Vamos a ver…
dijo un ciego
decía uno de mis tíos,
y se suponía
que el niño
sonriera
por lo menos
en la sombra
de las palmeras
del parque Morazán.
Con los años
vi delante de mis ojos
una roca
oscura, biselada
áspera, por la que se deslizaban
las sombras;
con un tirón arranqué
la espiga de hierro
de la piedra,
que colgó aún de mi pulso.
Salí por esa boca,
en vista de los hechos,
con mi mano aherrada
llevé agua a mi sed.
¿A qué sabe?
Cierro los ojos
para beber.
Alan E. Smith Soto. Poeta. Especialista en el estudio de la obra de Benito Pérez Galdós y, también, de César Vallejo.
Estimado Profesor, buenas noches, le alcanzo el primer borrador de mi cuento como lo conversamos en la clase de creación literaria.
La avena y la sonrisa
– Carlos, cuida la avena, voy al patio
– Ya mamá
– Hasta que por fin salió el sol y se ve que va a quemar
Busco la cuchara de madera, bato la avena con suavidad, miro la hora y vuelvo la mirada a la avena, pero veo que se ha dibujado una sonrisa burlona en la avena. Vuelvo a batir y se desvanece la figura
– Por fin el primer hervor, toca bajar el fuego.
Mientras lleno la tetera, escucho un siseo a mi lado, era la avena que se escapaba de la olla y otra vez la figura de una sonrisa burlona acompañado del perfume inconfundible de la avena abrazada por el fuego. Apago el gas y veo una sombra a mi espalda y con ello el miedo a lo que se viene.
Mientras lleno la tetera, escucho un siseo a mi lado que se escapaba de la olla acompañado del perfume inconfundible de la avena abrazada por el fuego. Apago el gas y otra vez la figura de una sonrisa burlona.
– ¡Carlos, te dije que cuidaras la avena!
Seguido de un abrazo de consuelo.
Saludos de AQC
Gracias, estimado Andrés, muy interesante texto. Pedro