Esta novela de Isaac Goldemberg, publicada originalmente el 2010 –aunque pronto, en una nueva versión, estará nuevamente en librerías–, la constituyen varios homenajes; como si el escritor, adrede y de modo explícito, comunicara al lector que no le gusta escribir “solo”. No únicamente a autores en general, sino a obras específicas: Sol de Lima, de Luis Loayza, por lo “legañoso” del mismo; Sobre héroes y tumbas, de Ernesto Sábato, porque Harry Pomerov, marido de Olga, ama y ve más lejos incluso que el protagonista, Simón Weiss; Aura, de Carlos Fuentes, por aquello de “Me voy Simón, mis fuerzas están cayendo”; entre varias otras.
Claro, lo último, constituye un homenaje a sus lecturas; a las humanidades entendidas como libros. Pero también, una constante en la obra de Goldemberg –tal cual o por sinécdoque con Perú– asimismo encontramos un hondo homenaje a su cultura:
La Lima de Simón Weiss era un pañuelo, una ciudad dentro de una ciudad: el Centro —donde había vivido desde que llegó de niño al Perú—, los Barrios Altos y el Rímac, donde Margarita tenía su casa de citas. Esa Lima abarcaba también otros espacios vitales para el capitán: el colegio judío en Breña; el prostíbulo donde conoció a Margarita en Jesús María y, en La Perla, el colegio militar, cuyos altos muros amarillos empezaban a asomarse sobre la Costanera, a escasos veinte metros del acantilado que caía al mar por detrás del velo de la neblina.
Bueno, a su cultura peruana filtrada constantemente por la judía. Parecieran, ambas, fundidas y compartiendo similar errancia. O semejante sueño o ilusión. Tal como en la novela lo dice, Siu Komt, astrólogo y filósofo aficionado:
—El ser humano solo ve lo que cree que es, no la verdad. Y la verdad es que todo lo que estamos viviendo es un sueño.
Sueños, por lo demás, que el capitán Weiss sabe muy bien apurar recurriendo al opio y a la cocaína. Scherlock Homes inyectándose directamente a la vena un poquito de esperanza.
Y completan, al menos en parte, el retrato del detective Weiss y el de toda esta imantada novela de Goldemberg, la presentación de la “prostituta” de la cual aquél se enamoró y que luego, por infidelidad del capitán, tiene que apartarse:
Una lágrima rodó por la mejilla de Margarita: —¿Pero sabes por quién siento más pena?
Weiss alzó los ojos y su mirada se hundió en la de Margarita.
—Por el niño que hay en ti —dijo ella.
Ahora, la relación de la novela con Adolfo Suárez, personaje citado en Acuérdate del Escorpión, y su campeonato mundial –en las tres bandas– logrado en Amsterdam en 1961, obedece tanto a la sapiencia e inspiración para jugar o también escribir, en el caso de Goldemberg. Tanto como, y esto es tan o más importante que lo anterior, la dignidad personal y el orgullo de origen que, ante la mesa de billar, siempre transmitió Suárez y, no menos, lo ha venido demostrando Goldemberg en su ya dilatado recorrido literario. ¿Cómo ser peruano overseas? Ha sido y es la pregunta fundamental en medio de todas las soledades. ¿Cómo no chuparse antes de llegar a la meta, a alguna de éstas sea real o imaginaria? ¿Es esto posible? ¿Es esto necesario? ¿Es esto mera melancolía? Son otras preguntas que quedan planteadas aquí. A esperar, pues, Acuérdate del escorpión en su versión nueva; estamos seguros que será tan intensa o incluso más que la “original”.
© Pedro Granados, 2020.