Pablo Salazar Calderón ha logrado a sus cuarentaiséis años, la edad en que murió Vallejo, un gran poemario; el primero de ellos nació en París, el segundo falleció allí. En medio y más allá de toda la parafernalia del vuelo espacial que aquí cunde, entre las luces fugaces y las tercas sombras, hallamos –como en el cuento de Juan Rulfo, “No oyes ladrar los perros”– a un padre cargando sobre sus espaldas a un hijo. En el caso de Rulfo, aquel padre está vivo y el hijo que carga hace rato que ya murió; mientras en Salazar Calderón, por el contrario, el hijo es el sujeto poético encaramado sobre un muerto, aunque este último se halle vivísimo: émbolo de amor y lucidez: auténtico Bus de la energía pura (Lima: Apogeo, 2024). El presente entronque entre mejicano y peruano (aunque Salazar Calderón halla nacido en París) rebasa lo temático (la elegía al padre) y compromete, asimismo, la tesitura y calidad del monólogo transversal a todo el libro. Otro autor que ha permitido a nuestro poeta liberarse de Antonio Cisneros (debemos huir de su trampa conformista: chamba no es chamba) son las estampas holográficas y minimalistas de 5 metros de poemas (Carlos Oquendo de Amat); es más, podríamos decir que Salazar Calderón interviene y continúa aquel poemario de 1927: “Porque sus ojos eran niños de Puno”, vale perfectamente para ambos poetas. Julio Cortázar, Luis Hernández Camarero, ¿Pedro Granados? constituirían otros de los robots acaserados en aquella intrépida nave. En síntesis, Pablo Salazar Calderón ha logrado invertir el concepto del poshumanismo cosmopolita; no se trataría de huir de este mundo, hostil o ultra contaminado (y ante todo injusto), sino de reapropiárnoslo vía la ternura y el cuidado (sobre todo si viene de Puno). Son muchas otras las cosas a destacar de este estupendo libro; el diseño del poemario (el control para ir revelando poco a poco, aunque cada vez más, al padre), los limpios aciertos metafóricos, la idea misma del monólogo de un robot o Ikarus 10 absolutamente humano. P.G.
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