[Un muro de cerca]
Un muro de cerca. Porosidad.
Textura. Muchedumbre. Avidez.
Lejos de mis muros, ahora.
Lejos de mi sexualidad de niño
y de adolescente. La delicadeza.
Lejos del consuelo profundo de
cierta promiscuidad con los muros.
Florecidos sentimientos de amor hacia mi madre.
Muros. Juegos con los muros.
Entre los muros.
La historia universal resuelta sobre un muro.
Sin libros.
La turbia locuacidad
de las paredes desnudísimas de mi
infancia. El incomprensible cariño
de los ecos mudos. Los antiecos.
Lucho no sale a jugar, está haciendo
sus tareas. Frente a la casa de Angélica
ni preguntar. Y yo jugando vanamente
con una pelota de jebe
contra los muros. Botes.
Todas las cosas lejanas y cercanas.
Todas las cosas entreveradas
simultáneamente.
Arena. Espinas. Altorrelieves.
Todas las cosas imantadas allí.
Caras. Olores. Nubes.
Todas las cosas delicadas allí.
Tiernamente adheridas. Labios.
El corazón y la escritura (1996)
[Pasé el muro]
Para Rosario
Pasé el muro
Vuelvo a él y lo atisbo
Viejas serpientes levantadas
Sobre la piel de la piedra
Serpientes después del barro
El fuego el amor
El descuartizamiento
Juguetes de la infancia
Que abren sus ojos
Mientras atónitos
Los integrábamos
Nos integraban
A sus juegos
Aquellos del gozo
De la más sencilla
Y cotidiana eternidad
Vuelvo pues a mí mismo
Al olvido
A la muerte de mí mismo
Con el rabillo del ojo
Más bien lo oteo
Entre el fango
Entre la piedra
Entre las sobras de mi corazón
Todavía erguido
Inédito (2018)
Poema de la violencia en Brown University
Diluidos por un líquido eficaz.
Al fondo de la sucesión de los actos
o a sus márgenes.
Como en la adolescencia
–solos o abrazados a nuestros enemigos
en una unidad difícil de reconstruir ahora,
difícil de consentir–.
Por tantas huellas dejadas ya de aquí hacia allá,
por tanto vapor en la huida.
Debimos ser como las piedras.
Pero nos movimos,
Pero nos movieron como al animalito exótico
(la soga al cuello
y las uñas curvas al ras del pavimento).
Infancia y adolescencia en el Perú.
Una a una fueron surgiendo las palabras,
una a una fueron sobreponiéndose
–imitando al mar–
en nuestro barrio de purita tierra.
La violencia existió siempre,
filtrándose en los zapatos,
filtrándose a través de los muros.
Pero nuestra mirada era más grande que la violencia,
sabía llevar, sabía traer,
sabía sumergir y renovar las cosas,
las voces, purificar los instintos.
Aunque no fuimos puros, nunca lo fuimos.
La violencia existió siempre,
recortada como un segundo rostro,
como un tercer rostro,
pero no como el rostro definitivo
en nuestras estoicas gentes.
La violencia existió siempre.
aun allá en los juegos,
aun allá en los enamoramientos.
Como la lavaza del bulto que se lava,
como la espuma de la cerveza.
La violencia con sus faldas sucias
y sus caras sucias.
La violencia de zapatones de Celestina
y labios de Urraca.
La violencia del rasposo patio de la vecindad.
(Es por eso que a más de uno nos gustaba
escupir sobre esas paredes
y sobre aquellas del rincón que formaban la casa
creando así transparencias, salidas,
otros túneles de lo humano).
La violencia existió siempre,
pero también existimos nosotros.
La violencia sin todas las variables en la palma de la mano,
justo así como nosotros y como cada uno de ustedes.
La violencia que no controla todo, que felizmente no sabe
lo que sus hijos piensan. La violencia temerosa del futuro
y de las calles tan violentas. La pudorosa violencia que no llama
a las cosas por su nombre, que no se atreve a amar.
La violencia con sus males de ojo. Con su tarde o temprano.
Porque largo la hemos mirado y le hemos sobrevivido.
Porque largo le hemos dado a comer directamente de la mano
y conocemos su hendidura, su hedor, aquello que la hace más feliz.
Por eso pendeja (en peruano) nos reconoce y nos teme,
y se está aquí cerrándonos las piernas. Tal como si no
supiéramos,
ya de sobra.
Tal como si hubiéramos olvidado.
Pedro Granados, El corazón y la escritura (Lima: Banco Central de Reserva del Perú, 1996)