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Respecto de “Al filo del reglamento (I y II)” imagino que, un tanto al modo de Pound o de Eliot, y no menos de César Vallejo, me he detenido en lo siguiente:
Cualquier obra de arte es una mezcla de libertad y orden. Es perfectamente evidente que el arte oscila entre el caos, por un lado, y la pura mecánica, por otro. Una insistencia pedante en el detalle tiende a excluir la forma esencial. Si se mantiene con firmeza la forma esencial se hace posible una libertad en los detalles (Ezra Pound). El arte es una evasión de posiciones fijadas; una oportuna evasión de una norma… (T.S.Eliot). La técnica: pone siempre al desnudo lo que, en realidad, somos y adónde vamos (César Vallejo).
Digo un tanto porque, por otro lado, el mito en mi poesía no se halla pasteurizado, tal como sí sucede en Pound; también, aunque en apariencia luzca lo contrario, en Walt Whitman (“maestro de atletas” y curtido “hobo”) e incluso –alguien tan “cerebral” como Pound– en el autor de Altazor. Ambos, estos dos últimos, encandilados o casuales ante el chorro de sus propias imágenes (Imaginismo). Por cierto, pienso en un Vicente Huidobro en tanto intersección entre Whitman y Pound. Y, asimismo, concuerdo en lo que Octavio Paz piensa de Eliot: arte del palimpsesto de la tradición occidental o clásica. Por lo tanto, aquí también hallamos al mito ya fallecido; y sólo nos quedan de él citas o huellas. De modo análogo a lo que ocurre en Pound, insistimos: vórtice de ideas fusionadas y fusionantes, honesta voluntad de aura y de estilo.
Sin embargo, y por el contrario, en César Vallejo y compruebo que asimismo en mi poesía, el mito se da en bruto y está vivo; aunque no pretenda ser explícito ni, sería execrable, algo meramente decorativo. Es decir, el mito es acólito de sí mismo y crea archipiélago; aglutina, tal un real y activo agente, comunidad. En suma, ambiciona constituirse en un mediador conceptual amerindio overseas y transversal a cualquier lengua. Poesía que finalmente no oculta, sino más bien auspicia, una manera correcta o reparadora en su recepción. Una lectura, por ejemplo, de Trilce, y aunque resulte paradójico tratándose de un texto de “vanguardia”, más feliz que otras. Evado adrede, junto con lo que constituiría una lectura aleatoria o arbitraria de aquel poemario, el término “pertinente”; y, más bien, me remito a una recepción encarnada y post-antropocéntrica tanto de la poesía del autor de Trilce como de la mía. Vallejo no será Whitman, no intentará corroborar en su poesía las “ideas” de Rousseau; ni será Pound. Tampoco Eliot ni ningún “pequeño Dios”. Ni, aunque ambos “abolicionistas”, compartiría el “trascendentalismo” R. W. Emerson. Vallejo es un poeta sin membership, siendo el club de Pound, como sabemos, mucho más exclusivo que el de los 100 de Harold Bloom.
Y en español no escribo.
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