alto grado de sincretismo de esta mitología, y luego de este ideal – a partir, por ejemplo, de las frecuentes apariciones, en Trilce, de “sole” / “Sole” / “sol”, en un continuum que va desde la evocación del elemento natural hasta la representación de la divinidad (cristológica y a la vez ligada a la mitología indígena poshispánica de Inkarri), terminando con la degradación típicamente modernista dada por la homonimia del Sol/sol con la moneda actual, entonces como ahora, en el Perú. (Mari 2021). (Traducción nuestra).

https://www.leparoleelecose.it/?p=42390

TRES

Perspectiva sobre nuestro trabajo en el que, asimismo, abunda Bernardo Massoia; aunque, por un lado, rescatando y cotejando otro texto nuestro; y, por otro, sin coincidir con Mari en la genealogía y presencia de Inkarrí en nuestros estudios: “Este aspecto, que sorpresivamente no se desarrolla de manera acabada en el libro de Paz Varías (1989) será recuperado luego por el estudioso peruano Pedro Granados en su obra Poéticas y utopías en la poesía de César Vallejo (2004). Analizando otro texto de Los Heraldos Negros titulado “Huaco”, Granados trae a cuenta aquél mito en su carácter de utopía solar que marca el regreso a una edad perdida en la tierra ancestral de Vallejo: (…) tanto el «Huaco» como la persona poética son «levadura» -‘causa o motivo o influjo’ (Diccionario de Lengua Española)- para que el «sol» aparezca o reaparezca. Si este último fuera el caso, y todo pareciera indicar que lo es (…), ambos serían «fermento» del Inkarry, del mito panandino del retorno al poder del Inca, hijo del Sol que yace por ahora vencido y enterrado” (Massoia 44).

CUATRO

Efectivamente, tan temprano como en 1985, Paz Varías acierta en cotejar lo que este autor denomina “modelado” de Trilce con el de la cerámica Moche; sin embargo, “afinidades de construcción” que tampoco llegan a percibir a Inkarrí en tanto y en cuanto, resumimos, encarnado minuciosa y completamente en Trilce.  Por ejemplo, su análisis del poema “Huaco”, central también para nosotros, remite finalmente a la carencia o al “dolor”; aunque, máximo: “de todo ese pesar queda un hilo de luz que es como una esperanza”.  Es decir, si el cotejo de Paz Varías es entre el principio constructivo Trilce y la cerámica Moche; el nuestro, más bien, es entre Trilce e Inkarrí.  Sin embargo, no queremos dejar pasar la oportunidad para saludar el talento y el olfato (cualidad sin la cual no se puede ser un buen crítico) de este autor,  por ejemplo, al contrastar el famoso “Yo no sé” de Los heraldos negros (1918) con el afirmativo “Yo soy” del poema “Huaco” en el mismo poemario: “Yo soy… va equilibrando el notable peso del Yo no sé que es casi un leit motiv en LHN y T” (Paz Varías 1985: 82).  En suma, agregamos nosotros, par binario Yo no sé/ Yo soy que brinda una mirada, desde ya, compleja y de ninguna manera unidimencional al libro de 1918; y, además, idea que puede ser muy productiva para el estudio de Trilce y, no menos, de la poesía póstuma de César Vallejo.

Referencias

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