Marco Martos Carrera, Abelardo Sánchez-León Ledgard y Diego Alonso Sánchez Barrueto otorgaron, el año pasado, el “Premio José Watanabe” a Miguel Ildefonso Huanca. Flamante “Premio Nacional de Poesía” (2017), este último, y con igual libro (El hombre elefante y otros poemas), por un jurado integrado esta vez por José Gabriel Valdivia, Gonzalo Pantigoso, Carlos Germán Belli, Rosina Valcárcel y Carmen Ollé. Es decir, en conjunto y acaso con la única excepción de Belli, aunque raspando: 0 poesía. Ildefonso Huanca, husmeador empedernido de lo que no conoce y acaso jamás conocerá; entre esto, la calle y sus gentes (Humareda, la anónima prostituta, el anónimo poeta) que no merecen ni su impostada filantropía ni su lenguaje de taller de literatura: pan resopado, y de melindres westphaleanos o cisnereanos, que de ninguna manera –caliente, molido o en pasta– llega a nosotros vivo. Todo esto afectado por una vocación de comisionado de la verdad o de la justicia que solo existe en su cabeza; y también, obvio, en la de todo aquel “humanísimo” u holístico jurado.
Con este breve rollo no estoy concertando ni abogando por las menciones honrosas de este mismo “Premio Nacional”: Mario Montalbetti y Antonio Cillóniz; poetas de sobra conocidos y sobre los cuales, asimismo, algunos de ustedes ya conocen mis opiniones sobre sus trabajos. De lo que dejo constancia es que, una vez más, no me callé ante tamaña mediocridad tanto de la crítica como de la poesía peruana de estos últimos y penúltimos años. Corro el riesgo, ante asunto tan fresco y viviendo desde hace algún tiempo otra vez en el Perú, que me tilden –por lo menos– de envidioso. Sin embargo, asumo el riesgo porque póstumo ya soy. Con tamaño jurado no llegaría, salvo por providencial descuido, felizmente a parte alguna. Habla, piano.
Artículos relacionados:
Aguas móviles de la poesía peruana: de los formatos a las sensibilidades
Coda a Los poetas vivos y más vivos del Perú
Poesía peruana post-Vallejo: de los indigenismos a las opacidades